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– No fue la energía de ustedes dos combinada la que hizo su viaje posible -continuó-. Algo más hizo eso. Y hasta seleccionó ropa adecuada para ustedes.

– ¿Quiere usted decir, nagual, que la ropa y la cama y el cuarto sucedieron sólo porque nos manejaban los seres inorgánicos? -Carol preguntó.

– No cabe la menor duda -contestó-. Ordinariamente, los ensoñadores son simples viajeros. Por la forma en que este viaje se desarrolló, ustedes dos tuvieron asientos de primera fila y vivieron la maldición de los brujos antiguos. Lo que les pasó a ellos fue precisamente lo que les pasó a ustedes. Los seres inorgánicos los llevaron a un mundo del cual no pudieron regresar. Debería haberlo presentido, pero ni siquiera me pasó por la mente que los seres inorgánicos fueran a hacerse cargo y a tenderles la misma trampa a ustedes dos.

– ¿Quiere usted decir que nos querían mantener ahí? -Carol preguntó.

– Si se hubieran salido de ese cuarto estarían ustedes ahora vagando sin esperanza en ese mundo -dijo don Juan.

Explicó que ya que habíamos entrado ahí con toda nuestra masa física, la fijación de nuestros puntos de encaje en la posición preseleccionada por los seres inorgánicos fue tan abrumadora que creó una especie de niebla que borraba cualquier memoria previa del mundo de donde veníamos. Añadió que la consecuencia natural de tal inmovilidad, como en el caso de los brujos de la antigüedad, es que el punto de encaje de los ensoñadores no puede regresar nunca más a su posición original.

– Piensen en esto -nos recomendó-. Quizá esto es exactamente lo que nos está sucediendo a todos nosotros en el mundo de la vida diaria. Estamos aquí, y la fijación de nuestro punto de encaje es tan abrumadora que nos ha hecho olvidar de dónde venimos y cuál era nuestro propósito al venir aquí.

Don Juan no quiso decir nada más acerca de nuestro viaje. Sentí que lo hacía para salvarnos de la angustia y del miedo. Nos llevó a cenar. Cuando llegamos al restaurante, a un par de cuadras del hotel, eran las seis de la tarde, lo que quería decir que Carol y yo habíamos dormido, si fue eso lo que hicimos, alrededor de dieciocho horas.

Sólo don Juan tenía hambre. Carol comentó con un toque de enojo que estaba comiendo como un puerco. Varias cabezas se volvieron en nuestra dirección al escuchar la risa de don Juan.

Era una noche tibia. El cielo estaba claro. Había una brisa suave y acariciante cuando nos sentamos en una banca de La Alameda.

– Hay un pregunta que me tiene loca -Carol Tiggs le dijo a don Juan-. No usamos la conciencia como un medio para viajar ¿verdad?

– Es verdad -don Juan dijo y dio un profundo suspiro-. La tarea era escabullirse de los seres inorgánicos, no ser manejados por ellos.

– ¿Qué es lo que nos va a pasar ahora? -Carol preguntó.

– Van a posponer acechar a los acechadores hasta que ustedes dos estén más fuertes -dijo-. O quizá nunca lo logren. Realmente no importa; si una cosa no funciona, otra lo hará. La brujería es un reto interminable.

Nos volvió a explicar, como si estuviera tratando de fijar sus palabras en nuestras mentes, que para poder usar la conciencia como un elemento del medio ambiente los ensoñadores deben primero hacer un viaje al reino de los seres inorgánicos. Después, deben usar la energía oscura obtenida en ese viaje como un trampolín, y mientras la posean deben intentar ser lanzados a otro mundo a través del medio de la conciencia.

– El fracaso de este viaje fue que ustedes no tuvieron tiempo suficiente para usar la conciencia como un elemento para viajar -prosiguió-. Antes de que llegaran siquiera al reino de los seres inorgánicos, estaban ya en otro mundo.

– ¿Qué nos recomienda que hagamos? -Carol preguntó.

– Les recomiendo que se vean lo menos posible -dijo-. Estoy seguro que los seres inorgánicos no van a dejar pasar la oportunidad de agarrarlos, especialmente si ustedes unen sus fuerzas.

A partir de entonces, Carol y yo nos mantuvimos deliberadamente alejados. La posibilidad de que pudiéramos provocar inadvertidamente otro viaje similar era un riesgo demasiado grande para nosotros. Don Juan alentó nuestra decisión repitiéndonos una y otra vez, que teníamos suficiente energía combinada para tentar a los seres inorgánicos a que nos capturaran.

Don Juan volvió a encaminar mi práctica de ensueño a ver energía en ensueños generadores de energía. Con el transcurso del tiempo, vi todo lo que se me presentó. De esta manera, entré en un estado de conciencia de lo más peculiar: me hallé incapacitado para interpretar inteligentemente lo que veía. Siempre creí que había alcanzado estados de percepción para los cuales no existe léxico.

Don Juan me explicó que mis incomprensibles e indescriptibles visiones se debían a que mi cuerpo energético usaba la conciencia como un elemento, no para viajar, ya que nunca tuve la suficiente energía para ello, sino para entrar en los campos energéticos de la materia inanimada o en los campos energéticos de seres vivientes.

11 EL INQUILINO

Mis prácticas de ensueño, como estaba acostumbrado a tenerlas, terminaron de un momento a otro. Don Juan me puso bajo la tutela de dos mujeres de su bando: Florinda Grau y Zuleica Abelar, sus dos compañeras más cercanas. Su instrucción no fue en lo absoluto sobre las compuertas del ensueño, sino más bien sobre diferentes maneras de usar el cuerpo energético; y no duró el tiempo suficiente como para influenciarme. Me dieron la impresión de que estaban más interesadas en ponerme a prueba que en enseñarme algo útil.

– No hay nada más que te pueda enseñar sobre el ensueño -don Juan dijo cuando le pregunté sobre este asunto-. Mi estadía en este mundo ha terminado. Pero Florinda se va a quedar. Ella es la que va a dirigir, no sólo a ti, sino a todos mis demás aprendices.

– ¿Va ella a continuar mis prácticas de ensueño?

– No lo sé; ni tampoco ella lo sabe. Todo depende del espíritu. El verdadero jugador. Nosotros no somos jugadores. Somos meros instrumentos en sus manos. Siguiendo los comandos del espíritu, te tengo que decir lo que es la cuarta compuerta del ensueño, aunque no te pueda guiar más.

– Para qué despertar mi apetito. Prefiero no saber.

– El espíritu no ha dejado que eso dependa de mí ni que dependa de ti. Y quiera o no quiera, yo te tengo que bosquejar la cuarta compuerta del ensueño.

Don Juan explicó que en la cuarta compuerta del ensueño el cuerpo energético viaja a lugares concretos y específicos, y que hay tres maneras de usarla. Una es viajar a lugares concretos en este mundo, otra es viajar a lugares concretos fuera de este mundo, y otra es viajar a lugares que sólo existen en el intento de otros. Aseveró que la última compuerta era la más difícil y peligrosa de las tres, y que era, por cierto, la predilección de los brujos antiguos.

– ¿Qué quiere que haga con todo esto? -pregunté.

– Por el momento nada. Archívalo hasta que lo necesites.

– ¿Quiere usted decir que puedo cruzar la cuarta compuerta yo solo, sin ayuda?

– Que puedas o no puedas hacerlo depende del espíritu.

Abandonó el tema abruptamente, pero no me dejó la impresión de que debería de tratar de alcanzar y cruzar la cuarta compuerta yo solo.

Don Juan hizo entonces una última cita conmigo, dijo que era para darme una despedida de brujo: el toque final de mis prácticas de ensueño. Me pidió que fuera a verlo al pueblo del sur de México donde él y sus compañeros vivían.