Estaba yo seguro de que en mi entrenamiento de ensueño había tenido innumerables ensueños que fueron tan reales como el mundo diario, pero ella me aseguró que todos sucedieron de pura casualidad, ya que el único modo de tener absoluto control de los ensueños es usando la técnica de las posiciones gemelas.
– Y no me preguntes cómo sucede, porque no lo sé -añadió-. Simplemente sucede, como todo lo demás.
Hizo que me levantara y volvió a advertir que no hablara ni me alejara de ella. Me tomó de la mano gentilmente, como si fuera un niño, y se dirigió a un grupo de oscuras siluetas de casas. Estábamos en una calle empedrada. Piedras de río habían sido enterradas de lacio. Una presión desigual había creado superficies desiguales. Parecía que los albañiles siguieron los contornos del suelo, sin tomarse la molestia de nivelarlo.
Las casas eran grandes edificios polvorientos de un piso, pintados de blanco y con techos de tejas. Había gente andando silenciosamente a la luz de la luna. Sombras oscuras adentro de las casas me daban la sensación de vecinos curiosos pero asustados, chismorreando detrás de sus puertas. También podía ver las montañas alrededor del pueblo.
Al contrario de lo que me había sucedido en todos mis ensueños, mis procesos mentales estaban intactos. Mis pensamientos no eran cancelados por la fuerza de los eventos en el ensueño. Y mis cálculos mentales me decían que estaba en la versión de ensueño del mismo pueblo donde don Juan vivía, pero en una época distinta. Mi curiosidad llegaba al máximo. Realmente estaba con el desafiante de la muerte en su ensueño. Quería observar todo, estar totalmente alerta. Quería probar todo viendo energía. Me sentí avergonzado de tener que gritar mi intento, pero la mujer me apretó firmemente la mano señalándome que estaba de acuerdo conmigo.
Sintiéndome aún absurdamente apenado, automáticamente grité mi intento de ver. A lo largo de mis prácticas de ensueño, siempre usé la frase: "quiero ver energía". Algunas veces, lo tenía que repetir una y otra vez hasta obtener resultados. Esta vez, al empezar a repetirlo de la manera usual, la mujer empezó a reír a carcajadas. Su risa era como la de don Juan: el resultado de un total abandono.
– ¿Cuál es el chiste? -pregunté de alguna manera contagiado por su hilaridad.
– A Juan Matus no le caen bien los brujos antiguos en general, y yo en particular -dijo la mujer entre ataques de risa-. Todo lo que tenemos que hacer para ver en nuestros ensueños, es señalar con nuestro meñique el objeto que queremos ver. Hacerte que grites en mi ensueño es su manera de mandarme su mensaje. Tienes que admitir que es verdaderamente ingenioso.
Hizo una pequeña pausa, y luego dijo en tono de revelación:
– Claro está que gritar como un idiota también funciona.
El sentido del humor de los brujos me dejaba siempre perplejo. Se reía tanto, que pareció incapaz de proseguir con nuestra caminata. Me sentí estúpido. Cuando se calmó y estuvo otra vez perfectamente serena, me dijo con cortesía que yo podía señalar cualquier cosa que quisiera en su ensueño, incluyéndola a ella misma.
Señalé una casa con el dedo meñique de mi mano izquierda. No había energía en esa casa. La casa era como cualquier objeto de un sueño regular. Señalé todo a mi alrededor, con el mismo resultado.
– Señálame a mí -me urgió-. Tienes que corroborar que este es el método que los ensoñadores usan para ver.
Estaba totalmente en lo cierto. Ese era el método. En el instante en que la señalé con mi dedo meñique, se volvió una masa de energía muy peculiar. Su forma energética era exactamente como don Juan me la había descrito: una enorme concha de mar enroscada hacia adentro a lo largo de una hendidura longitudinal.
– Soy el único ser generador de energía en este ensueño -dijo-. Así que sería apropiado que solamente observes.
En ese momento, me cayó de golpe por primera vez la inmensidad de la broma de don Juan. Había planeado enseñarme a gritar en mis ensueños para que pudiera gritar en lo personal e intimo del ensueño del desafiante de la muerte. Este detalle me pareció tan chistoso que me inundaron oleadas sofocantes de risa.
– Continuemos con nuestra caminata -dijo la mujer suavemente cuando ya no me quedaba más risa.
Había sólo dos calles que se cruzaban, cada una tenía tres cuadras de casas. Caminamos a lo largo de las dos calles, no una vez, sino cuatro. Miré todo y escuché con mi atención de ensueño cualquier tipo de ruido. Había muy pocos ruidos, sólo perros ladrando en la distancia, o gente hablando en susurros cuando pasábamos.
El ladrido de los perros me trajo una desconcertante y profunda añoranza. Tuve que detenerme. Busqué alivio recargando mi hombro contra la pared. El contacto con la pared me asombró, no porque la pared fuera en lo mínimo inusitada, sino porque me había recargado en una pared sólida, como cualquier otra pared en el mundo de todos los días.
La sentí con mi mano libre, haciendo correr mis dedos por su áspera superficie. ¡Era verdaderamente una pared!
El impacto de su realidad acabó de inmediato con mi añoranza y renovó mi interés por observar todo. Estaba buscando, específicamente, características que pudieran ser correlacionadas con el pueblo de mis días. Sin embargo, a pesar de cuán atentamente observara, no tuve éxito. Había una plaza en ese pueblo, pero estaba enfrente a la iglesia, de cara al atrio.
A la luz de la luna, las montañas alrededor del pueblo eran claramente visibles y casi reconocibles. Traté de orientarme, observando la luna y las estrellas, como si estuviera en la realidad consensual de la vida diaria. Era una luna menguante, tal vez un día después de llena. Estaba alta en el horizonte. Serian entre las ocho y las nueve de la noche. Podía ver la constelación de Orión a la derecha de la luna; sus dos estrellas principales, Betelgeuse y Rigel estaban en una línea derecha horizontal con la luna. Calculé que eran los comienzos de diciembre. Mi tiempo era mayo. En mayo, Orión no está a la vista a esa hora. Me quedé mirando fijamente la luna tanto tiempo como pude. Nada cambió. En lo que a mí concernía, esa era la luna en diciembre. La desigualdad de tiempo me excitó mucho.
Al volver a examinar el horizonte del sur, podía distinguir el mismo pico como de campana que era visible desde el patio de la casa de don Juan. Lo siguiente que traté de hacer fue descubrir donde se podría localizar su casa. Por un instante creí encontrar el sitio. Esto me causó tal euforia que solté la mano de la mujer. Una tremenda ansiedad se posesionó de mí inmediatamente. Y con ello, la clarísima idea de que tenía que regresar a la iglesia, porque si no, iba a caer muerto ahí mismo. Me di la vuelta y salí corriendo a toda velocidad. La mujer me tomó rápidamente de la mano y corrió conmigo.
Al aproximarnos a la iglesia, noté que en ese ensueño, el pueblo estaba detrás de la iglesia. Si hubiera tomado esto en consideración quizá me podría haber orientado. Pero en esos momentos ya no tenía más atención de ensueño, y enfoqué lo que me quedaba de ésta en los detalles arquitectónicos y ornamentales de la parte trasera de la iglesia. Nunca había visto esa parte en el mundo de todos los días, y pensé que si pudiera grabar en mi memoria sus características, tal vez podría más tarde compararlas con los detalles de la verdadera iglesia.
Ese fue el plan que fabriqué en el momento. Sin embargo, algo dentro de mí despreciaba mis esfuerzos de validación. Durante todo mi aprendizaje tuve siempre la necia insistencia por la objetividad, la cual me había forzado a revisar todo lo referente al mundo de don Juan. Pero en realidad, lo que estaba en juego no era la validación en sí, sino la necesidad de usar este impulso de objetividad como un soporte para protegerme en los momentos de intensa desconexión cognitiva. De modo que cuando llegaba el tiempo de comprobar lo que había confirmado, nunca lo llevaba a cabo.