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"Como te dije, la meta de la tercera compuerta es consolidar el cuerpo energético. Los ensoñadores empiezan a forjar sus cuerpos energéticos siguiendo los ejercicios de la primera y la segunda compuerta. Cuando alcanzan la tercera, el cuerpo energético está listo para emerger, o quizá sería mejor decir que está listo para actuar. Desgraciadamente, esto también quiere decir que está listo para ser capturado por detalles.

– ¿Qué clase de detalles, don Juan?

– El cuerpo energético es como un niño que durante toda su vida ha sido un prisionero. En el momento en que se siente libre, se empapa absolutamente de todo lo que puede encontrar. El cuerpo energético se absorbe totalmente en diminutos detalles que no vienen al caso.

Hubo un largo silencio. Simplemente no había nada en mi experiencia que pudiera darme una idea de lo que don Juan quería exactamente decir.

– El detalle más inapropiado se convierte en un mundo para el cuerpo energético -explicó don Juan-. El esfuerzo de los ensoñadores para dirigir sus cuerpos energéticos es descomunal. Sé que es absurdo pedirte que veas las cosas con gran cuidado y curiosidad, pero esa es la mejor manera de describir lo que tienes que hacer. En la tercera compuerta, los ensoñadores tienen que evitar el casi irresistible impulso de sumergirse en todo; y la manera como lo pueden evitar es siendo tan curiosos, tan desesperados por meterse en todo, que no dejan que nada en particular los aprisione.

Don Juan repitió una y otra vez que sus recomendaciones, que sonaban absurdas para la mente, estaban dirigidas a mi cuerpo energético Puso un tremendo énfasis en la idea de que mi cuerpo energético tenía que unir todos sus recursos para poder actuar.

– ¿Pero, no ha estado actuando todo este tiempo? -pregunté.

– Una parte de él sí, de otro modo no habrías viajado al reino de los seres inorgánicos -contestó- Ahora tienes que emplearlo en su totalidad para poder completar la tarea de la tercera compuerta. Para hacerle las cosas más fáciles a tu cuerpo energético, tienes que suspender más que nunca los juicios y dictámenes de la razón.

– Después de todo lo que me ha hecho usted vivir -dije-, me queda muy poca razón.

– Mejor no digas nada. En la tercer compuerta, la razón es la causa de que el cuerpo energético se obsesione con detalles superfluos. En la tercera compuerta necesitamos una fluidez, un abandono irracional para contrarrestar esa obsesión.

La previa aseveración de don Juan de que cada compuerta es un obstáculo no podría haber sido más cierta. Para cumplir con la tarea de la tercera compuerta, tuve que trabajar no sólo más intensamente que en las otras dos tareas, sino que también tuve que luchar contra un miedo sin límites. En el curso de mi vida, había pasado por momentos de profundo miedo, o hasta terror ciego, pero nada de eso pudo jamás compararse con el miedo que sentía por los seres inorgánicos. Sin embargo, toda esta riqueza de vivencias era inaccesible a mi mente en mi estado de conciencia normal. Esas vivencias estaban a mi disposición únicamente en presencia de don Juan.

En una ocasión, en el Museo de Antropología e Historia de la ciudad de México, le pregunté acerca de esta insólita situación. Mi pregunta me hizo darme cuenta de que en esos momentos podía recordar todo lo que me había acontecido durante el curso de mi asociación con don Juan. Y eso me llenó de júbilo. Me sentí tan libre, tan temerario y ligero que me puse prácticamente a bailar.

– Lo que sucede es que la sola presencia del nagual induce un cambio en el punto de encaje -dijo.

Y sin más ni más me guió a una de las salas de exhibición del museo. Me explicó que mi pregunta tenía relación con algo que había estado planeando decirme.

– Mi intención era explicarte que la posición del punto de encaje es como una caja fuerte en la que los brujos guardan sus registros -dijo-. Me quedé boquiabierto cuando tu cuerpo energético sintió mi intento y me hizo una pregunta al respecto. El cuerpo energético sabe inmensidades. Déjame mostrarte cuánto sabe.

Me urgió a que entrara en un estado de total silencio. Me recordó que su sola presencia había provocado un cambio en mi punto de encaje, y que me encontraba ya en un estado especial de conciencia acrecentada. Me aseguró que el hecho de entrar en un estado de total silencio iba a permitir a las esculturas de ese cuarto hacerme ver cosas inconcebibles. Añadió que algunas de esas piezas arqueológicas tenían la capacidad de producir, por si mismas, un cambio en el punto de encaje, y que si yo alcanzaba un total silencio sería testigo de escenas relacionadas con las vidas de las personas que trabajaron en esas esculturas.

Comenzó luego el recorrido más extraño que jamás haya yo presenciado en museo alguno. Don Juan dio una vuelta al salón, describiendo impresionantes detalles de cada una de las esculturas. Según él, cada una de ellas era un archivo que los brujos antiguos habían dejado; un archivo, que él, como brujo, me estaba leyendo como si me leyera un libro.

– Cada una de estas figuras está diseñada para provocar un cambio en el punto de encaje -prosiguió-. Fija tu mirada en cualquiera de ellas, silencia tu mente, y descubre si puede hacer que tu punto de encaje cambie de posición.

– ¿Cómo puedo saber si cambió?

– Si cambia, vas a ver y sentir cosas que están más allá de tu alcance normal.

Miré fijamente las esculturas y ciertamente vi y oí cosas que jamás podré explicar. Yo ya había examinado muchísimas veces todas esas piezas, desde la perspectiva de la antropología, siempre teniendo en mente las descripciones de sus funciones que los eruditos en ese campo habían propuesto; descripciones basadas en la mentalidad del hombre moderno. Por primera vez, me parecieron idioteces totalmente arbitrarias. Lo que don Juan me dijo sobre esas piezas, y lo que yo mismo vi y escuché al mirarlas fijamente, era lo más lejano a lo que siempre había yo oído o leído sobre ellas.

Mi desasosiego fue tan grande que me sentí obligado a pedirle a don Juan que me disculpara por ser tan sugestionable. No se rió, ni me hizo bromas. Me explicó pacientemente que los brujos eran capaces de dejar, en las diferentes posiciones del punto de encaje, archivos muy precisos de sus descubrimientos. Argüía que si se trata de llegar a la esencia de un relato escrito, tenemos que entrar en un estado de participación indirecta a través de la imaginación para poder ahondarnos en la página escrita, en la experiencia misma. Sin embargo, en el mundo de los brujos, puesto que no hay páginas escritas, los archivos completos existen en la posición del punto de encaje, archivos que pueden ser revividos en lugar de leídos.

Para ilustrar su punto, don Juan habló sobre las enseñanzas de los brujos diseñadas para la segunda atención. Dijo que se dan cuando el punto de encaje del aprendiz está en un lugar diferente al habitual. De esta forma, la posición del punto de encaje se convierte en el archivo de la lección. Para poder revisar la lección, el aprendiz tiene que regresar su punto de encaje a la posición donde estaba cuando se le dio la lección. Don Juan concluyó sus observaciones reiterando que regresar el punto de encaje a todas las posiciones que ocupó cuando las lecciones fueron impartidas era un logro de grandiosa magnitud.

Pasó casi un año sin que don Juan me preguntara nada acerca de la tercera tarea de ensueño. Repentinamente un día me pidió que le describiera todos los detalles de mi práctica.

Lo primero que le mencioné fue una desconcertante repetición. Por meses, había tenido ensueños en los que me encontraba mirándome dormido en mi cama. Lo extraño era la regularidad de esos ensueños; ocurrían cada cuatro días, con la precisión de un cronómetro. Durante los otros tres días, mis ensueños eran lo que siempre habían sido: examinaba todos los objetos de mis ensueños; cambiaba de ensueños, y, ocasionalmente, poseído por una curiosidad suicida, seguía a los exploradores al mundo de los seres inorgánicos, aunque me sentía extremadamente culpable haciéndolo. Se me hacia como tener una adicción secreta a las drogas. La realidad de ese mundo era algo irresistible para mi.