Dio un frenazo y detuvo el coche en el aparcamiento que había por encima de la catedral. Sin duda, el aparcamiento sueco con las vistas más bellas, pensó Johan mientras contemplaba la ciudad que se extendía a sus pies, con la imponente catedral, las casas apiñadas y las ruinas medievales. A lo lejos, como telón de fondo, se divisaba el mar, que aquel día sólo se podía intuir tras una niebla gris.
Se dirigieron a toda prisa a Dalmansporten.
En la calle reinaba una actividad frenética. Había agentes apostados vigilando para que nadie se saltara el cordón policial, los coches de la policía ocupaban el pequeño aparcamiento que había junto a la puerta y patrullas con perros recorrían la zona. Johan se abrió paso hasta llegar lo más cerca posible. Más allá, junto a la puerta, vio a Knutas hablando con un hombre de más edad, al cual reconoció: era el médico forense.
Consiguió que su mirada se cruzara con la de Knutas y éste hizo un gesto al forense para que lo disculpara un momento. Johan se encontraba con el comisario en una posición favorable tras los asesinatos rituales del verano anterior, ya que había ayudado a la policía a resolver el caso.
Cuando se saludaron, Knutas le estrechó la mano con más fuerza y de forma más prolongada de lo habitual. No se habían visto desde que Johan empezó a trabajar de nuevo.
– ¿Qué tal estás?
– Bien, gracias, ya estoy bien. Tengo una cicatriz cojonuda que me cruza el estómago de lado a lado. Espero que me haga más interesante este verano en la playa. ¿Qué me dices de esto?
Johan señaló con la cabeza hacia la Puerta.
– No puedo decir gran cosa, aparte de que estamos bastante seguros de que se trata de un asesinato.
– ¿Cómo lo han asesinado?
– Ya sabes que ahora no puedo entrar en ese tipo de detalles.
– ¿Cómo podéis estar seguros de que no se ha suicidado? -continuó Johan con la esperanza de hacer que el comisario dijera algo no premeditado.
Pero no tuvo suerte. Knutas, sin más, le lanzó una mirada de aviso.
– Está bien, está bien -concedió Johan-. ¿Puedes confirmarme si la víctima es el galerista Egon Wallin?
Knutas suspiró resignado.
– Oficialmente no. Aún no hemos informado a todos sus familiares.
– ¿Y de manera extraoficial?
– Sí, es cierto que se trata de Egon Wallin. Pero yo no te he dicho nada.
Johan sonrió mientras solicitaba:
– ¿Puedes concederme una entrevista breve, aquí y ahora? Me refiero a una oficial.
– Tendrá que ser rápido.
Knutas no dijo mucho más de lo que Johan ya sabía. Sin embargo, tenía un enorme valor conseguir una entrevista en el lugar del crimen con el jefe de policía responsable de la investigación. Además, al fondo se veía a los técnicos policiales en plena actividad. Esa era la fuerza de la televisión, mostrar la realidad a los espectadores.
Entrevistaron a unas cuantas personas que merodeaban por allí cerca y, cuando terminaron, Johan consultó el reloj.
– Nos da tiempo a pasar también por la galería. Como es domingo estará cerrada, pero, de todas formas, podremos tomar alguna fotografía del exterior. Igual puedo hacer un reportaje in situ.
– Sí, claro.
Pia plegó el trípode.
Cuando aparcaron el coche de la Televisión Sueca en Stora Torget vieron flores y velas encendidas en la acera delante de la galería.
En la puerta colgaba el cartel de cerrado. Las luces estaban apagadas y la oscuridad reinaba dentro. Johan sólo pudo distinguir los contornos de los enormes cuadros que colgaban de las paredes. De pronto, se sobresaltó. Por el rabillo del ojo vio la espalda de alguien que subía las escaleras en el interior de la galería. Intentó mirar a través del cristal para ver mejor. Incluso llamó a la puerta varias veces.
Aunque aguardó un buen rato, nadie salió a abrir.
Capítulo 14
Knutas se pasó todo el domingo como una lanzadera entre la comisaría y Dalmansporten. Ya avanzada la tarde, recordó que se le había olvidado llamar a casa.
En cuanto oyó la voz de Line cayó en la cuenta de que ese domingo habían planeado ir a cenar a casa de sus padres, que vivían en una granja en Kappelshamn, al norte de Gotland. Mierda. Sabía lo puntillosos que eran si las cosas no salían tal como ellos las habían planeado. Ya se imaginaba la voz decepcionada de su padre cuando Line les dijera que su hijo no podía acompañarles. Probablemente, en su fuero interno, ellos nunca habían aceptado que se hiciera policía; o no del todo. Knuta se lo notaba y aunque ya tenía cincuenta y dos años, para sus padres nunca sería una persona realmente adulta.
En cambio. Line casi siempre se tomaba los cambios de planes con tranquilidad, ya se tratara de unas vacaciones a la montaña que había que suspender o de una reunión de padres de alumnos a la que no pudiera asistir. Se limitaba a decir: ya se arreglará, y siempre se arreglaba. Knutas casi nunca debía tener mala conciencia por el tiempo que dedicaba a su profesión, y ello le facilitaba la vida enormemente. Su esposa danesa era una persona de buen carácter, lo cual le hacía pensar a menudo en la inmensa suerte que había tenido. Se conocieron por pura casualidad cuando él acudió a un restaurante de Copenhague en el curso de unas conferencias para policías. Line hacía entonces horas extras como camarera al tiempo que estudiaba. En la actualidad era comadrona en el hospital de Visby.
La sala habilitada para la rueda de prensa se llenó. El hecho de que la víctima fuera tan conocida en Gotland era motivo suficiente para que la noticia resultara especialmente importante para la prensa local. El que hubiera aparecido colgada en una de las puertas de la muralla de Visby bastó para que el resto de los medios de comunicación del país se subiera al carro. Y además era dommgo…
Cuando Knutas y Norrby entraron en la sala donde se iban a celebrar la rueda de prensa, los nervios de la espera flotaban en el ambiente. Los periodistas ocupaban sus asientos en las filas de sillas con el bloc quemándoles en las rodillas, los fotógrafos disponían las cámaras y se colocaban los micrófonos en la mesa que había delante. El comisario ofreció la información más importante y reveló también la identidad de la víctima. No había ninguna razón para ocultarla. Estaban ya informados todos los familiares, el rumor se había extendido por Visby y el montón de flores no hacía más que crecer delante de la puerta de la galería en Stora Torget.
– ¿Se sospecha que pueda ser un robo? -preguntó un periodista de la radio local.
– No podemos descartar nada en estos momentos -contestó Knutas.
– ¿Llevaba la víctima cosas de valor, como, por ejemplo, una cartera?
Knutas se estremeció. Era Johan Berg, claro. Norrby y él intercambiaron una mirada.
– Los detalles de este tipo forman parte de la investigación y por lo tanto no puedo hacerlos públicos.
– ¿Cómo podéis estar tan seguros de que se trata de un asesinato?
– Se ha realizado un reconocimiento preliminar del cadáver y la víctima presenta lesiones de tal carácter que no puede habérselas causado él solo.
– ¿Puedes describirnos esas lesiones?
– No.
– ¿Se ha utilizado algún arma?
– Tampoco puedo contestar a eso.
– ¿Cómo pueden haberlo levantado hasta lo alto de la Puerta? -pregruntó la misma impertinente del periódico local con la que se había encontrado en el lugar del crimen-. La propia policía necesitó la ayuda de los bomberos para bajar el cuerpo.
– Partimos de la base de que tiene que haber sido obra de varias personas o de un hombre excepcionalmente fuerte.
– ¿Busca la policía a un tipo culturista?
– No necesariamente. Esos tipos, a veces parecen mucho más fuertes de lo que en realidad son.