Don Juan me explicó que hay propiamente dos maneras de cruzar la segunda compuerta del ensueño. Una es despertarse en otro sueño; es decir, soñar que uno está soñando y luego soñar que uno se despierta de ese sueño. La otra alternativa es usar los objetos de un sueño para provocar otro sueño, como yo lo hice.
Don Juan me dejó practicar, sin ninguna interferencia de su parte, como lo había estado haciendo desde el principio. Y corroboré las dos alternativas: o soñaba que tenía un sueño del cual soñaba que me despertaba o pasaba rápidamente de un objeto definido, accesible a mi atención de ensueño inmediata, a otro no tan accesible o entraba en una ligera variación de la segunda: mantenía la atención de ensueño fija en cualquier objeto de un sueño, hasta que el objeto cambiaba de forma, y al cambiar me jalaba a otro sueño a través de un vórtice zumbante. Sin embargo, nunca fui capaz de decidir de antemano cuál de las tres alternativas iba a seguir. La manera como mis prácticas siempre terminaban era el extinguirse mi atención de ensueño, lo cual finalmente me hacia despertar, o me hacia caer en un oscuro y profundo sopor.
Lo único que me molestaba en mis prácticas era una peculiar interferencia, un sobresalto de inquietud o miedo que había empezado a experimentar con una creciente frecuencia. El modo como yo lo descartaba era creyendo que se debía a mis terribles hábitos de alimentación, o al hecho de que, en ese entonces, don Juan me hacia ingerir plantas alucinógenas como parte de mi entrenamiento. Con el tiempo, esos sobresaltos se volvieron tan prominentes que le tuve que pedir a don Juan su consejo.
– Has entrado ahora en el aspecto más peligroso del conocimiento de los brujos -comenzó-. Un verdadero espanto, una real pesadilla. Podría hacerlo pasar por broma y decir que no te mencioné esta posibilidad porque quería proteger tu mimada racionalidad, pero no puedo. Todos los brujos tienen que enfrentarse con esto. Mucho me temo que aquí es donde, probablemente, tú creas que te estás volviendo loco.
Don Juan me explicó muy solemnemente que la vida y la conciencia, siendo exclusivamente una cuestión de energía, no son propiedad exclusiva de los organismos. Dijo que los brujos han visto dos tipos de seres conscientes en la tierra: los seres orgánicos y los seres inorgánicos; y que comparando unos con otros, han visto que ambos son masas luminosas, traspasadas desde todo ángulo imaginable por millones de filamentos energéticos del universo. La diferencia entre una clase y la otra es en su forma y en su grado de luminosidad. Los seres inorgánicos son largos, parecidos a una vela, pero opacos, mientras que los seres orgánicos son redondos y sin duda los más luminosos. Otra notable diferencia es que la vida y la conciencia de los seres orgánicos es corta, ya que están hechos para efectuar movimientos rápidos y estar siempre de prisa; mientras que la vida de los seres inorgánicos es infinitamente más larga, y su conciencia infinitamente más calma y profunda.
– Los brujos no tienen ningún problema en interactuar con ellos -continuó don Juan-. Los seres inorgánicos poseen el ingrediente crucial para esta interacción: conciencia de ser.
– ¿Pero existen realmente esos seres inorgánicos, como usted y yo existimos? -pregunté.
– Por supuesto que existen -contestó-. Créeme, los brujos son gente muy inteligente; bajo ninguna circunstancia tomarían las aberraciones de la mente como algo verdadero.
– ¿Por qué dice usted, don Juan, que están vivos?
– Para los brujos, el tener vida quiere decir tener conciencia de ser. Quiere decir tener un punto de encaje, con su resplandor de conciencia; esta es una condición indicadora para los brujos de que el ser que los enfrenta, ya sea orgánico o inorgánico, es totalmente capaz de percibir. Los brujos toman la percepción como clave de estar vivo.
– Entonces los seres inorgánicos también mueren. ¿No es cierto, don Juan?
– Naturalmente. Pierden su conciencia de ser, al igual que nosotros, excepto que la duración de su conciencia de ser es asombrosa.
– ¿Se les aparecen estos seres inorgánicos a los brujos?
– Es muy difícil decir qué es lo que sucede con ellos. Digamos que esos seres son atraídos por nosotros, o mejor aún, digamos que están obligados a interactuar con nosotros.
Don Juan me escudriñó asiduamente.
– No estás escuchando absolutamente nada de esto -dijo con un tono, no de reproche, pero si de sorpresa.
– Me es casi imposible pensar acerca de esto racionalmente -le dije.
– Te advertí que este tema iba a abrumar tu razón. Lo más indicado es suspender todo juicio y dejar que las cosas tomen su curso; esto quiere decir que los seres inorgánicos se acercarán a ti.
– ¿Está usted hablando en serio, don Juan?
– Por supuesto que estoy hablando en serio. La dificultad con los seres inorgánicos es que su conciencia de ser es muy lenta en comparación con la nuestra. Les toma años reconocer a un brujo. De allí que es aconsejable tener paciencia y saber esperar. Tarde o temprano se nos presentan. Pero no como tú o yo lo haríamos. Tienen una manera muy peculiar de hacerse notar.
– ¿Qué hacen los brujos para que los seres inorgánicos muestren su presencia? ¿Tienen un rito?
– Bueno, ciertamente no se paran a media calle, al dar la media noche, y los llaman con trémulas voces, si eso es a lo que te refieres.
– ¿Entonces, qué es lo que hacen?
– Los atraen en el sueño. Te dije que los brujos hacen algo más que atraerlos; con el acto de ensoñar, los brujos obligan a esos seres a interactuar con ellos.
– ¿Y cómo los obligan?
– Ensoñar es sostener la posición a la que el punto de encaje se desplazó durante los sueños. Este acto crea una carga de energía muy especial, la cual los atrae y atrapa su atención. Es como poner cebo en un anzuelo; los peces se van tras él. Al llegar a las dos primeras compuertas del ensueño y al cruzarlas, los brujos les tiran el anzuelo a esos seres, y los obligan a presentarse.
"Al cruzar la segunda compuerta, les hiciste saber que estás en subasta. Ahora debes esperar a que te den una señal de su parte."
– ¿Qué clase de señal, don Juan?
– Posiblemente la aparición de uno de ellos, aunque me parece demasiado pronto para eso. Soy de la opinión que su señal va a ser simplemente una interferencia en tus sueños. Creo que los sobresaltos de miedo que estás experimentando últimamente no son indigestión, sino sacudidas de energía que te producen los seres inorgánicos.
– ¿Qué debo hacer, don Juan?
– Debes calibrar tus expectativas.
No entendí lo que me quería decir. Me explicó cuidadosamente que nuestra expectativa normal, cuando interactuamos con nuestros semejantes o con otros seres orgánicos, es obtener una respuesta inmediata a nuestro deseo de interacción. Con los seres inorgánicos esa expectativa nuestra debe ser recalibrada, puesto que están separados de nosotros por una formidable barrera: energía que se mueve a una velocidad diferente. Los brujos deben considerar esta diferencia y alargar la duración de su deseo de interactuar con ellos y sostenerlo durante todo el tiempo que sea necesario.
– Los brujos llaman a esto recalibrar sus expectativas -añadió-. Y el ensueño es el medio ideal para lograrlo.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que en la práctica del ensueño debe ser incluido el deseo de interactuar con ellos?
– La práctica del ensueño es el único modo de interactuar con ellos. Para lograr un perfecto resultado, a la práctica se debe agregar el intento de alcanzar a esos seres inorgánicos, pero alcanzarlos con una sensación de poder y confianza, con una sensación de fuerza, de desapego. Se deben evitar a toda costa sensaciones de miedo o morbosidad. Son bastante mórbidos de por sí; aumentar su morbosidad con la nuestra es una imbecilidad.
– Estoy un poco confundido, don Juan, acerca de cómo se les aparecen a los brujos. ¿Cuál es esa manera particular de manifestarse que usted mencionó?