– ¡Huy! ¡No me digas! ¿Cuándo ha sido?
– Esta mañana. ¿No lo has oído en la radio? Han estado hablando de ello todo el día.
– No, me lo he perdido. Parece una cosa horrible. ¿Se sabe quién es?
– Sí, el dueño de la galería de arte que hay en Stora Torget.
– ¿Qué? ¿Egon Wallin? ¿De verdad?
– ¿Lo conoces?
– No, pero todo el mundo sabe quién es. ¿Ha sido un robo o algo así?
– No lo creo. Colgar a una persona de esa manera es muy complicado, así que sospecho que se trata de otra cosa.
– ¿Estaba colgado en la Puerta? ¡Cielos, qué macabro! Me recuerda a aquellos horribles asesinatos del verano pasado. ¿Podría tratarse de alguien que se ha inspirado en ellos?
– ¿Te refieres a un imitador? Por Dios, esperemos que no sea nada de eso. Aunque no sé cómo lo han matado, sólo que ha aparecido colgado en medio de la Puerta. La policía de momento no suelta prenda. De todas formas, Pia y yo tenemos un montón de trabajo. Haremos reportajes para Noticias Regionales, para Rapport y para Aktuellt.
– Entonces estarás ocupado hasta tarde, ¿no es así?
La voz de Johan se suavizó.
– Quería preguntarte si puedo ir después. Cuando haya terminado.
– Sí, claro. No hay ningún problema.
– Puede que no llegue antes de las nueve, incluso tal vez más tarde, si se produce alguna novedad en torno al asesinato.
– Lo sé. No pasa nada. Puedes venir cuando quieras.
Capítulo 17
Se oían voces inquietas procedentes de la sala de reuniones cuando Knutas se dirigía a la reunión de la Brigada de Homicidios el domingo por la tarde. Todos habían llegado ya y estaban muy atentos a uno de los ordenadores que había en la mesa.
– Estos malditos periodistas, ¡qué miserables! -exclamó Wittberg-. ¿Con qué piensan? -añadió golpeándose la sien con los dedos.
– ¿Qué pasa?
El comisario se abrió paso entre sus colegas para ver lo que sucedía.
Los periódicos de la tarde, en su edición digital, mostraban en portada fotos de Egon Wallin colgado en la Puerta de Dalmansporten. El titular de todos ellos era escueto: «Asesinado», ponía con grandes letras negras.
La única circunstancia atenuante era que el rostro aparecía parcialmente tapado por un policía, de manera que resultaba imposible reconocer a la víctima.
Knutas meneó la cabeza. Wittberg continuó:
– ¿Es que no se les ha ocurrido pensar en los familiares? ¡Hombre, por favor, que esta persona tiene hijos!
– Supongo que esa fotografía no saldrá en la edición impresa -comentó Karin-. Eso sería ir demasiado lejos, ¿no?
– Me pregunto si merece la pena dar ruedas de prensa -murmuró Wittberg-. Parece que eso sólo excita aún más a los medios.
– Tal vez nos precipitamos -reconoció Knutas.
Fue una torpeza dejar que Norrby lo convenciera con el argumento de que una rueda de prensa calmaría a los periodistas y permitiría a la policía trabajar con más tranquilidad. El resultado había sido el opuesto.
Sintió cómo se iba adueñando de él la irritación. Un persistente dolor de cabeza lo seguía agobiando.
– No hay tiempo que perder, tenemos que empezar a hablar de cosas importantes -dijo sentándose en su sitio habitual en la cabecera de la mesa.
Todos tomaron asiento y comenzó la reunión.
– Podemos estar totalmente seguros de que se trata de un asesinato. He recibido el primer informe del forense y coincide con Sohlman en que las lesiones no dejan lugar a dudas. Esta tarde se trasladará el cadáver hasta la Península en un barco y desde allí hasta la Unidad de Medicina Forense. Espero que mañana tengamos un informe preliminar de la autopsia. Egon Wallin presentaba además unas extrañas heridas en la cara, de las cuales también nos gustaría tener alguna aclaración. Por consideración hacia la familia, esperaremos un poco antes de proceder al registro de su casa y de la galería. Acabo de recibir una llamada interesante de una de las empleadas del local, una tal Eva Blom. Me ha dicho que falta una de las esculturas de la galería. Se trata de una pequeña escultura en piedra caliza gotlandesa. Se llama Añoranza, y es una obra de la escultora Anna Petrus. Parece ser que es una réplica de menor tamaño de una escultura que hay en el jardín de Muramaris. Ya sabéis, la casa de los artistas que está un poco antes de llegar a Krusmyntagården.
– ¿Cuándo ha desaparecido?
– El sábado. Según Eva Blom, estaba en su sitio a la una, cuando empezó la inauguración. Lo recuerda muy bien porque antes dio una vuelta para comprobar que todo estaba en su sitio.
– ¿Cuándo cerraron la galería?
– Hubo visitantes hasta las siete o las ocho. Después, Egon Wallin, su esposa, el pintor y los empleados de la galería se fueron a cenar al restaurante Donners Brunn. Cerraron la galería y conectaron la alarma, como de costumbre.
– ¿Está segura de ello?
– Absolutamente.
– ¿Significa eso que la escultura desapareció durante la inauguración?
– Eso parece.
– ¿Tenía mucho valor?
– No, por lo visto es muy pequeña y el material no es especialmente valioso. La artista es poco conocida, así que, en opinión de Eva Blom, no pueden haberla robado para venderla y ganar dinero.
– ¿Para qué la iba a robar alguien entonces?
La pregunta quedó flotando en el aire.
Capítulo 18
Le escocían los ojos de cansancio, y comprendió que pronto sería hora de marcharse a casa. No había tenido un minuto para sí mismo en todo el día y necesitaba sentarse un rato a solas en su despacho para ordenar los pensamientos, clasificar todas las impresiones y los hechos.
Se hundió en su vieja y desgastada silla de roble con el asiento de piel suave. La había conservado tras la amplia reforma de la comisaría un año y medio antes, cuando cambiaron hasta los muebles. Aquella fue su silla desde que empezó a trabajar en la Brigada de Homicidios, y se negaba a desprenderse de ella. Había resuelto muchos casos allí sentado. Le permitía girar y mecerse un poco, lo cual ayudaba a que los pensamientos fluyeran libremente.
El trabajo había sido tan intenso desde que encontraron el cadáver de Egon Wallin aquella misma mañana que le costaba ordenar todo lo que bullía en su cabeza.
Tembló al pensar en la visión que se había encontrado en Dalmansporten. Un hombre agradable. ¿Qué estaba pasando en Gotland? La criminalidad había aumentado de forma ostensible en los últimos años, sobre todo el número de asesinatos. Aunque, por otro lado, la violencia iba en aumento en toda la sociedad. Aún recordaba los tiempos en que el robo en un quiosco era noticia de portada. Ahora, en cambio, apenas aparecía entre las noticias breves. El clima social se había endurecido en todos los sentidos y a él no le gustaba esa transformación.
Sacó la pipa del cajón superior del escritorio y empezó a cargarla despacio. Cuando terminó, se retrepó en la silla y se llevó a la boca la pipa sin encenderla.
El hecho de que el pintor y su agente hubieran desaparecido de manera tan inesperada parecía muy inquietante. Además, al parecer, se los había visto en compañía de otro galerista que visitó la exposición, Sixten Dahl. Había sido imposible localizar a ninguno de ellos a lo largo del día. Bueno, se dijo, habrá que seguir intentándolo mañana.
Sus pensamientos se dirigieron a Egon Wallin. Coincidió con él en bastantes ocasiones. Line y él también habían visitado la galería de vez en cuando durante esos años, aunque la mayoría de las veces sólo fueron para mirar. Una vez compró un cuadro de Lennart Jirlow que representaba un restaurante, porque le recordó el local donde trabajaba Line en Copenhague cuando se encontraron. Sonrió al recordarlo. Fue su regalo de cumpleaños cuando Line cumplió cuarenta años, y ninguno de los que le había hecho la alegró tanto como aquel. Los regalos no eran el punto fuerte de Knutas.