– ¿Cuánto tiempo llevaba muerto? -preguntó Karin, que ya había recuperado el color del rostro.
– Es difícil precisarlo. A juzgar por la temperatura del cuerpo, yo diría que por lo menos seis horas. Pero ya os digo que esto es una suposición, habrá que esperar el resultado preliminar de la autopsia que haga el forense.
– Otra cosa: ¿cómo va el tema de huellas? -inquirió Knutas.
– En la Puerta apenas hemos encontrado nada interesante: algunas colillas de cigarrillos y chicles, pero que muy bien podían haber estado allí con anterioridad. Al lado de la Puerta hay roderas de coche recientes, así como huellas de zapatos. Hacia Östergravar, lógicamente, está todo lleno de huellas de zapatos y demás. Allí también hemos estado buscando con los perros, pero de momento no hemos dado con nada de interés.
Wittberg miró a sus colegas con gesto de duda y apuntó:
– ¿Podría tratarse de algo tan simple como un robo?
– Aunque al ladrón se le fuera la mano y acabase con la vida de la víctima, ¿por qué iba a tomarse la molestia de colgarla en la puerta después? -repuso Karin con escepticismo-. La verdad, parece poco creíble.
Sohlman carraspeó.
– Y ahora, si no se os ofrece nada más, me gustaría volver allí. Apagó el ordenador y encendió las luces antes de abandonar la sala.
Knutas miró circunspecto al resto de los asistentes.
– La cuestión del móvil tendremos que dejarla para más adelante. Es demasiado pronto para especular sobre ese asunto. Ahora lo que hay que hacer es empezar a investigar la vida de Egon Wallin, sus negocios, empleados, vecinos, amigos, familiares, su pasado, todo. Karin y Thomas se encargarán de ello. Lars, tú te ocuparás de la prensa; los periodistas van a caer sobre nosotros como buitres. Además, el hecho de que la víctima apareciera colgada de esa manera no va a contribuir a hacernos las cosas más sencillas. Ya sabéis cómo les gustan a los hurones de los periodistas las noticias sensacionalistas; con ésta se van a cebar.
– ¿No deberíamos convocar una rueda de prensa hoy mismo? -propuso Lars Norrby-. De lo contrario, tendremos que pasarnos el día al teléfono. Y todos preguntarán lo mismo.
– Me parece un poco pronto -objetó el comisario-. ¿No bastará de momento con un comunicado de prensa?
Knutas detestaba las ruedas de prensa y trataba de evitarlas siempre que le era posible. Al mismo tiempo, entendía el punto de vista de Lars.
– No sé, parece que esto va a suscitar mucha expectación. ¿No sería mejor quitarnos a todos de encima al mismo tiempo?
– Está bien, enviaremos un comunicado de prensa después de esta reunión. Confirmaremos que se trata de un asesinato e informaremos de que se celebrará una rueda de prensa por la tarde. ¿Te parece bien?
Norrby asintió con la cabeza.
– Y ahora vamos a esforzarnos al máximo para averiguar cuanto podamos acerca de Wallin y de lo que hizo los días previos al asesinato. ¿Con quién se encontró? ¿Qué hizo el día del asesinato? ¿Quién fue la última persona que lo vio con vida? Este asesinato no puede ser fruto de una casualidad.
Capítulo 12
En el avión Johan tuvo tiempo de pensar en Emma. Todo sucedió tan deprisa que ni siquiera pudo tratar de llamarla otra vez. Ahora iban a verse antes de lo que habían planeado. Recordó la imagen de la cara de Emma la última vez que se encontraron: los ojos oscuros, la tez pálida y sus labios sensuales. Él creía que cuando se despidieron, ella lo había mirado de un modo diferente. Como si ahora significara para ella más que antes. Llevaban tres años implicados en una relación compleja, con avances y retrocesos y, con todo, el tiempo pasado desde que apareció Emma era el mejor de su vida.
Se apoyó en el respaldo y miró por la ventanilla. Las nubes algodonosas le recordaron la playa cubierta por la neblina en la que se perdió Helena Hillerström tres años antes, cuando se encontró con su asesino. Era la mejor amiga de Emma, y fue entonces cuando se conocieron. Johan entrevistó a Emma e iniciaron una relación. Ella entonces estaba casada y, además, tenía dos hijos. Qué lejano parece aquello, pensó. Ahora, Emma llevaba un año separada de Olle y había tenido otra hija; el padre de esa niña era Johan. Elin tenía ocho meses y era una preciosidad. Pero no resultó nada fácil cuidar esa nueva relación. Había muchos factores que complicaban la situación, muchas personas involucradas.
Johan tenía el puesto de trabajo en Estocolmo, y no podía hacer gran cosa al respecto. Emma debía pensar en Sara y Filip, sus hijos mayores. Su ex marido había empezado otra vez a incordiar y a poner impedimentos en todo lo que tenía que ver con los niños.
Tuvieron que luchar contra viento y marea, por decirlo de una forma suave. Johan creyó en varias ocasiones que la relación se acercaba a su fin, pero siempre habían encontrado la forma de seguir juntos. En este momento parecía que su amor era más fuerte que nunca. Él había aceptado que Emma necesitaba tiempo para estar con sus hijos, que aún no estaba preparada para irse a vivir con él, a pesar de que tenían a Elin.
Procuraban verse tan a menudo como podían. Johan viajaba a Gotland por motivos laborales como mínimo una vez por semana, pero eso le parecía muy poco. Solicitaría el permiso por paternidad después del verano y entonces viviría en casa de Emma, en Roma. Esa iba a ser la prueba de fuego. Si todo salía bien, se casarían al año siguiente y empezarían a vivir juntos de verdad. Eso era en cualquier caso lo que deseaba Johan.
En su lista de deseos figuraba también tener otro hijo, pero ahí tenía que avanzar con prudencia. Emma se había opuesto enérgicamente a la idea las veces que se había atrevido a abordar el tema.
Apenas había tenido tiempo de terminarse el café cuando el comandante comunicó que iniciaban la maniobra de aterrizaje en el aeropuerto de Visby. Johan siempre se sorprendía de lo rápido y fácil que era volar a la isla. Cuando estaba en casa en Estocolmo y echaba de menos a Emma y a Elin, Gotland le parecía dolorosamente lejana. Y ahora ya casi estaba allí.
Capítulo 13
Cuando llegó, Pia estaba esperándolo con el coche de la Televisión Sueca. Llevaba el pelo alborotado, según su costumbre, y los ojos, como siempre muy maquillados. En la nariz le brillaba una perla de color lila. Sonrió y le dio un abrazo.
– Hola; me alegro de verte. Parece que empiezan a pasar cosas.
Sus ojos castaños chispeaban.
– La policía ha difundido hace un momento un comunicado de prensa. Sospechan que se trata de un crimen.
Con gesto de triunfo, le pasó la nota a Johan.
Esto era lo que de verdad le gustaba a Pia. Emoción. Movimientos rápidos.
Leyó el escueto comunicado. Habían convocado una rueda de prensa a las cuatro de la tarde. Sacó un bloc de notas y un bolígrafo y le pidió a Pia que subiera el volumen de la radio para poder seguir la emisión local.
– ¿Han dicho algo acerca de cómo lo asesinaron?
– ¡Santo cielo!, claro que no.
Pia puso los ojos en blanco y condujo el coche a través de la Puerta Norte, donde hizo un giro brusco para subir por la cuesta de Rackarbacken.
– Pero sé la identidad de la víctima -añadió satisfecha.
– ¿Ah, sí? ¿Quién es?
– Se llama Egon Wallin, y es muy conocido aquí, en la ciudad. Dirige, bueno, dirigía -se corrigió al instante- la galería más grande que hay en Visby ya sabes, la que está en Stora Torget.
– ¿Cuántos años tenía?
– Andaría por los cincuenta, creo yo; casado y con dos hijos. Nació en Gotland, en Sundre, y se casó también con una isleña. Parecía una persona de lo más tranquila y honesta, por lo que parece improbable que se trate de un ajuste de cuentas entre criminales.
– ¿Podría tratarse de un robo?
– Tal vez; pero si el ladrón sólo quería su dinero, ¿por qué iba a matarlo y tomarse luego la molestia de colgar el cadáver en la Puerta? ¿No resulta demasiado rebuscado?