– No. Ese no es el caso. Ahora quieres tú reducir algo trascendental a algo mundano. No puedes hacer eso. Ese viaje fue real. Tú lo experimentaste como estar andando en una ciudad. Yo lo vi como energía. Ninguno de los dos está en lo cierto, pero tampoco está errado.
– Mi confusión es tremenda cuando usted habla del ensueño en términos de cosas reales. Usted me dijo que estábamos en un lugar real. Pero si era real, ¿cómo es que podemos tener dos versiones de ello?
– Es muy simple. Tenemos dos versiones porque en ese momento teníamos dos porcentajes diferentes de uniformidad y cohesión. Como ya te expliqué, esos dos atributos son la clave de la percepción.
– ¿Cree usted que yo puedo regresar a esa misma ciudad algún día?
– Ahora sí me agarraste. No lo sé. O quizá sí lo sé, pero no puedo explicarlo. O quizá lo puedo explicar pero no quiero hacerlo. Vas a tener que esperar y deducir por ti mismo cuál es el caso.
Ahí don Juan cambió el tópico de la conversación y por más que traté de sonsacarle, no hubo modo de continuar la discusión.
– Sigamos hablando de nuestros asuntos -dijo-. Se llega a la segunda compuerta del ensueño cuando uno se despierta de un sueño en otro sueño. Puede uno tener tantos sueños como se quiera, o tantos como uno sea capaz de tenerlos, pero se debe ejercitar un control adecuado y no despertar en el mundo que conocemos.
Tuve un momento de pánico.
– ¿Quiere usted decir que no se debe despertar nunca en este mundo? -pregunté.
– No, no quise decir eso. Pero ahora que lo mencionas, debo hacerte una confesión. Los brujos de la antigüedad solían hacer eso: no se despertaban en el mundo que conocemos. Algunos de los brujos de mi línea también lo hicieron, pero yo no lo recomiendo. Lo que quiero es que te despiertes con toda naturalidad cuando hayas terminado de ensoñar; pero mientras estés ensoñando, quiero que sueñes que te despiertas en otro sueño.
Me oí yo mismo haciendo la nerviosa pregunta que le había hecho la primera vez que me habló de preparar el ensueño.
– ¿Pero es posible hacer eso?
Obviamente don Juan estaba al tanto de mi nerviosidad; riéndose me repitió la misma respuesta que me dio en aquella otra ocasión.
– Por supuesto que es posible. Ese control no es tan diferente al control que uno tiene en la vida diaria.
La vergüenza de hacerle una pregunta tan estúpida no me duró mucho. Al instante estaba listo para hacer más preguntas nerviosas, pero don Juan empezó a explicarme aspectos de la segunda compuerta del ensueño; una explicación que me puso todavía más inquieto.
– Hay un problema con la segunda compuerta -dijo-. Es un problema que puede ser serio, de acuerdo al carácter de uno. Si tenemos la tendencia de aferrarnos de las cosas o de las situaciones, estamos fritos.
– ¿En qué forma, don Juan?
– Considera esto por un instante. Has experimentado ya el exótico placer de examinar el contenido de tus sueños. Imagínate la dicha que será ir de sueño en sueño, observando todo, examinando cada detalle. Es muy fácil transformar eso en un vicio y hundirse en profundidades mortales. Especialmente si uno tiene la tendencia de darse a los vicios.
– ¿Pero, no será que el cuerpo o el cerebro concluye todo aquello de una manera natural?
– Sí fuera una situación de sueño normal, sí. Pero esta no es una situación normal. Esto es ensoñar. Un ensoñador llega a su cuerpo energético al cruzar la primera compuerta. De ahí en adelante, ya no es algo conocido lo que atraviesa la segunda compuerta. Es el cuerpo energético quien va saltando de sueño en sueño.
– ¿Qué es lo que implica todo esto, don Juan?
– Implica que al cruzar la segunda compuerta se debe intentar un mayor y más serio control de la atención de ensueño: la única válvula de seguridad para los ensoñadores.
– ¿Cuál es esta válvula de seguridad?
– Ya averiguarás por cuenta propia que el verdadero propósito del ensueño es perfeccionar el cuerpo energético. Entre otras cosas, un perfecto cuerpo energético controla tan buenamente la atención de ensueño que la hace parar cuando es necesario. Esta es la válvula de escape de los ensoñadores. No importa cuán tarados sean, en un momento dado, su atención de ensueño los hace salir.
Comencé luego la nueva tarea de ensueño. Esta vez la meta me parecía más escurridiza que la primera y la dificultad de alcanzarla, aún mayor. Exactamente como me ocurrió con la primera tarea, yo no tenía ni la menor idea de cómo llevarla a cabo. Hasta tuve la sospecha de que mi experiencia no me iba a ser de mucha ayuda esta vez. Después de incontables fracasos, me di por vencido y me conformé con la idea de continuar simplemente con mi práctica diaria de fijar mi atención de ensueño en todos y cada uno de los objetos de mis sueños. Aceptar mis limitaciones pareció darme un empujón energético y me volví aún más adepto a sostener la visión de cualquier objeto en mis sueños.
Pasó un año sin que nada extraordinario ocurriera, pero un buen día algo cambió. Miraba yo por una ventana, durante un sueño, tratando de descubrir si podía vislumbrar el paisaje afuera del cuarto, cuando una fuerza, que sentí como un viento que zumbaba en mis oídos, me jaló hacia afuera. Al instante del jalón, mi atención de ensueño había sido atrapada por una extraña estructura a lo lejos; muy semejante a un tractor. Cuando recobré mi atención de ensueño estaba yo parado junto a la estructura, examinándola.
Estaba perfectamente consciente de que yo estaba ensoñando. Miré a mi alrededor para ver desde cuál ventana había estado mirando hacia afuera. El panorama era el de una granja. No había edificios a la vista. Quise seriamente tomar este detalle en cuenta, pero la cantidad de máquinas que estaban por allí esparcidas, como si estuvieran abandonadas, se llevó toda mi atención. Examiné máquinas segadoras, tractores, cosechadoras de grano, arados de discos y trilladores. Había tantas máquinas agrícolas que me olvidé de mi sueño original. Lo que en esos momentos quería era orientarme, observando el panorama inmediato. Había algo en la distancia; como un cartel de anuncios y algunos postes de teléfono a su alrededor. Al instante de enfocar mi atención en ese cartel, me encontré junto a él. Su estructura de acero me asustó. La sentí como algo amenazador. El cartel mostraba la fotografía de un edificio y un anuncio comercial. Leí el texto: era un anuncio de un motel. Tuve la peculiar certeza de encontrarme en Oregon o en el norte de California.
Busqué otros aspectos del medio ambiente de mi sueño. Vi unos cerros azules muy a lo lejos, y una colinas verdes y redondeadas más cercanas. En esas colinas había grupos de árboles que parecían ser robles californianos. Quería que las colinas me atrajeran, pero lo que me atrajo fueron los cerros distantes. Estaba convencido de que eran las sierras.
Toda mi atención de ensueño se agotó en esos cerros. Pero antes de que se agotara, fue atrapada por cada uno de los aspectos peculiares de esas serranías. Mi sueño dejó de ser un sueño. Yo creí estar verdaderamente en las montañas, flotando velozmente de barrancos a enormes formaciones rocosas, a árboles y a cuevas. Fui de los precipicios a la punta de los picos, hasta que se me acabó el impulso y no pude ya enfocar mi atención de ensueño en nada. Sentí que estaba perdiendo el control. Finalmente, ya no hubo más paisaje, y quedaron únicamente las tinieblas.
– Has llegado a la segunda compuerta del ensueño -dijo don Juan cuando le conté mi sueño-. Lo que ahora te queda por hacer es cruzarla. Y eso es un asunto muy serio; requiere gran esfuerzo y disciplina.
Yo no estaba seguro de haber cumplido con la tarea, ya que realmente no me había despertado en otro sueño. Le pregunté a don Juan acerca de esta irregularidad.
– El error fue mío -dijo-. Te dije que uno se tiene que despertar en otro sueño, pero lo que quise decir es que uno tiene que cambiar de sueños de una manera ordenada y precisa: exactamente como lo hiciste.
"En la primera compuerta, perdiste mucho tiempo buscando exclusivamente tus manos. Esta vez, te fuiste directamente a la solución, sin molestarte en seguir, al pie de la letra, la orden dada: despertar en otro sueño.