Sabía que no debería comprarlo, pero, qué diablos, ya le habían fastidiado el día.
Debajo del titular rezaba: «Joven del East Village apuñalada. Artículo en página 5.» Kate pasó las finas páginas de papel de prensa.
Tres fotografías con mucho grano: el día de la graduación del instituto de Elena, Arlen James en una instantánea publicitaria y una de la contraportada del libro de Kate. «Katherine McKinnon Rothstein -explicaba en letra pequeña-, conocido personaje de las artes y la filantropía.» Luego había un par de frases copiadas de la sobrecubierta de Vida de artistas, una mención de la serie televisiva y la afirmación de que Kate había descubierto el cadáver de Elena. Sin embargo, la verdadera sorpresa era que el periodista se había documentado y mencionaba la vida pasada de Kate como policía e incluso su especialidad, los niños desaparecidos.
Oh, sí. El día podía empeorar.
Arrastra el dedo por el tablero metálico para crear una especie de camino en la gruesa capa de polvo.
Qué atento y considerado que lo hubiesen dejado ahí, de verdad, como si alguien lo vigilase y pensase en sus necesidades. «Un ángel de la guarda.» Le gusta cómo suena eso, y también la imagen. Alza la vista -varios rayos de luz se cuelan por el techo agrietado- e imagina un ángel alado y desnudo montando el rayo como un vaquero de rodeo. Sonríe.
Extiende los tres periódicos de Nueva York sobre el tablero metálico de la mesa, los abre por el artículo del asesinato de Elena Solana, el cual, desde su punto de vista, ninguno de los tres rotativos ha entendido bien. Hojea los periódicos para ver si han comentado algo sobre su firma. Se reclina, decepcionado.
«¡Idiotas!» Pero al cabo de unos instantes, ya tiene el cúter en la mano, recorta con cuidado la fotografía de Kate y le da vueltas y más vueltas a la imagen con grano. Luego, con el portaminas automático desechable y barato, comienza a dibujar unas alas en la espalda de Kate. Tras pensárselo un poco, añade un halo. Clava la hoja en la pared con una chincheta y se queda un rato admirando su obra.
Un ángel de la guarda. Sin duda.
Coloca los libros en la mesa y piensa en la chica.
La había estado vigilando. La manera en que se movía. Su extraordinaria voz. Entonces fue cuando se le ocurrió. No fue exactamente un plan. Más bien una improvisación. Pero se le daba muy bien. También el modo en que tuvo que improvisar con el hombre. ¿Bien? No. Excelente.
Pero ¿había comprendido Kate su mensaje?
La recuerda en los escalones de piedra rojiza con aquel aspecto tan frágil, destrozándose los pulmones con el alquitrán y la nicotina.
Había llegado el momento de dejar de improvisar, de comenzar a planear, de tomarse a sí mismo más en serio, como seguramente harían otros.
Vacía las bolsas de la compra sobre la mesa metálica y empieza a organizar las herramientas.
Huele a humedad. Se estremece, observa el espacio oscuro y tenebroso que hay más allá de las vigas y las paredes resquebrajadas, la hermosa y relajante luz del río.
Una rata corretea por los tablones de madera fríos y húmedos. Un giro de muñeca. El cúter vuela y, sí, el roedor queda atrapado en el suelo, chillando.
Siempre ha tenido buenos reflejos.
Observa las pequeñas garras de la rata moviéndose, la cola levantando una minúscula tormenta de polvo: la muerte, siempre tan fascinante.
Pero, basta. Hay mucho trabajo por delante.
Quiere crear otro mensaje, algo audaz, algo para convencerla de que están en esto… juntos.
Apoya en los libros su último souvenir, el pequeño retablo, y carga el carrete.
Cada vez que la lámpara de flash le ciega, una imagen parpadea en su interior: un cuchillo atravesando la carne de una mujer, el grito ahogado de un hombre agonizante, el chillido de una joven. Entonces se produce un fundido a las Polaroid que están colocadas frente a él, un nuevo grupo de imágenes revelándose ante sus ojos impacientes. Los detalles de la última fotografía apenas están perfilándose, pero ya ha comenzado a cortarlas en pequeños fragmentos. Las reordena al azar y luego las pega de modo que la imagen original sea del todo irreconocible.
Recoge la obra acabada con los dedos enguantados. ¿Debería enviarla? La idea es tan tentadora que se emociona sólo de pensarlo.
Por supuesto que la enviará. Ya no piensa detenerse.
Introduce el collage en un sobre, se reclina, contempla la fotografía del periódico con las alas y el halo hasta que los puntos grises que forman el rostro de Kate se desdibujan.
Lucille pasó una toalla de papel por las fotografías enmarcadas de Mapplethorpe que estaban en el pasillo color marrón topo: unas flores tan seductoras que la sirvienta evitaba mirarlas.
– Muy buenas tardes -dijo con su acento isleño cantarín-. He preparado pollo al limón para el señor Rothstein y para usted. Y un poco de ensalada fría de pasta. No estaba segura de si se quedarían a cenar esta noche.
Kate le dio las gracias y luego vio el paquete que Liz le había enviado por FedEx, se lo colocó bajo el brazo y se encaminó hacia el estudio.
Para cuando Lucille asomó la cabeza para despedirse, el cielo que se veía por la ventana del estudio de Kate se había tornado de un negro azulado. Kate ya había leído dos de las monografías que Liz le había enviado: Hombres que violan, de Nicholas Groth y Entrevista conductual a las víctimas de la violación: la clave para hacer un perfil. Había llenado medio bloc de notas.
Varias horas después, las imágenes continuaban repitiéndose. La cena fue más bien solemne mientras Kate se esforzaba por charlar de temas triviales.
Se sirvió el pollo al limón.
– ¿Te importa que te cuente algunas de mis ideas?
Richard rellenó las copas con el cabernet californiano.
– Cuéntame.
– Estoy intentando reconstruir lo que ocurrió esa noche. Primero, el intruso, la teoría de un yonqui vagabundo, no sirve. A Elena la mató alguien que ella conocía.
– ¿Y eso?
– Uno: no había indicios de robo. Dos: no forzaron ni abrieron con ganzúa la puerta principal. Tres: la ventana estaba cerrada con la reja. Y cuatro: ella le estaba preparando café.
Richard la miró entornando los ojos por encima del borde de la copa.
– ¿Cómo lo sabes?
– Había un paquete abierto de café colombiano en la encimera junto a una caja de filtros y una cafetera de cristal rota en el suelo. -Los ojos se le iluminaron-. Elena le prepara el café, pero no llegan a tomárselo. No hay tazas sucias por ninguna parte… ni siquiera en el fregadero.
– ¿Y si él las lavó?
– Quizá. Seguramente. Pero tengo la impresión de que la cosa pasó al sexo antes del café. -Kate alzó la copa, pero no bebió-. Tal vez empezara de forma consensual, pero no llegaron al dormitorio. La cama estaba hecha. -Respiró hondo y pareció sacar fuerzas del aire-. Obviamente, algo salió muy mal. -Kate dio golpecitos en la copa de cristal con los dedos-. Tengo que encontrar el modo de leer el informe forense para saber si violaron a Elena o no. ¿Conoces a alguien en el despacho del forense?
– Pues no. -Richard frunció el ceño-. ¿Y luego qué? Es decir, una vez que tengas la autopsia, ¿qué harás?
– Todavía no estoy segura. Pero sin duda sabré más sobre lo ocurrido.
Richard volvió a fruncir el ceño.
– Me preocupa que vuelvas a hacer de policía. Ahora eres mi esposa. Y te quiero.
– Entonces tendrás que ser paciente, ¿vale?
Richard logró sonreír.