– No puedo concebir el mundo de ninguna otra manera, don Juan -me quejé-. Es, sin lugar a dudas, un mundo de objetos. Para probarlo, todo lo que tenemos que hacer es estrellarnos contra ellos.
– Por supuesto que es un mundo de objetos; no estamos discutiendo eso.
– ¿Qué es lo que estamos discutiendo entonces?
– Lo que estoy discutiendo es que, primero, este es un mundo de energía, y después, un mundo de objetos. Si no empezamos con la premisa de que es un mundo de energía, nunca seremos capaces de percibir energía directamente. Siempre nos detendrá la certeza física de lo que tú acabas de señalar: la solidez de los objetos.
Su argumento me dejó perplejo. En aquellos días, mi mente simplemente rehusaba considerar que hubiera otra alternativa de percibir el mundo, excepto aquella con la cual estamos todos nosotros familiarizados. Las afirmaciones de don Juan y los puntos que se esforzaba en plantearme eran proposiciones estrafalarias que yo no podía aceptar, pero que tampoco podía rehusar.
– Nuestra manera de percibir es la manera en que un predador percibe -me dijo don Juan en una ocasión-. Una manera muy eficiente de evaluar y clasificar la comida y el peligro. Pero esa no es la única manera que somos capaces de percibir. Hay otro modo; el que te estoy enseñando: el acto de percibir la energía misma, directamente.
"Percibir la esencia de todo nos hace comprender, clasificar y describir al mundo, en términos completamente nuevos; en términos mucho más incitantes y sofisticados.
Esto era lo que don Juan afirmaba. Y los términos más sofisticados, a los que se refería, eran aquellos que le enseñaron sus predecesores. Términos que corresponden exclusivamente a premisas básicas de la brujería; premisas que no tienen fundamento racional, ni relación alguna con las verdades de nuestro mundo de todos los días, pero que sí son realidades evidentes para aquellos brujos que perciben energía directamente y ven la esencia de todo.
Para tales brujos, el acto más significativo de la brujería es el ver la esencia del universo. De acuerdo a don Juan, los brujos de la antigüedad, los primeros en verla, la describieron de la mejor manera posible. Dijeron que se asemeja a hilos incandescentes que se extienden en el infinito, en todas las direcciones concebibles; filamentos luminosos que están conscientes de sí mismos, en formas imposibles de comprender.
De ver la esencia del universo, los brujos de la antigüedad pasaron a ver la esencia de los seres humanos. La describieron como una configuración blanquecina y brillante, parecida a un huevo gigantesco. Y por ello llamaron a esa configuración el huevo luminoso.
– Cuando los brujos ven seres humanos -dijo don Juan-, ellos ven una gigantesca forma luminosa que flota, y que al moverse va haciendo un profundo surco en la energía de la tierra; como si tuviera una profunda raíz que va arrastrándola.
La idea de don Juan era que nuestra forma energética continúa cambiando a medida que pasa el tiempo. Dijo que todos los videntes que él conocía, incluso él mismo, veían que los seres humanos son más como bolas, o aun como lápidas sepulcrales, que huevos; pero que de vez en cuando, debido a razones desconocidas, los brujos ven una persona cuya energía tiene la forma de un huevo luminoso. Lo que don Juan sugirió fue que quizá las personas que hoy en día tienen la forma de un huevo luminoso son más semejantes a la gente de tiempos antiguos.
En el curso de sus enseñanzas, don Juan discutió y explicó repetidamente lo que él consideraba el hallazgo decisivo de los brujos de la antigüedad. Lo describió como la característica crucial de los seres humanos como globos luminosos: un punto redondo de intensa luminosidad, del tamaño de una pelota de tenis, alojado permanentemente dentro del globo luminoso, al ras de su superficie, aproximadamente sesenta centímetros detrás de la cresta del omóplato derecho.
Ya que yo tenía mucha dificultad en visualizar esto, don Juan me explicó que la bola luminosa es mucho más grande que el cuerpo humano; que el punto de intensa brillantez es parte de esta bola de energía; y que está colocado en un lugar a la altura del omóplato derecho, a un brazo de distancia de la espalda de una persona. Dijo que después de ver lo que este punto hace, los brujos antiguos lo llamaron el punto de encaje.
– ¿Qué es lo que hace el punto de encaje? -le pregunté.
– Nos hace percibir -contestó-. Los brujos de la antigüedad vieron que en los seres humanos ese es el punto donde la percepción tiene lugar. Viendo que todos los seres vivientes tienen tal punto de brillantez, los brujos de la antigüedad llegaron a la conclusión de que la percepción en general ocurre en ese punto.
– ¿Qué fue lo que los brujos de la antigüedad vieron para llegar a la conclusión de que la percepción ocurre en el punto de encaje? -pregunté.
Respondió que, primero, vieron que de los millones de filamentos de energía del universo que pasan a través de la bola luminosa, sólo un pequeño número de éstos pasa directamente por el punto de encaje, como es de esperarse, ya que es pequeño en comparación con la totalidad de la bola.
Después vieron que un resplandor esférico, ligeramente más grande que el punto de encaje, siempre lo rodea, y que este resplandor intensifica enormemente la luminosidad de los filamentos que pasan directamente a través del punto de encaje.
Y finalmente, vieron dos cosas; la primera, que el punto de encaje de los seres humanos se puede desalojar del lugar donde usualmente se localiza. Y la segunda, que cuando el punto de encaje está en su posición habitual, a juzgar por el normal comportamiento de los sujetos observados, la percepción y la conciencia de ser, son usuales. Pero cuando el punto de encaje y la esfera de resplandor que lo rodea están en una posición diferente a la habitual, el insólito comportamiento de los sujetos observados es prueba de que su conciencia de ser es diferente y de que están percibiendo de una manera que no les es familiar.
La conclusión que los brujos de la antigüedad sacaron de todo esto fue que cuanto mayor es el desplazamiento del punto de encaje, más insólito es el consecuente comportamiento, y la consiguiente percepción del mundo y la conciencia de ser.
– Date cuenta de que cuando hablo de ver, siempre te digo que lo que veo tiene la apariencia de algo conocido, o es como esto o lo otro -don Juan me previno-. Todo lo que uno ve es algo tan único, que no hay manera de hablar de ello, excepto comparándolo con algo que nos es natural.
Dijo que un ejemplo adecuado era la forma en que los brujos tratan el punto de encaje y el resplandor que lo rodea. Los describen como una brillantez, y sin embargo no puede ser una brillantez ya que los videntes los ven sin sus ojos. Como de una u otra manera tienen que traducir su experiencia a términos visuales, dicen que el punto de encaje es una mancha de luz, y que alrededor de ella hay una especie de halo, un resplandor. Don Juan señaló que somos de tal modo visuales, y que estamos de tal modo regidos por nuestra percepción de predadores, que todo lo que vemos tiene que ser integrado a lo que el ojo de predador normalmente ve.
Después de ver lo que el punto de encaje y el resplandor que lo rodea parecen hacer, los brujos de la antigüedad ofrecieron una explicación. Propusieron que en los seres humanos, la esfera resplandeciente que rodea al punto de encaje se enfoca en los millones de filamentos energéticos del universo que pasan directamente a través de él; y al hacerlo, automáticamente y sin premeditación alguna, junta a esos filamentos de energía, unos con los otros, los aglutina, creando la percepción estable de un mundo.