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– Guiándome por su tono y sus palabras -dije-, diría que usted me va a poner a prueba esta noche. ¿No es así?

– Yo no tengo la energía para ponerte a ninguna clase de prueba, pero el espíritu sí -dijo con una sonrisa y añadió-, yo no soy más que su agente.

– ¿Qué me va a hacer el espíritu, don Juan?

– Todo lo que te puedo decir es que esta noche alguien te va a dar una lección de ensueño, en la forma en que las lecciones de ensueño se solían dar, pero no soy yo quien te va a dar esa lección. Otra persona más va a ser tu maestro y te va a guiar esta noche.

– ¿Quién va a ser mi maestro y guía?

– Un visitante que puede ser una horrenda sorpresa para ti, o no ser una sorpresa en absoluto.

– ¿Y cuál es la lección de ensueño que voy a recibir?

– Es una lección sobre la cuarta compuerta del ensueño. Y está dividida en dos partes. Te voy a explicar ahora la primera parte. Nadie te puede explicar la segunda parte, ya que es algo que te incumbe sólo a ti. Todos los naguales de mi línea tuvieron esta lección de dos partes; pero ninguna de las lecciones fue igual, ya que fueron hechas a la medida de cada uno de esos naguales.

– Sus explicaciones no me ayuda en nada, don Juan. Lo que hacen es ponerme más y más nervioso.

Nos quedamos callados por un largo rato. Estaba yo tan inquieto que no sabía cómo expresarme sin tener que quejarme.

– Como ya bien sabes, para los brujos de hoy en día percibir energía directamente es una cuestión de logro personal -dijo don Juan-. Una cuestión de manejar y desplazar el punto de encaje por medio de la disciplina. Para los brujos antiguos, el desplazamiento del punto de encaje era una consecuencia de su subyugación a otros: sus maestros, quienes lograban desplazarlo con tenebrosas operaciones que daban a sus discípulos como regalos de poder.

"Alguien con más energía que nosotros nos puede influenciar sin medida -prosiguió-. Por ejemplo, el nagual Julián me podría haber convertido en un esclavo idiota, o en un demonio, o un santo. Pero él era un nagual impecable y me dejó libre para ser lo que yo fuere. Los brujos antiguos no eran así de impecables. Con sus incesantes esfuerzos para controlar a otros, crearon una situación de terror que pasó de maestro a discípulo.

Se levantó y escudriñó todo lo que estaba a los alrededores.

– Como puedes ver, este pueblo no es gran cosa -continuó-. Pero tiene una fascinación única para los guerreros de mi línea. Aquí yace la fuente de lo que somos y la fuente de lo que no queremos ser.

"Ya que me encuentro al final de mi estadía, te tengo que poner al tanto de ciertas ideas; contarte ciertas historias; ponerte en contacto con ciertos seres, aquí mismo en este pueblo, exactamente como mi benefactor lo hizo conmigo.

Don Juan dijo que estaba reiterando algo con lo cual yo ya estaba familiarizado, que todo lo que él era y todo lo que sabía eran un legado de su maestro el nagual Julián, quien heredó todo de su maestro el nagual Elías. El nagual Elías del nagual Rosendo; él del nagual Luján; el nagual Luján del nagual Santisteban; y el nagual Santisteban del nagual Sebastián.

En un tono muy formal, me volvió a decir algo que ya me había explicado muchas veces antes, que hubo ocho naguales antes del nagual Sebastián, pero que fueron bastante distintos, porque tuvieron una actitud diferente hacia la brujería y un concepto contradictorio de ésta, aunque aún estaban directamente relacionados con su linaje.

– Ahora debes recordar y repetirme todo lo que te haya dicho sobre el nagual Sebastián me pidió.

Su petición me pareció extraña, pero le repetí todo lo que él o sus compañeros me habían dicho acerca del nagual Sebastián y el mítico brujo antiguo, el desafiante de la muerte, conocido por ellos como el inquilino.

– Sabes que el desafiante de la muerte nos da regalos de poder a cada nueva generación de naguales -dijo don Juan-. Y la naturaleza especifica de esos regalos de poder es lo que cambió el curso de nuestro linaje.

Explicó que, siendo el inquilino un brujo de la escuela antigua, aprendió de sus maestros todo lo enmarañado del desplazamiento del punto de encaje. Ya que tenía quizá miles de años de una insólita vida y conciencia -amplio tiempo para perfeccionar cualquier cosa- sabía cómo lograr y mantener cientos, si no es que miles de nuevas posiciones del punto de encaje. Sus regalos eran dos cosas: mapas para lograr desplazamientos del punto de encaje a sitios específicos, y manuales sobre cómo inmovilizarlo en cualquiera de esas posiciones para de esta forma adquirir cohesión.

Don Juan llegó esa noche a la cúspide de su arte de narrador. Nunca lo había visto tan dramático. Si no lo hubiera conocido bien, podría haber jurado que su voz reflejaba profundamente la preocupación de alguien poseído por el miedo o la ansiedad. Sus gestos me dieron la impresión de que yo estaba presenciando la actuación de un gran actor, al interpretar a la perfección el nerviosismo y la preocupación.

Don Juan me escudriñó, y en el tono y la manera de alguien que está revelando algo muy doloroso dijo que, por ejemplo, el nagual Luján recibió del inquilino un regalo de cincuenta posiciones. Sacudió su cabeza rítmicamente, como si me estuviera pidiendo silenciosamente que considerara lo que me acababa de decir. Me quedé callado.

– ¡Cincuenta posiciones! -exclamó asombrado-. Para un regalo, una, o a lo máximo dos posiciones del punto de encaje deberían ser más que suficientes.

Encogió los hombros en un gesto de asombro.

– Me dijeron que el nagual Luján le caía inmensamente bien al inquilino -continuó-. Desarrollaron una amistad tan cercana que eran prácticamente inseparables. Me dijeron que el nagual Luján y el inquilino solían ir todas las mañanas ahí a esa iglesia a oír misa.

– ¿Aquí mismo en este pueblo? -pregunté totalmente desconcertado.

– Aquí mismo -contestó-. Posiblemente se sentaron en este mismo lugar, en otra banca, hace más de cien años.

– ¿Caminaron realmente en esta plaza el nagual Luján y el inquilino? -volví a preguntar, incapaz de superar mi sorpresa.

– ¡Seguro que lo hicieron! -exclamó-. Te traje aquí esta noche porque el poema que leíste me dio la señal de que ya era hora de tratar con el inquilino.

El pánico se apoderó de mi con una velocidad inverosímil. Tuve que respirar por la boca, porque me ahogaba.

– Hemos estado discutiendo los extraños logros de los brujos de la antigüedad -don Juan continuó-. Aunque es siempre muy difícil cuando uno tiene que hablar exclusivamente en idealidades, sin ningún conocimiento directo. Te puedo repetir desde ahora hasta el día del juicio final algo que para mí es clarísimo, pero que para ti es imposible de entender o creer, puesto que no tienes ningún conocimiento directo sobre ello.

Se levantó y me miró fijamente de pies a cabeza.

– Vamos a la iglesia -dijo-. Al inquilino le gusta la iglesia y sus alrededores. Estoy seguro de que este es el momento de ir ahí.

Muy pocas veces, en el curso de mi asociación con don Juan, había sentido tal aprensión. Estaba yo rígido y entumecido. Mi cuerpo entero temblaba cuando me paré. Mi estómago estaba hecho nudos y, sin embargo, cuando se encaminó a la iglesia, lo seguí sin decir una sola palabra. Mis rodillas sí protestaron; se sacudían y se doblaban involuntariamente cada vez que daba un paso. Para cuando hubimos caminado la corta cuadra de la plaza a los escalones de piedra caliza del atrio de la iglesia, yo estaba a punto de desmayarme. Don Juan me puso el brazo alrededor de los hombros para sostenerme.