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Capítulo 69

El hombre que alquiló la casa en Muramaris había dado una identidad falsa. No existía ningún Alexander Ek en la dirección que facilitó. Pagó el alquiler al contado, y la furgoneta que utilizó fue localizada en una empresa de alquiler de vehículos de Visby. La policía interrogó detenidamente al jardinero, que había pasado fuera casi toda la semana, pero se encontraba allí el día de la llegada del huésped y vio la furgoneta y también la pegatina de la empresa de alquiler de vehículos adherida en el cristal trasero y se quedó con ella grabada en la memoria. La furgoneta se alquiló por el mismo tiempo que la casa; también con nombre falso. Todo inducía ahora a pensar que el autor del asesinato era el desconocido inquilino de Muramaris. En la casa de Rolf de Maré se analizaron con lupa todas las huellas.

En la cama y el cuarto de baño se encontraron cabellos, unos rubios y otros tan negros como el carbón; fuera, en el suelo aparecieron colillas de cigarrillos de la marca Lucky Strike; y en una bolsa de basura olvidada en la parte posterior de la casa descubrieron un frasco de maquillaje y unas lentillas de usar y tirar de color azul muy vivo.

El hecho de que la policía acordonara la zona de Muramaris atrajo la atención de los medios de comunicación, y los locales hicieron inmediatamente acto de presencia y formularon las preguntas habituales. Knutas había ordenado a Norrby que no dijera ni palabra acerca de la relación existente entre Muramaris y el autor del asesinato de Egon Wallin. Pese a ello, extrañamente, Johan Berg dio a conocer esos datos en su colaboración en el informativo de la noche. Knutas se alegró de que al menos no supiera exactamente cuál era esa relación. Revisaron las listas de pasajeros de los barcos y, en efecto, entre ellos encontraron un Alexander Ek que había viajado desde Nynäshamn el miércoles 16 de febrero, para regresar el domingo día 23. Había viajado sin coche.

– Bueno, al menos sabemos el día que llegó el asesino y el que se marchó -afirmó Karin cuando el grupo encargado de la investigación se reunió en comisaría para mantener una reunión, avanzada ya la tarde.

– Alquiló una furgoneta de la empresa Avis en Ostercentrum -informó Sohlman haciéndole señas a Karin para que apagase la luz-. Era de color blanco, de este modelo. Estamos analizando el vehículo en estos momentos. Las huellas encontradas en la nieve en la calle Norra Murgatan coinciden con el dibujo de los neumáticos de esa furgoneta, así que no cabe la menor duda: el asesino usó ese vehículo.

Capítulo 70

El miércoles por la mañana, cuando Knutas acababa de llegar al trabajo, Karin llamó a la puerta de su despacho.

– Adelante.

Apenas la vio, supo de qué le iba a hablar. Se le formó un nudo en la garganta. Era como si se fuera a decidir su futuro. La verdad es que el hecho de que Karin le importara tanto era una locura. No obstante, desde que le expuso su propuesta el lunes, trató de no pensar en ello, pero por las noches tuvo pesadillas: soñaba que Karin se iba y lo dejaba solo. Quince años juntos codo con codo habían dejado en él una profunda huella. No era tan fácil borrarla. Nunca encontraría a nadie como Karin.

Karin se sentó en la silla del otro lado de la mesa sin que su rostro dejara entrever en absoluto lo que pensaba. Knutas aguardaba en silencio la sentencia.

A medida que pasaban los segundos, empezó a desesperarse cada vez más.

– Lo acepto, Anders. Me quedo. Pero con una condición. No quiero tener nada que ver con la prensa.

Entonces esbozó una amplia sonrisa que dejó al descubierto la separación entre los incisivos que a él tanto le gustaba.

Knutas sintió como un mareo. Aquello era demasiado bueno para ser cierto.

Saltó de la silla, se apresuró a dar la vuelta a la mesa y abrazó a su querida compañera.

– ¡Gracias, Karin! Estupendo. ¡No sabes lo feliz que soy! ¡No te arrepentirás! ¡Te lo prometo!

Por un momento, ella permaneció quieta entre sus brazos. Luego, se separó poco a poco de él.

– Sí, Anders, yo también creo que será divertido e interesante para mí.

– Cuando hayamos terminado la investigación de este caso, te invitaré a una buena cena. ¡Esto hay que celebrarlo!

Miró el reloj. Tenía que hablar con Norrby antes de la reunión. Quería comunicar cuanto antes la noticia de que Karin iba a ascender a subcomisaria. Entonces recordó algo:

– ¿Lo sabe Martin?

– Sí, se lo dije ayer por la tarde.

– ¿Cómo se lo tomó?

– Ningún problema, en absoluto, ya sabes cómo es. No se preocupa de forma innecesaria.

Contaba con que la reacción de Lars Norrby sería airada, pero no tanto.

– ¿Qué cojones dices? ¿Así me agradeces el trabajo de todos estos años? Veinticinco años llevamos trabajando juntos, ¡veinticinco años!

Su colega se levantó cuan alto era y lo miró enfurecido. Knutas, sentado en su vieja silla, nunca se había sentido tan incómodo.

Lars escupía las palabras.

– ¿Y qué demonios has pensado que voy a hacer? ¿Sentarme mano sobre mano en el despacho y esperar hasta que me llegue la pensión? ¿Se puede saber qué he hecho mal?

– Lars, por favor, tranquilízate -le rogó Knutas-. Siéntate.

Knutas jamás había visto a su taciturno y complaciente colega reaccionar de forma tan agresiva. Le explicó que debía ofrecer a Karin algo lo bastante atractivo como para poder retenerla, pero ese razonamiento a Norrby le resbaló.

– Vaya, ¿así que eso es lo hay que hacer para progresar en este trabajo, amenazar con dejarlo? Joder, qué cosa tan rastrera.

– Pero, por favor, Lars -insistió Knutas-. Sé realista. Tú y yo tenemos la misma edad y yo no estoy pensando aún en tirar la toalla. Creo que estaré aquí hasta que me saquen por obligación. Estamos hablando, como mucho, de otros diez años, en el caso de que me jubile un poco antes de los sesenta y cinco, como tengo pensado hacer. Entonces se requerirá que alguien ocupe mi puesto. Karin es quince años más joven que nosotros. Para entonces tendrá la experiencia y la fuerza necesarias. Además, tú eres un extraordinario portavoz de prensa y quiero que te ocupes en especial de eso. Nadie lo hace mejor que tú. Y, por supuesto, conservarás el sueldo que percibes.

– ¡Qué considerado! -bufó Norrby-. Esto no me lo habría esperado yo nunca de ti, Anders.

Al salir, cerró de un portazo.

Knutas se quedó descontento con la conversación y consigo mismo. Ni siquiera había llegado al que, quizá, fuera el punto más sensible de todos: su decisión de apartar a Lars Norrby de las labores de investigación.

Capítulo 71

El tañido de las campanas de la catedral se oyó en todas las callejuelas y los rincones de Visby.

Dentro, en la catedral, las hileras de bancos se iban llenando poco a poco. Una atmósfera contenida pesaba sobre los allegados del difunto. Todos parecían estar pensando en la manera brutal en que Egon Wallin había acabado sus días. Nadie merecía un destino semejante, y en el rostro del sacerdote se podía leer la rabia contenida. El galerista, además, fue una persona apreciada, cordial y con sentido del humor. Su familia había enriquecido la ciudad con el arte durante más de cien años y él mismo contribuyó no poco al florecimiento de la vida artística de Visby. Muchos quisieron asistir y honrarle en aquel día.

Knutas se colocó junto a la imponente puerta de entrada, desde donde observaba con discreción a los asistentes al funeral. Monika Wallin, de luto riguroso, llegó del brazo de sus hijos. La investigación está definitivamente paralizada, pensó. Últimamente no había avanzado nada. Ninguna de las pistas ni de las hipótesis condujo a nada concreto que les perrmtiera seguir avanzando. En sus momentos más pesimistas había empezado a desconfiar verdaderamente de que pudieran resolver aquel asesinato. Cuando ocurrió el robo en Waldemarsudde, pensó que el caso se iba a solucionar, pero no fue así; al menos de momento.