– ¿Cómo es que esos filamentos, de los que usted habla, se juntan unos con otros y crean la percepción estable de un mundo? -pregunté.
– No hay quien pueda saber eso -contestó enfáticamente-. Los brujos ven el movimiento de la energía, pero verlo no quiere decir que puedan saber cómo o por qué la energía se mueve.
Don Juan expuso que, viendo cómo ese resplandor que rodea al punto de encaje es en extremo tenue en personas que están inconscientes o a punto de morir, y que está totalmente ausente en los cadáveres, los brujos de la antigüedad se convencieron de que ese resplandor es la conciencia de ser.
– ¿Y qué pasa con el punto de encaje, don Juan? ¿Está ausente en los cadáveres? -le pregunté.
Contestó que el punto de encaje y el resplandor que lo rodea son la marca de la vida y la conciencia, y que no hay rastro alguno de ellos en los seres muertos. La inevitable conclusión a la que llegaron los brujos de la antigüedad, al observar aquello, fue que la conciencia, la vida y la percepción van juntas, y que están inextricablemente ligadas al punto de encaje y al resplandor que lo rodea.
– ¿Hay alguna posibilidad de que esos brujos se hayan equivocado respecto a lo que veían? -pregunté.
– No te puedo explicar cómo, pero no hay manera de que los brujos se puedan equivocar en lo que ven -dijo don Juan en un tono que no admitía argumento-. Ahora bien, las conclusiones a las que llegan como resultado de ver pueden ser erróneas, quizá debido a que son ingenuos, no instruidos. A fin de evitar este desastre, los brujos tienen que cultivar su mente, de la manera más formal que puedan.
En seguida suavizó su tono, y comentó que realmente sería preferible que los brujos se atuvieran únicamente a describir lo que ven, pero que la tentación de sacarlo en limpio y explicarlo, aunque sólo sea a si mismos, es tan intensa que es irresistible.
Los efectos del desplazamiento del punto de encaje fueron otra configuración energética que los brujos de la antigüedad pudieron ver y estudiar. Don Juan decía que cuando el punto de encaje se desplaza a otra posición, un nuevo conglomerado de millones de filamentos energéticos entran en juego en esa nueva posición. Los brujos de la antigüedad, al ver esto, concluyeron que ya que el resplandor de la conciencia está siempre presente en cualquier lugar donde el punto de encaje se encuentre, automáticamente la percepción se realiza en esa ubicación. Por supuesto que el mundo resultante no puede ser nuestro mundo de eventos cotidianos, sino que tiene que ser otro.
Don Juan explicó que los brujos de la antigüedad distinguieron dos tipos de desplazamiento del punto de encaje. Uno, era el desplazamiento a cualquier posición en la superficie o en el interior de la bola luminosa; un desplazamiento al cual llamaron cambio del punto de encaje. El otro, era el desplazamiento a posiciones fuera de la bola luminosa; al cual llamaron movimiento del punto de encaje. Descubrieron que la diferencia entre un cambio y un movimiento estaba en la clase de percepción que cada uno de ellos permite.
Puesto que los cambios del punto de encaje son desplazamientos dentro de la bola luminosa, los mundos engendrados por ellos, por raros, maravillosos o increíbles que fueran, son mundos aún dentro del reino de lo humano. El reino de lo humano está compuesto, naturalmente, de todos los billones de filamentos energéticos que pasan a través de toda la bola luminosa. Por otro lado, los movimientos del punto de encaje, desde el momento en que son desplazamientos a posiciones fuera de la bola luminosa, ponen en juego a filamentos energéticos que están fuera del reino de lo humano. Percibir tales filamentos engendra mundos que sobrepasan toda comprensión; mundos inconcebibles que no tienen huella alguna de antecedentes humanos.
En esos días, el problema de la verificación desempeñaba un rol muy importante para mi.
– Discúlpeme don Juan -le dije en una ocasión-, pero este asunto del punto de encaje es una idea tan rebuscada, tan inadmisible que no sé cómo tomarla o qué pensar de ella.
– Hay algo que puedes hacer -replicó-. ¡Ve el punto de encaje! No es tan difícil verlo. La dificultad está en romper el paredón que mantiene fija en nuestra mente la idea de que no podemos hacerlo. Para romperlo necesitamos energía. Una vez que la tenemos, ver sucede de por si. El truco está en abandonar el fortín dentro del cual nos resguardamos: la falsa seguridad del sentido común.
– Es obvio, don Juan, que se requiere de mucho conocimiento para poder ver. No es sólo cuestión de tener energía.
– Créeme que es sólo cuestión de energía. Tener energía facilita poder convencerse a uno mismo que si se puede hacer, pero para ello, se necesita confiar en el nagual. Lo maravilloso de la brujería es que cada brujo tiene que verificar todo por experiencia propia. Te hablo acerca de los principios de la brujería, no con la esperanza de que los memorices sino con la esperanza de que los practiques.
Por cierto que don Juan estaba en lo correcto acerca de la necesidad de tener fe, y de confiar en el nagual. En las primeras etapas de los trece años de mi aprendizaje con don Juan, me dio mucho trabajo afiliarme a su mundo y su persona. Tal afiliación requería confiar implícitamente en él como el nagual y aceptarlo sin duda ni recriminaciones.
El papel que desempeñaba don Juan en el mundo de los brujos se sintetizaba en el nombre titular que sus congéneres le otorgaban; lo llamaban el nagual. Me explicaron que se puede otorgar el nombre titular de nagual a cualquier persona, hombre o mujer, dentro del mundo de los brujos, que posea una específica configuración energética, semejante a una doble bola luminosa. Los brujos creen que cuando una de tales personas entra en el mundo de la brujería, la carga extra de energía se convierte en capacidad para guiar. De esta manera, el nagual se convierte en la persona más apropiada para dirigir, para ser el líder.
Al principio, sentir tal fe y confianza en don Juan era para mí algo no solamente inaudito sino aun molesto. Cuando discutí esto con él, me aseguró que confiar de tal forma en su maestro le había resultado igualmente difícil.
– Le dije a mi maestro lo mismo que tú me estás diciendo ahora -explicó don Juan-. Mi maestro me contestó que sin esa fe y confianza en el nagual no hay posibilidad de alivio y, por consiguiente, no hay posibilidad de limpiar los escombros de nuestras vidas a fin de ser libres.
Don Juan reiteró cuán en lo cierto estaba su maestro. Y yo reiteré mi profundo desacuerdo. Le conté que yo había crecido en un ambiente religioso rígido y coercitivo que todavía me perseguía en mi vida actual. Las declaraciones de su maestro, y su propia aquiescencia a su maestro, me recordaban el dogma de obediencia que tuve que aprender de niño, el cual yo aborrecía sobre todo lo demás.
– Cuando habla usted acerca del nagual, me suena como si estuviera usted expresando una creencia religiosa -le dije.
– Puedes creer lo que se te dé la gana -contestó don Juan-. El hecho es que sin el nagual no hay partida. Yo sé y te lo digo. Así lo dijeron todos los naguales anteriores a mí. Pero no lo dijeron como asunto de importancia personal; ni yo tampoco. Decir que sin el nagual no se puede encontrar el camino, se refiere por completo al hecho de que el nagual es un nagual porque puede reflejar lo abstracto, el espíritu, mejor que los demás. Pero eso es todo. Nuestro vínculo es con el espíritu mismo y sólo incidentalmente con el hombre que nos trae su mensaje.