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– Yo tampoco lo sabía -dije.

Quería empezar una conversación, pero mi ansiedad había crecido fuera de toda proporción.

– Cállate la boca -me dijo bruscamente, su voz resquebrajada del enojo-. Tú no existes, eres un fantasma. ¡Desaparécete! ¡Desaparécete!

Su ceceo era tan encantador que disipó mi ansiedad. La sacudí de los hombros. Gritó, no tanto de dolor como de enojo.

– No soy un fantasma -dije-. Hicimos el viaje porque unimos nuestras energías.

Carol Tiggs era famosa entre nosotros por su rapidez para adaptarse a cualquier situación. En cuestión de segundos estaba convencida de lo real de nuestra situación y empezó a buscar su ropa en la semioscuridad. Me maravillaba el hecho de que no tuviera miedo. Se ocupó en razonar en voz alta dónde podría haber puesto su ropa si se hubiera desvestido en ese cuarto.

– ¿Ves alguna silla? -preguntó.

Vi vagamente un montón de tres costales uno encima del otro que podrían haber servido como una mesa o una banca. Carol saltó de la cama y se dirigió hacia ellos. Encontró su ropa y la mía cuidadosamente doblada de la forma en que ella siempre trataba las prendas de vestir. Me dio mi ropa. Era mi ropa, pero no la que tenía puesta unos cuantos minutos antes, en el cuarto de Carol en el hotel Regis.

– Esta no es mi ropa -ceceó-. Sin embargo sí lo es. ¡Qué extraño!

Nos vestimos en silencio. Le quería decir que estaba a punto de explotar de ansiedad. También le quería comentar acerca de la velocidad de nuestro viaje, pero en el lapso de tiempo que nos tomó vestirnos el pensamiento de nuestro viaje se volvió muy vago. Difícilmente podía yo recordar dónde habíamos estado antes de despertar en ese cuarto. Era como si hubiera soñado el cuarto del hotel. Hice un supremo esfuerzo para recordar, para romper la envoltura de niebla que me había empezado a cubrir. Lo logré, pero ese acto agotó toda mi energía. Acabé jadeando y empapado de sudor.

– Algo casi, casi me agarra -dijo Carol-. Y casi te agarra a ti también, ¿no? ¿Qué crees que fue?

– La posición del punto de encaje -dije con absoluta certeza.

No estuvo de acuerdo conmigo.

– Fueron los seres inorgánicos cobrando su paga -dijo temblando-. El nagual me dijo que iba a ser horrible, pero nunca me imaginé cuán horrible.

Estaba totalmente de acuerdo con ella, nuestra situación era horripilante; sin embargo no podía concebir cuál era el horror. Carol y yo no éramos novicios, habíamos visto innumerables cosas, algunas de ellas verdaderamente terroríficas, pero nada se comparaba con el horror silencioso de este cuarto de ensueño.

– ¿Estamos ensoñando, no es así? -Carol preguntó.

Sin dudar, le aseguré que ciertamente estábamos ensoñando, aunque hubiera dado cualquier cosa por tener a don Juan ahí para que me asegurara lo mismo.

– ¿Por qué tengo tanto miedo? -me preguntó, como si fuera yo capaz de explicar racionalmente lo que ella sentía.

Antes de que pudiera formular un pensamiento al respecto, ella misma contestó su pregunta. Dijo que lo que la asustaba era darse cuenta, en un nivel corporal, de que cuando el punto de encaje se ha inmovilizado en una nueva posición, percibir se convierte en algo total. Me recordó que don Juan nos había dicho que el poder que tiene nuestro mundo cotidiano sobre nosotros se debe al hecho de que nuestro punto de encaje está inmóvil en su posición habitual. Esa inmovilidad es lo que hace que nuestra percepción del mundo sea tan completa, tan abrumante que no nos deja oportunidad alguna de escapar de ella. Carol también me recordó otra cosa que el nagual dijo: que si queremos romper esta fuerza totalitaria, lo que tenemos que hacer es disipar la niebla; es decir, desplazar el punto de encaje intentando su desplazamiento.

Yo nunca había realmente comprendido lo que don Juan quería decir, hasta el momento en el que tuve que desplazar mi punto de encaje a otra posición para poder disipar la niebla de ese cuarto, de ese mundo, que me había empezado a envolver.

Sin decir otra palabra, Carol y yo nos dirigimos a la ventana y miramos afuera. Estábamos en el campo. La luz de la luna revelaba unas cosas oscuras, no muy altas. Todas las indicaciones eran que estábamos en un granero de una casa grande de campo.

– ¿Te acuerdas de haberte ido a la cama aquí? -preguntó Carol.

– Casi me acuerdo -dije con sinceridad. Le dije que tenía que luchar muchísimo para mantener la imagen del cuarto del hotel Regis en mi mente como un punto de referencia.

– Yo tengo que hacer lo mismo -dijo susurrando llena de miedo-. Sé que si dejo que esa imagen se vaya estamos perdidos.

Después me preguntó si quería salir del cuarto. No quise. Mi ansiedad era tan aguda que no pude pronunciar una sola palabra. Todo lo que pude hacer fue una seña.

– Tienes toda la razón en no querer salir -dijo-. Tengo la sensación de que si salimos de este cuarto, nunca jamás podremos regresar a él.

Estaba a punto de abrir la puerta solamente para echar un breve vistazo afuera, pero ella me detuvo.

– No hagas eso -dijo-. Al abrir la puerta puedes dejar que lo de afuera entre.

El pensamiento que me cruzó la mente en ese instante fue que nos habían puesto en una frágil jaula. Cualquier cosa, como abrir la puerta, podría haber roto el precario equilibrio de esa jaula. En el momento en que tuve ese pensamiento, los dos llegamos a la misma conclusión. Nos quitamos la ropa como si nuestras vidas dependieran de ello, y luego saltamos a la cama sin usar los costales que servían de escalones, sólo para brincar de nuevo abajo en el instante siguiente.

Se me hizo evidente que Carol y yo nos habíamos dado cuenta de algo al mismo tiempo. Confirmó mi suposición cuando dijo:

– Todo lo que usemos que pertenezca a este mundo nos debilita. Si me quedo parada aquí desnuda, lejos de la cama y de la ventana, no tengo ningún problema en recordar de dónde vine. Pero si me acuesto en esa cama, o uso esa ropa, o me asomo por esa ventana, estoy perdida.

Nos quedamos abrazándonos parados en el centro del cuarto por un largo rato. Una extraña sospecha comenzó a surgir en mi mente.

– ¿Cómo vamos a regresar a nuestro mundo? -le pregunté esperando que supiera.

– El regreso a nuestro mundo es automático si no dejamos que la niebla se fije -dijo con el aire autoritario que siempre era su estilo.

Y tenía razón. Carol y yo nos despertamos, al mismo tiempo, en la cama de su cuarto del hotel Regis. Era tan obvio que estábamos de regreso en el mundo de la vida cotidiana que no hicimos preguntas ni comentarios acerca de ello. La luz del sol era deslumbrante.

– ¿Cómo regresamos? -Carol preguntó-. O más bien, ¿cuándo regresamos?

No tenía la menor idea de qué hacer o decir. No podía ni siquiera pensar. Estaba demasiado entumecido para especular; porque eso era todo lo que podía haber hecho.

– ¿Crees que acabamos de regresar? -Carol insistió-. O quizá hemos estado dormidos aquí toda la noche. ¡Mira! estamos desnudos. ¿Cuándo nos quitamos la ropa?

– Nos la quitamos en ese otro mundo -dije, y me sorprendí con el sonido de mi voz.

Mi respuesta pareció dejarla perpleja. Me miró sin comprender y luego miró a su cuerpo desnudo.

Continuamos sentados en la cama sin movernos por un tiempo interminable. Los dos parecíamos estar despojados de voluntad. Pero luego, abruptamente, tuvimos exactamente el mismo pensamiento. Nos vestimos a una velocidad increíble, salimos fuera del cuarto corriendo, bajamos dos pisos de escaleras a la calle y fuimos a carrera abierta al hotel de don Juan.

Frente a don Juan, nos encontramos completamente sin aliento, algo inexplicable, ya que no nos agotamos físicamente a tal grado. Tomamos turnos para explicarle a don Juan lo que habíamos hecho.

Él confirmó nuestras conjeturas.

– Lo que ustedes dos hicieron fue una de las cosas más peligrosas que uno pueda imaginar -dijo.

Se dirigió a Carol y le explicó que nuestro ensueño había sido un éxito total y un fiasco. Logramos transferir nuestra conciencia del mundo cotidiano a nuestros cuerpos energéticos, haciendo así el viaje con toda nuestra masa física, pero habíamos fallado en evitar la influencia de los seres inorgánicos. Dijo que por lo común, los ensoñadores experimentan la maniobra completa como una serie de transiciones lentas, y que tienen que expresar su intento para poder así usar la conciencia como un elemento. En nuestro caso, todos esos pasos fueron eliminados. Debido a la intervención de los seres inorgánicos, fuimos realmente arrojados a un mundo mortal a una velocidad tenebrosa.