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– Por supuesto, esos brujos de la antigüedad vivieron y se multiplicaron en esta área -dijo observando mi reacción-, aquí en este pueblo. Este pueblo moderno fue construido sobre los cimientos de uno de sus pueblos. Los brujos de la antigüedad hicieron todos sus tratos aquí en este sitio.

– ¿Le consta a usted esto, don Juan?

– Me consta, y muy pronto a ti también te constará.

Mi creciente ansiedad me forzó a hacer algo que detestaba: enfocarme en mí mismo. Sintiendo mi frustración, don Juan me aguijoneó.

– Muy pronto vamos a saber si realmente eres como los brujos antiguos, o como los de ahora -dijo.

– Me está volviendo loco con toda esta extraña y siniestra conversación -protesté.

El haber estado con don Juan por trece años me había condicionado, primero que nada, a concebir el pánico como algo que estaba siempre a un paso de distancia, justo para venírseme encima.

Don Juan parecía indeciso. Noté sus miradas furtivas en dirección de la iglesia. Parecía estar distraído. Cuando le hablé no me escuchó; le tuve que repetir mi pregunta.

– ¿Está usted esperando a alguien?

– Sí -dijo-. Ciertamente que sí. Ahorita nomás estaba sintiendo todo lo que está alrededor nuestro. Me agarraste en el acto de escudriñar con mi cuerpo energético.

– ¿Qué es lo que sintió, don Juan?

– Mi cuerpo energético siente que todo está en perfecto orden. La obra se llevará a cabo esta noche. Tú eres el principal protagonista. Yo soy un personaje con un papel secundario pero significativo y salgo en escena sólo en el primer acto.

– ¿De qué está usted hablando, don Juan?

No me contestó. Sonrió como un personaje benévolo.

– Estoy preparando el terreno -dijo-. Dándote una frotación, por así decirlo, con la idea de que los brujos de ahora han aprendido una dura lección. Se han dado cuenta de que pueden tener la energía para ser libres solamente si se mantienen desapegados. Hay un tipo peculiar de desapego que no nace ni del miedo ni de la pereza, sino de la convicción.

Don Juan hizo una pausa y se levantó, estiró los brazos hacia enfrente y hacia los lados y luego hacia atrás.

– Haz lo mismo -me aconsejó-. Te tonifica el cuerpo, y tienes que estar muy fuerte para enfrentar lo que te espera esta noche. Un desapego total o una absoluta entrega a tus vicios es lo que te espera esta noche. Es una decisión que cada nagual en mi linaje tiene que hacer.

Se sentó otra vez y respiró profundamente. Lo que dijo y la manera como lo dijo pareció haber consumido toda su energía.

– Creo que puedo entender el desapego y lo opuesto a ello -prosiguió-, ya que tuve el privilegio de conocer a dos naguales: mi benefactor, el nagual Julián y su benefactor, el nagual Elías. Fui capaz de autentificar la diferencia entre los dos. El nagual Elías era desapegado hasta el punto de pasar por alto un regalo de poder. El nagual Julián era también desapegado, pero no lo suficiente como para hacer eso.

– Guiándome por su tono y sus palabras -dije-, diría que usted me va a poner a prueba esta noche. ¿No es así?

– Yo no tengo la energía para ponerte a ninguna clase de prueba, pero el espíritu sí -dijo con una sonrisa y añadió-, yo no soy más que su agente.

– ¿Qué me va a hacer el espíritu, don Juan?

– Todo lo que te puedo decir es que esta noche alguien te va a dar una lección de ensueño, en la forma en que las lecciones de ensueño se solían dar, pero no soy yo quien te va a dar esa lección. Otra persona más va a ser tu maestro y te va a guiar esta noche.

– ¿Quién va a ser mi maestro y guía?

– Un visitante que puede ser una horrenda sorpresa para ti, o no ser una sorpresa en absoluto.

– ¿Y cuál es la lección de ensueño que voy a recibir?

– Es una lección sobre la cuarta compuerta del ensueño. Y está dividida en dos partes. Te voy a explicar ahora la primera parte. Nadie te puede explicar la segunda parte, ya que es algo que te incumbe sólo a ti. Todos los naguales de mi línea tuvieron esta lección de dos partes; pero ninguna de las lecciones fue igual, ya que fueron hechas a la medida de cada uno de esos naguales.

– Sus explicaciones no me ayuda en nada, don Juan. Lo que hacen es ponerme más y más nervioso.

Nos quedamos callados por un largo rato. Estaba yo tan inquieto que no sabía cómo expresarme sin tener que quejarme.

– Como ya bien sabes, para los brujos de hoy en día percibir energía directamente es una cuestión de logro personal -dijo don Juan-. Una cuestión de manejar y desplazar el punto de encaje por medio de la disciplina. Para los brujos antiguos, el desplazamiento del punto de encaje era una consecuencia de su subyugación a otros: sus maestros, quienes lograban desplazarlo con tenebrosas operaciones que daban a sus discípulos como regalos de poder.

"Alguien con más energía que nosotros nos puede influenciar sin medida -prosiguió-. Por ejemplo, el nagual Julián me podría haber convertido en un esclavo idiota, o en un demonio, o un santo. Pero él era un nagual impecable y me dejó libre para ser lo que yo fuere. Los brujos antiguos no eran así de impecables. Con sus incesantes esfuerzos para controlar a otros, crearon una situación de terror que pasó de maestro a discípulo.

Se levantó y escudriñó todo lo que estaba a los alrededores.

– Como puedes ver, este pueblo no es gran cosa -continuó-. Pero tiene una fascinación única para los guerreros de mi línea. Aquí yace la fuente de lo que somos y la fuente de lo que no queremos ser.

"Ya que me encuentro al final de mi estadía, te tengo que poner al tanto de ciertas ideas; contarte ciertas historias; ponerte en contacto con ciertos seres, aquí mismo en este pueblo, exactamente como mi benefactor lo hizo conmigo.

Don Juan dijo que estaba reiterando algo con lo cual yo ya estaba familiarizado, que todo lo que él era y todo lo que sabía eran un legado de su maestro el nagual Julián, quien heredó todo de su maestro el nagual Elías. El nagual Elías del nagual Rosendo; él del nagual Luján; el nagual Luján del nagual Santisteban; y el nagual Santisteban del nagual Sebastián.

En un tono muy formal, me volvió a decir algo que ya me había explicado muchas veces antes, que hubo ocho naguales antes del nagual Sebastián, pero que fueron bastante distintos, porque tuvieron una actitud diferente hacia la brujería y un concepto contradictorio de ésta, aunque aún estaban directamente relacionados con su linaje.

– Ahora debes recordar y repetirme todo lo que te haya dicho sobre el nagual Sebastián me pidió.

Su petición me pareció extraña, pero le repetí todo lo que él o sus compañeros me habían dicho acerca del nagual Sebastián y el mítico brujo antiguo, el desafiante de la muerte, conocido por ellos como el inquilino.

– Sabes que el desafiante de la muerte nos da regalos de poder a cada nueva generación de naguales -dijo don Juan-. Y la naturaleza especifica de esos regalos de poder es lo que cambió el curso de nuestro linaje.

Explicó que, siendo el inquilino un brujo de la escuela antigua, aprendió de sus maestros todo lo enmarañado del desplazamiento del punto de encaje. Ya que tenía quizá miles de años de una insólita vida y conciencia -amplio tiempo para perfeccionar cualquier cosa- sabía cómo lograr y mantener cientos, si no es que miles de nuevas posiciones del punto de encaje. Sus regalos eran dos cosas: mapas para lograr desplazamientos del punto de encaje a sitios específicos, y manuales sobre cómo inmovilizarlo en cualquiera de esas posiciones para de esta forma adquirir cohesión.

Don Juan llegó esa noche a la cúspide de su arte de narrador. Nunca lo había visto tan dramático. Si no lo hubiera conocido bien, podría haber jurado que su voz reflejaba profundamente la preocupación de alguien poseído por el miedo o la ansiedad. Sus gestos me dieron la impresión de que yo estaba presenciando la actuación de un gran actor, al interpretar a la perfección el nerviosismo y la preocupación.