– Supongo que puedo interpretar esto como un sí.
Capítulo 20
Como casi todas las mañanas, Knutas fue al trabajo dando un paseo; recorrió la calle Östra Hansegatan y pasó por delante del edificio de la radio y la televisión sueca. Observó que había luz en una de las ventanas del segundo piso donde Noticias Regionales tenía ahora su oficina. Y se preguntó si Johan estaría ya trabajando. No le sorprendería.
Aún estaba oscuro y el aire era frío y cortante. El paseo apenas duraba veinte minutos y le despejaba las ideas.
Al abrir la puerta de la comisaría sintió el consabido cosquilleo en el estómago que solía aparecer cada vez que se enfrentaba a la investigación de un nuevo asesinato. Naturalmente era terrible que ocurriera una cosa así, pero al mismo tiempo sentía esa excitación y ese deseo de encontrar al asesino. Empezaba la caza, y eso era algo de lo que disfrutaba sin avergonzarse. A Knutas le gustaba su trabajo, le gustó desde el día en que se incorporó a la Brigada de Homicidios y de eso hacía ya veinte años. Los últimos diez años había sido el jefe y estaba satisfecho con su puesto, salvo por el papeleo, sin el cual habría podido vivir perfectamente.
Como de costumbre, dio los buenos días a las chicas de la recepción e intercambió unas palabras con el oficial de guardia antes de subir la escalera hasta las dependencias de la Brigada de Homicidios, situadas en el segundo piso.
La sala de reuniones ya estaba llena cuando entró, dos minutos antes de la hora fijada. Esas primeras reuniones, cuando había ocurrido algo gordo, eran siempre especiales. La tensión se palpaba en el ambiente.
Erik Sohlman abrió el encuentro informando de los últimos detalles de la investigación pericial.
– El asesino llegó en coche por la calle Norra Murgatan y condujo hasta la misma Puerta. Las roderas del vehículo y las marcas halladas en el cadáver indican que Egon Wallin fue asesinado en otro lugar y que luego transportaron el cuerpo hasta la Puerta de Dalmansporten. Se está analizando todo lo que hemos encontrado en la zona de Östergravar, pero en realidad no tiene mayor importancia, puesto que lo más probable es que el autor de los hechos no haya estado allí en absoluto.
– Ayer por la tarde mantuvimos el primer interrogatorio con Monika Wallin, la esposa de la víctima -informó Knutas-. Que sepamos, ella fue la última persona que vio con vida a Wallin. El sábado por la noche, después de la cena en el Donners Brunn, se fueron directamente, en el coche, al chalé adosado que tienen en la calle Snäckgärdsvägen. La mujer se acostó, pero Wallin dijo que quería quedarse un rato levantado. Por la mañana, cuando se despertó, él no estaba allí. Al parecer, se puso el abrigo y volvió a salir. El resto ya lo conocemos.
– ¿Es posible que hubiera otra persona en la casa? -preguntó Karin-. Por ejemplo, una visita inesperada o alguien que entrase en el chalé de forma clandestina.
– No. Nada de eso. Todo apunta a que salió solo.
– ¿Tenía su esposa alguna idea de adonde pudo ir? -quiso saber Wittberg.
– No -respondió Knutas-. Pero hoy voy a encontrarme otra vez con ella, y quizá podamos averiguar algo más. Ayer estaba muy conmocionada.
– ¿Qué aspecto presentan las roderas del coche? -intervino Norrby.
– Es un asunto complicado. Se trata de un vehículo grande, yo diría que estamos hablando de una furgoneta o una camioneta.
– Habrá que comprobar todos los vehículos robados y las empresas de alquiler de coches -ordenó Knutas.
– Realmente cabe preguntarse que habrá detrás de esto -dijo Wittberg pensativo-. Quiero decir, que para hacer una cosa así se requiere mucho trabajo previo. ¿Por qué iba a colgar a su víctima así, sin más, en la Puerta? Eso tiene que tener algún significado especial.
Se pasó la mano por su cabellera de rizos dorados. Para ser lunes por la mañana,Wittberg parece inusualmente despierto, se dijo el comisario. Normalmente, los lunes solía estar cansado de verdad tras las aventuras amorosas del fin de semana. Aquel ligón de veintiocho años era el Casanova de la comisaría. Sus ojos de color azul aciano, los hoyuelos y su cuerpo bien entrenado tenían encandiladas a todas las mujeres de la comisaría. Menos a Karin, que al parecer lo veía más como a un hermano menor simpático pero algo chulillo. Thomas Wittberg solía cambiar de novia cada dos por tres, pero de un tiempo a esta parte parecía que se había tranquilizado. Acababa de volver de un viaje de vacaciones a Tailandia con su actual pareja y su intenso bronceado contrastaba profundamente entre sus compañeros, pálidos y ojerosos.
– No puede tratarse de una casualidad -admitió Karin-. Me refiero a que no puede ser una agresión espontánea en la calle o algo por el estilo. Ni que se cruzara por azar con algún loco. Esto parece bien planeado. El asesino tuvo que ser una persona a quien él conocía.
– Tenemos que elaborar una lista completa de las personas invitadas a la inauguración de la exposición y averiguar si hubo algún visitante espontáneo -terció Knutas-. Hay que controlar e interrogar a todos. Y, por supuesto, hay que hacer todo lo posible para localizar al pintor y a su agente.
– De todos modos, no han dejado libre la habitación del hotel -aclaró Wittberg-. Sus cosas siguen ahí y no han liquidado la cuenta, así que tal vez sólo se hayan ido a pasar el día. Seguiré tratando de localizarlos hoy. Hasta ahora no han contestado al móvil, pero espero poder localizar al menos a Sixten Dahl. Su galería abrirá dentro de poco y alguien habrá allí que pueda ayudarme. Es muy posible que él sepa dónde están los otros.
Les interrumpió una llamada al móvil de Knutas. Se lo sacó del bolsillo interior de la chaqueta y respondió.
Todos aguardaron en silencio mientras escuchaban los susurros y bufidos de su jefe y observaban la expresión de su cara, que pasó de manifestar la mayor de las sorpresas a mostrar una cauta preocupación. Cuando terminó de hablar, todas las miradas estaban fijas en él.
– La llamada era de Monika Wallin. Hace un momento ha aparcado un camión de mudanzas al lado de su casa. La empresa de mudanzas había recibido un encargo de Egon Wallin en el que se especificaba con todo detalle lo que tenían que recoger. Había dejado pagado el traslado por adelantado.
Capítulo 21
Las salas de Bukowskis, la próspera casa de subastas, eran increíblemente elegantes. La recepción que acogía al visitante daba a la calle Arsenalgatan, entre los parques Berzelii y Kungsträdgården, en el centro de Estocolmo.
El experto en tasaciones Erik Mattson, con el pelo peinado hacia atrás y vestido con un discreto traje gris, recibió a un cliente cuyo atuendo era bastante más modesto y parecía un tanto confundido e incómodo en aquel ambiente discretamente refinado. El cliente llevaba bajo el brazo un cuadro pintado al óleo, envuelto en papel de periódico pegado con cinta adhesiva.
El hombre había descrito el cuadro por teléfono aquella misma mañana como un óleo con un archipiélago pintado en distintas tonalidades grises, con mucho cielo y mucho mar y una casita blanca con el tejado negro. Pese a que el cuadro no llevaba firma, a Erik le pareció interesante y le pidió al cliente que lo llevara a la sala para realizar una valoración.
Ahora lo tenía aquí, vestido con un abrigo que había conocido tiempos mejores y con un ligero fular pasado de moda alrededor del cuello. Los zapatos estaban de todo menos limpios, un detalle en el que Erik Mattson se fijaba siempre. Un calzado bien cuidado era la mejor garantía de que el cliente cuidaba también su aspecto. No era el caso del hombre que tenía ante sí, que no dejaba de toquetear nervioso el paquete que traía consigo. El sudor le perlaba la frente. El cuello de la camisa aparecía arrugado, en su deslucido abrigo se apreciaba una mancha y los guantes que dejó encima de la mesa estaban raídos hasta el forro. Hablaba con acusado acento del barrio Söder de Estocolmo. En aquellos días no quedaba ya mucha gente que siguiera hablando de esa manera. Hasta cierto punto resultaba encantador.