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En un tono confidencial, le revelé a Carol que el desafiante de la muerte era una mujer. Ella, imperturbable, dijo que ya lo sabía.

– ¿Cómo puedes saberlo? -grité-. Además de don Juan, nadie ha sabido esto nunca. ¿Te lo dijo don Juan?

– Por supuesto que me lo dijo -contestó, sin perturbarse por mis gritos-. Lo que has pasado por alto es que yo también conocí a la mujer de la iglesia. La conocí antes que tú. Hablamos amigablemente en la iglesia por un buen rato.

Creí que Carol me decía la verdad. Lo que estaba describiendo era algo que don Juan haría. Con toda probabilidad, había mandado primero a Carol como un explorador, para sacar conclusiones.

– ¿Cuándo viste al desafiante de la muerte? -pregunté.

– Hace un par de semanas -me contestó en un tono casi indiferente-. Para mí no fue gran cosa, no tenía energía que darle, o por lo menos, no la energía que esa mujer quiere.

– ¿Entonces por qué la viste? ¿Es también parte del acuerdo entre los brujos y el desafiante de la muerte tratar con la mujer nagual?

– La vi porque el nagual dijo que tú y yo somos intercambiables, y no por otra razón. Nuestros cuerpos energéticos se han fusionado muchas veces. ¿No te acuerdas? La mujer y yo hablamos de la facilidad con la que nos fusionamos. Me quedé con ella como tres o cuatro horas, hasta que el nagual entró y me sacó.

– ¿Te quedaste en la iglesia todo el tiempo? -pregunté.

No podía creer que se hubieran quedado arrodilladas ahí por tres o cuatro horas hablando simplemente de la fusión de nuestros cuerpos energéticos.

– Me llevó a otra faceta de su intento -concedió Carol después de pensar por un momento-. Me hizo ver cómo se escapó de sus captores.

Carol Tiggs me contó entonces una historia de lo más intrigante. Dijo que de acuerdo a lo que la mujer de la iglesia le hizo ver, todos los brujos de la antigüedad cayeron, irrevocablemente, presos de los seres inorgánicos. Después de capturarlos, los seres inorgánicos les daban poder para ser los intermediarios entre nuestro mundo y su reino; un reino que la gente conocía como el otro mundo.

El desafiante de la muerte fue inevitablemente atrapado en las redes de los seres inorgánicos. Carol estimaba que quizá había pasado miles de años como prisionero, hasta el momento en que fue capaz de transformarse en mujer. Llegó a la clara conclusión de que esa era su única salida de ese mundo el día que descubrió que los seres inorgánicos contemplan el principio femenino como indestructible. Descubrió que ellos creen intensamente que el principio femenino tiene tal flexibilidad, y que su campo es tan vasto, que los seres femeninos no caen fácilmente en trampas y arreglos, y que difícilmente puede caer o permanecer en prisión. Después de averiguar esto, la transformación del desafiante de la muerte fue tan completa y tan detallada que instantáneamente lo arrojaron fuera del reino de los seres inorgánicos.

– ¿Te dijo que los seres inorgánicos aún la persiguen? -pregunté.

– Por supuesto que la persiguen -me aseguró Carol-. La mujer me dijo que tiene que cuidarse de sus perseguidores cada momento de su existencia.

– ¿Qué le pueden hacer?

– Darse cuenta de que era un hombre, y capturarla de vuelta, supongo. Creo que les tiene miedo, más de lo que tú crees que sea posible temerle a nada.

Imperturbablemente, Carol me dijo que la mujer de la iglesia estaba totalmente consciente de mi encuentro con los seres inorgánicos; y que también sabía del explorador azul.

– Sabe todo acerca de ti y de mí -Carol continuó-. Y no porque yo le haya dicho nada, sino porque ella es parte de nuestras vidas y de nuestro linaje. Mencionó que siempre nos había seguido a todos nosotros; y a ti y a mi en particular.

Carol me enumeró los eventos de nuestras vidas que la mujer conocía, en los que Carol y yo habíamos actuado juntos. Al estar Carol hablando, empecé a experimentar una nostalgia única por la misma persona que estaba enfrente de mí: Carol Tiggs. Deseaba desesperadamente abrazarla. Traté de alcanzarla, pero perdí el equilibrio y caí al suelo.

Carol me ayudó a levantarme hacia la banca. Examinó ansiosamente mis piernas y las pupilas de mis ojos; mi cuello y la parte baja de mi espalda. Dijo que aún estaba sufriendo un impacto energético. Sostuvo mi cabeza en su regazo, y me acarició como si fuera un niño que fingía estar enfermo, y al cual había que seguirle la cuerda.

Después de un rato me sentí mejor, hasta empecé a recobrar el control de mi cuerpo.

– ¿Qué te parece la ropa que traigo puesta? -me preguntó Carol de repente-. ¿Estoy demasiado engalanada para la ocasión? ¿Crees que me veo bien?

Carol Tiggs estaba siempre exquisitamente vestida. Si había algo seguro acerca de ella era su impecable gusto con respecto a la ropa. Durante todo el tiempo que la había conocido, era una broma entre don Juan y el resto de nosotros que su única virtud era su pericia para comprar ropa y usarla con elegancia y estilo.

Su pregunta me pareció muy extraña, y le hice un comentario.

– ¿Por qué estarías tú insegura de tu apariencia? Nunca antes te ha molestado. ¿Estás tratando de impresionar a alguien?

– Por supuesto, estoy tratando de impresionarte a ti -dijo.

– Pero este no es el momento -protesté-. Lo que importa es lo que está sucediendo con el desafiante de la muerte, no tu apariencia.

– Te sorprendería saber lo importante que es mi apariencia -se rió-. Mi apariencia es un asunto de vida o muerte para nosotros dos.

– ¿De qué me estás hablando? Me haces recordar al nagual preparando mi encuentro con el desafiante de la muerte. Casi me vuelve loco con sus misterios.

– ¿Estaban justificados sus misterios? -preguntó Carol con una expresión mortalmente seria.

– Ciertamente que lo estaban -admití.

– También mi apariencia. Sígueme la corriente. ¿Cómo me encuentras? ¿Atractiva? ¿Común y corriente? ¿Repulsiva? ¿Abrumadora? ¿Mandona?

Pensé por un momento e hice mi evaluación. Encontré a Carol muy atractiva. Esto me pareció bastante extraño. Nunca había pensado conscientemente sobre su atractivo.

– Te encuentro divinamente hermosa -le dije-. De hecho, estás verdaderamente despampanante.

– Entonces esta debe ser la apariencia correcta -suspiró.

Trataba yo de comprender lo que ella quería decir cuando volvió a hablar. Me preguntó:

– ¿Cómo te fue con el desafiante de la muerte?

Le conté brevemente sobre mi experiencia; sobre todo el primer ensueño. Le dije que creía que el desafiante de la muerte me había hecho ver ese pueblo, pero en otro tiempo en el pasado.

– Pero eso no es posible -dijo abruptamente-. En el universo no hay ni pasado ni futuro; sólo existe el momento.

– Sé que era el pasado -dije-. Era la misma iglesia, pero un pueblo diferente.

– Piensa por un momento -insistió-. Lo único que hay en el universo es energía, y la energía tiene solamente aquí y ahora, un infinito y siempre presente aquí y ahora.

– ¿Entonces qué crees que me pasó, Carol?

– Cruzaste la cuarta compuerta del ensueño con la ayuda del desafiante de la muerte -dijo-. La mujer de la iglesia te llevó a su ensueño, a su intento. Te llevó a su visualización de este pueblo. Obviamente, lo visualizó en el pasado, y esa visualización está aún intacta en ella; como su visualización actual de este pueblo debe de estarlo también.

Después de un largo rato me hizo otra pregunta.

– ¿Qué más hizo la mujer contigo?

Le conté sobre el segundo ensueño. El ensueño del pueblo como existe hoy en día.

– Ahí tienes -dijo-. No sólo te llevó la mujer a su viejo intento, sino que además te ayudó a cruzar la cuarta compuerta haciendo que tu cuerpo energético viajara a otro lugar que existe hoy, por supuesto, únicamente en su intento.

Carol hizo una pausa, y me preguntó si la mujer de la iglesia me había explicado lo que significaba intentar en la segunda atención. Carol estaba hablando de conceptos que don Juan nunca mencionaba.

– ¿De dónde sacaste todas esas insólitas ideas? -pregunté verdaderamente maravillado de lo lúcida que estaba.