– ¿Cuántos años tiene?
– Es un hombre de mediana edad, eso es cuanto puedo decir. Oye, ahora tengo que colgar. Daremos un comunicado de prensa más tarde. Se han congregado aquí muchos periodistas curiosos.
– ¿Cuándo sabrás algo más?
– Supongo que tendremos un informe provisional a la hora del almuerzo, como muy pronto.
– Te volveré a llamar entonces.
– De acuerdo.
Johan hizo una mueca de extrañeza al colgar el teléfono. Era frustrante no poder decidir si merecía la pena viajar y que, además, le recordaran lo rezagado que se iba a quedar en el seguimiento de la noticia si se comprobaba que se trataba de un asesinato. Estaba claro que sus colegas de Gotland dispondrían de una enorme ventaja.
Llevaba años luchando para que se creara un puesto permanente de corresponsal en Gotland, pero de momento no había conseguido nada. Le parecía increíble que los jefes no fueran capaces de comprender que necesitaban una unidad fija de corresponsales. La isla era relativamente grande. El número de residentes ascendía casi a sesenta mil. Al mismo tiempo, Gotland estaba en pleno auge, florecían la universidad y la vida artística y cultural. La isla no estaba viva sólo en verano, cuando la invadían centenares de miles de turistas.
A los pocos minutos apareció en la pantalla de su ordenador el teletipo de la Agencia de Noticias TT:
TT (Estocolmo)
Un hombre ha sido hallado muerto poco antes de las siete de la mañana en Gotland. Apareció colgado en la puerta de Dalmansporten, en la muralla de Visby.
Se desconoce aún la identidad de la víctima. La policía no descarta que pueda tratarse de un asesinato.
Por si acaso, Johan reservó un billete en el primer vuelo que salía hacia Visby. Había que darse prisa. Si le confirmaban que se trataba de un asesinato, tendría que marcharse a toda pastilla. El cansancio había desparecido, la adrenalina se disparaba cuando ocurría algo importante. Si se comprobaba que era un asesinato, sería una noticia relevante en todos los informativos de la Televisión Sueca, no le cabía la menor duda. Un cadáver colgando en la bonita muralla medieval de Visby. ¡Joder!
No pudo evitar pensar que, de ser así, podría viajar a Gotland, y, en tal caso, volver a ver a Emma y Elin antes de lo que tenía pensado. Lo grotesco de la situación era que, en el fondo, deseaba que el tipo de la muralla hubiera sido víctima de un asesinato.
No pasó mucho tiempo antes de que el redactor de los informativos nacionales entrara a escape en la redacción preguntando qué iban a hacer los de Noticias Regionales con aquello.
Antes de que tuviera tiempo de contestarle, volvió a sonar el teléfono.
Era Pia Lilja.
– Johan, estoy casi segura de que se trata de un asesinato. Lo mejor será que vengas cuanto antes.
– ¿Por qué piensas eso?
– ¡Hombre, porque lo he visto! Estaba colgado de una soga atada a un gancho sujeto a la verja que hay por encima de la puerta, y la puerta de Dalmansporten es alta de verdad. La abertura propiamente dicha tiene por lo menos cinco metros de altura. Es imposible subirse allí arriba uno solo. Además, la policía ha desplegado un amplio cordón de seguridad. ¿Por qué iban a hacerlo si no hubiera indicios de criminalidad?
– Está bien -respondió agitado-. ¿Qué material tienes? ¿Has entrevistado a alguien?
– No; la poli no suelta prenda. No dice ni mu a nadie, por si te sirve de consuelo. Pero he sacado unas fotos muy buenas. Conseguí dar la vuelta por el otro lado antes de que pusieran el cordón, así que pude tomar excelentes ángulos del cuerpo antes de que lo bajaran. ¡Un espectáculo de lo más macabro! Creo que somos los únicos que las tenemos.
– Ya. Bien, parece que no hay que darle más vueltas al asunto. Voy para allá.
Capítulo 10
Iban pasando los minutos. No era normal que el barco saliera con retraso y, precisamente, tenía que ocurrir justo esa mañana. Empezó a revolverse en la butaca del salón de la cubierta de proa. En el barco iban muy pocos pasajeros. Más adelante iba sentada una pareja de ancianos que ya había sacado la bolsa de comida que llevaban, el termo y unos bocadillos, y se los iban comiendo mientras resolvían crucigramas. En la fila de butacas que había detrás de él dormitaba un hombre de su edad cubierto con una cazadora.
Cuando el barco por fin zarpó, no pudo evitar lanzar un suspiro de alivio.
Por un momento, estuvo convencido de que la policía iba a entrar de pronto en el compartimento de pasajeros y lo iba a detener. Poco a poco se permitió relajarse. Dentro de tres horas y cuarto estaría en la Península. Tenía ganas de llegar allí.
En el comedor, se tomó un plato de pasta con pollo y ensalada y se bebió una cerveza. Después se sintió aún más animado. La operación había sido un éxito. Advirtió sorprendido que ni siquiera había sido difícil, al menos, desde el punto de vista emocional. Concentrado como un soldado en campaña, hizo lo que debía siguiendo escrupulosamente el plan. Se concentró en su tarea. Después lo invadió una paz y una satisfacción que hacía mucho tiempo que no experimentaba.
Cuando delante de él ya sólo se divisaba el mar abierto, se levantó de la butaca, cogió las dos bolsas de plástico y subió a la cubierta superior. Con el frío que hacía no había ningún pasajero fuera, y se trataba de actuar con rapidez antes de que apareciera alguien. Comprobó una vez más que no había nadie, alzó las dos bolsas y las lanzó por la borda.
Cuando desaparecieron abajo entre la espuma de las olas, cedió el último resquicio de opresión que aún sentía en el pecho.
Capítulo 11
El resultado del primer reconocimiento que Erik Sohlman, el perito de la Brigada de Homicidios, le practicó al cadáver, no dejaba lugar a dudas. Todo apuntaba a que Egon Wallin había sido asesinado. Knutas convocó inmediatamente a sus colaboradores más cercanos a un almuerzo de trabajo. Integraban la Brigada de Homicidios otras cuatro personas, además de Knutas: Lars Norrby, portavoz de prensa y subcomisario; Karin Jacobsson, inspectora, y Thomas Wittberg, asimismo inspector. Sólo faltaba Sohlman, que aún se encontraba en el lugar del crimen para recibir al forense. Además del grupo que dirigía las investigaciones, asistía también el veterano fiscal Birger Smittenber, que había interrumpido su descanso dominical para colaborar desde el principio.
Knutas les pidió que se pusieran en marcha en todos los frentes lo antes posible; las veinticuatro horas siguientes a un asesinato eran casi siempre decisivas.
Alguien lo suficientemente previsor había encargado bocadillos de albóndigas y café. Cuando todos los que estaban sentados a la mesa se hubieron servido, el comisario abrió la reunión.
– Así pues, por desgracia, nos enfrentamos a un asesinato. La víctima es Egon Wallin, el galerista. Lo descubrió una mujer que se dirigía al trabajo esta mañana, a las siete. Como seguramente todos sabréis ya, estaba colgado en la puerta de Dalsmanporten. Las lesiones en el cuello ponen de manifiesto que Wallin murió asesinado. Erik viene de camino y podrá darnos más detañes. El médico forense ha llegado hace un momento desde Estocolmo y ya está en la escena del crimen.
– Esto es una locura, otro cadáver colgado, igual que el verano pasado -exclamó Thomas Wittberg-. ¿Qué está pasando realmente?
– Sí, es extraño -admitió Knutas-. Pero al menos parece que Egon Wallin no ha sido sometido a una muerte ritual. La testigo que encontró el cuerpo está siendo interrogada en estos momentos -añadió-. Primero la trasladaron al hospital, donde le hicieron un reconocimiento y le dieron un tranquilizante. Al parecer, sufrió una conmoción grave.
El comisario se levantó y señaló con un lápiz un punto en el mapa de la pared de enfrente. Era un mapa de la parte este de la muralla: la puerta de Dalmansporten y la zona verde de Östergravar.