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– No, no lo va a ser -me aseguró-. Sería un desastre si dejas que tu mente escoja los eventos que vas a recapitular. Ahora, si dejas que el espíritu decida, el resultado es lo opuesto. Entra en un estado de silencio y deja que el espíritu te señale el evento que debes seguir.

El resultado de ese nuevo modelo de recapitulación me asombró en muchos niveles. Fue muy impresionante para mí descubrir que cada vez que silenciaba mi mente, una fuerza al parecer independiente de mí me sumergía inmediatamente en un poderoso y detallado recuerdo. Pero algo aún más impresionante fue lo sistematizado que era esta configuración. Lo que imaginé caótico resultó ser extremadamente ordenado.

Le pregunté a don Juan por qué no me había hecho recapitular de esta forma desde el principio. Contestó que la recapitulación consiste en dos partes básicas; a la primera se le llama formalidad y rigidez; a la segunda, fluidez.

En el nivel subjetivo, yo no tenía la menor idea cuán diferente iba a ser el resultado de mi recapitulación. La habilidad para concentrarme, adquirida a través de mis prácticas de ensueño, me permitió examinar mi vida con una profundidad que nunca hubiera imaginado posible. Me tomó más de un año ver y revisar todo lo que pude sobre los acontecimientos de mi vida. Al final, estuve de acuerdo con don Juan: a pesar de haber recapitulado, aún existían cargas emocionales escondidas tan hondo adentro de mí que eran virtualmente inaccesibles.

Mi nueva recapitulación me permitió una actitud de mayor soltura. El mismo día que reinicié mis prácticas de ensueño soñé que yo me veía a mí mismo dormido en mi cama. Al darme cuenta, lo que hice fue dar la vuelta y salir del cuarto; bajando penosamente las escaleras que daban a la calle.

Fue tan grande mi entusiasmo que se lo reporté a don Juan. Me llevé una gran desilusión cuando él consideró esto como un sueño común y corriente y no como parte de mi práctica de ensueño. Arguyó que yo no había salido a la calle con mi cuerpo energético, ya que si lo hubiera hecho, hubiera tenido una sensación totalmente diferente a la de bajar por las escaleras.

– ¿De qué clase de sensación está usted hablando, don Juan? -le pregunté con verdadera curiosidad.

– Tienes que establecer una prueba válida que te permita saber si realmente estás viéndote a ti mismo dormido en tu cama -dijo en lugar de responder a mi pregunta-. Recuerda que la tarea es estar realmente en tu cuarto, realmente ver a tu cuerpo. De otra manera, es meramente un sueño. Si ese es el caso, controla ese sueño, y transfórmalo en ensueño, observando sus detalles o cambiándolo.

Insistí en que me diera una pauta acerca de lo que podría ser una prueba válida, pero se negó.

– Encuentra tú mismo una manera de validar el hecho de que te estás viendo a ti mismo -dijo.

– ¿Tiene usted alguna sugerencia acerca de lo que pueda ser una prueba válida? -insistí.

– Usa tu propio juicio. Estamos llegando al final de tu aprendizaje. Muy pronto vas a estar solo.

Cambió luego de tema, y me dejó con la clara sensación de mi ineptitud. No fui capaz de deducir lo que él quería, o a qué llamaba una prueba válida.

En el próximo ensueño en el que me vi a mi mismo dormido, en lugar de salir del cuarto y bajar las escaleras, o despertarme gritando, me quedé por un largo rato pegado al lugar desde donde observaba. Sin inquietarme ni desesperarme, observé los detalles de mi ensueño. Me di cuenta de que estaba dormido y llevaba puesta una camiseta blanca rasgada en el hombro. Traté de acercarme y examinarla, pero moverme era algo que no estaba dentro de mis posibilidades. Sentía una pesadez que parecía ser parte de mi mismo. De hecho, todo yo era peso. Al no saber qué hacer, entré instantáneamente en una terrible confusión. Traté de cambiar de ensueño, y todo lo que logré fue estar consciente más que nunca de una fuerza descomunal que me mantenía fijo, mirando a mi cuerpo dormido.

En medio de todo aquello, escuché al emisario decir que el no tener control para moverme me había aterrado a tal punto que quizá tendría que hacer otra recapitulación. La voz del emisario y lo que dijo no me sorprendieron en lo mínimo. Nunca me había sentido tan vívida y horriblemente incapacitado para moverme. Sin embargo, esta vez no me entregué a mi terror. Lo examiné. No era un terror psicológico sino más bien una sensación física de impotencia, desesperación y fastidio. El no poder moverme me frustraba indescriptiblemente. Mi incomodidad aumentó en proporción a la sensación de que algo fuera de mí me había paralizado brutalmente. El esfuerzo que hice para mover mis brazos, o mis piernas fue tan intenso que en un momento dado me vi la pierna de mi cuerpo dormido en la cama, moverse como si estuviera pateando.

Mi cuerpo inerte atrajo entonces toda mi atención de ensueño, y ello me hizo despertar con tal fuerza que me tomó más de media hora calmarme. Mi corazón palpitaba casi sin ritmo. Mi cuerpo entero temblaba y los músculos de mis piernas tenían calambres espasmódicos e incontrolables. Había sufrido una pérdida tan radical de calor que necesité cobijas y botellas de agua caliente para subir mi temperatura.

Naturalmente, fui a México a consultar con don Juan la sensación de parálisis y el hecho de que realmente tenía puesta una camiseta rasgada, y que por lo tanto, me había visto, verdaderamente, a mí mismo dormido. Además, le tenía un miedo mortal a la hipotermia. Don Juan no quiso discutir mi problema. Todo lo que le pude sacar fue una mordaz observación.

– Te gusta el drama -dijo categóricamente-. Por supuesto que te viste a ti mismo durmiendo. El problema fue que te pusiste nervioso, porque tu cuerpo energético jamás había estado conscientemente en conjunto. Mi consejo es que si te vuelves a poner nervioso te agarres el pito. Esto restaurará tu temperatura en un santiamén y sin ninguna alharaca.

Me sentí un poco ofendido por su tosquedad. Sin embargo su consejo demostró ser efectivo. Durante otro susto, hice lo que me prescribió y volví a mi estado normal en unos cuantos minutos. Además descubrí que si no me agitaba, tampoco entraba en estados de terror. Mantenerme bajo control no me ayudaba a moverme, pero ciertamente me producía una profunda sensación de paz y serenidad.

Después de meses de hacer esfuerzos inútiles para caminar, busqué los comentarios de don Juan una vez más, no tanto para que me aconsejara, sino porque quería admitir personalmente mi derrota. Me había topado con una barrera infranqueable y tenía una certeza indisputable de que había fracasado.

– Los ensoñadores tienen que ser imaginativos -dijo don Juan con una sonrisa maliciosa-. Tú no eres imaginativo. No te advertí usar tu imaginación para mover tu cuerpo energético, porque quería averiguar si podías tú mismo resolver el acertijo. Fallaste y tus amigos no te ayudaron.

En el pasado, siempre me defendí ferozmente cuando me acusaba de no tener imaginación. En ese entonces, creía ser imaginativo, pero tener a don Juan como maestro me enseñó de la manera más directa que no lo soy. Ya estaba curado de emplear mi energía en defensas inútiles.

– ¿Cuál es el acertijo del que está usted hablando, don Juan? -le pregunté.

– El acertijo de cuán imposible y al mismo tiempo cuán fácil es mover el cuerpo energético. Lo estás tratando de mover como si estuvieras en el mundo cotidiano. Empleamos tanto tiempo y esfuerzo en aprender a caminar que al final creemos que nuestro cuerpo energético también debe caminar. No hay razón por la cual deba hacerlo excepto que caminar es lo primordial en nuestra mente.

Me quedé maravillado ante la simplicidad de la solución. Supe instantáneamente que yo estaba una vez más atorado en el nivel de la interpretación. Don Juan me había dicho que al alcanzar la tercera compuerta me tenía que mover, y para mí moverme significaba caminar. Le dije que comprendía su punto de vista.

– No es mi punto de vista -contestó fríamente-. Es el punto de vista de los brujos. Los brujos dicen que en la tercera compuerta el cuerpo energético entero puede moverse como se mueve la energía: rápida y directamente. Tu cuerpo energético sabe exactamente cómo moverse, como en el mundo de los seres inorgánicos.