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– ¡Premio! -exclamó con una gran sonrisa-. Sabía que me recompensarías el esfuerzo. -Volvió a apuntar hacia el corazón de Kate-. Realmente juegas bien, Kate.

– Gracias -dijo, intentando mantener la voz firme-. Tú también, Sky.

Aún estaba medio en estado de shock. Schuyler Mills, todos aquellos años.

– Es una lástima que tenga que acabar.

– ¿No podríamos… seguir jugando?

– No me trates como a un crío, Kate. No soy tonto.

Kate se acercó un paso.

– Quédate ahí -advirtió él, apuntándole de nuevo con la Glock al corazón-. ¿De qué hablábamos?

– De nuestro juego.

– Sí. Perdiste una partida.

– ¿Sí? ¿De verdad? ¿Cuál?

– Hace mucho tiempo. La adolescente. Una autostopista. En Queens.

– No perdí -dijo Kate, acercándosele lentamente-. Era una primera obra y no pensé que quisieras hacerme pensar demasiado en ella, eso es todo. Un ángel, ¿verdad? Una especie de angelote.

La cara de Mills se iluminó con una gran sonrisa.

– No me lo puedo creer. ¿Lo sabías?

– Bueno, si quieres que te sea sincera… -Volvió a avanzar otro paso-. No lo descubrí hasta hace poco.

El asintió.

– Pero prometía, ¿no crees?

– Oh, sí. Mucho.

De pronto Mills adoptó una expresión dura.

– ¿Entonces por qué la estropeaste? ¿Por qué le subiste los pantalones? -gritó, apuntando la pistola hacia la cabeza de Willie. Willie parpadeó.

– Bueno, en aquel momento no sabía que era «tu obra». Como te he dicho, hasta hace poco… -Kate intentaba mantener la calma, pensar, pero era casi imposible.

– Es asombroso, ¿no? El paralelismo que han tenido nuestras vidas, Kate. Tú estabas ahí, la joven poli, tan dura, tan guapa, en el momento de mi nacimiento. Mi nacimiento como artista. Sí, claro, había otros, pero no importaban mucho. Y luego, pasan los años… y vuelves a estar ahí. Tu libro de arte y la serie de televisión. Y entonces apareces en el museo. No me lo podía creer. Mi museo. En el consejo, nada menos. Me pareció un buen augurio.

Kate lo observaba de cerca y veía cómo adoptaba una mirada vidriosa; no podía estar tan concentrado como antes. «Pronto, muy pronto.» -Y entonces -continuó Mills-, aquella noche, mientras observaba a tu protegida, se me ocurrió por fin un modo de llamar tu atención, de que estuviéramos juntos. No estaba seguro; no era más que una idea incipiente, ni siquiera un concepto -declaró, parpadeando.

¿Era la oportunidad de Kate? «Aún no. Pero pronto.» -Pero entonces, cuando estaba en su apartamento, me lo pensé mejor. Habían pasado años, pensé que se había acabado. Y entonces… ella se burló de mí. -Frunció el ceño y miró el reloj-. Los otros vendrán enseguida, ¿no?

– ¿Quiénes?

– Venga, Kate, por favor. Te lo imaginaste y se lo dijiste. Vendrán. Sé que no nos queda mucho tiempo.

Detrás de él, Kate vio el pequeño revólver en el suelo, a sólo unos centímetros de la mano de Willie.

– Supongo que estamos destinados a estar juntos, Kate. Yo, el artista. Tú, la mujer que canonizará mi obra.

– ¿Pero cómo voy a hacerlo si estoy muerta?

– Tengo un plan -dijo, bajando la vista hacia el retablo de Bill Pruitt-. Tú y yo, la Virgen y el Niño. ¿Qué te parece?

– ¿De verdad? ¿Y quién será quién?

La estridente carcajada de Mills resonó en la estancia. Sobre sus cabezas, las palomas escaparon batiendo las alas.

– Muy graciosa. Siempre tan irónica, Kate -dijo, levantando la pistola-. Pero me temo que tendré que matarte.

– Espera un momento -intervino Kate. «Tienes que hacer que siga hablando», pensó-. No lo entiendo muy bien. ¿La Virgen y el Niño? ¿Tú y yo? Explícamelo. Más claramente, quiero tener una idea clara.

– Es muy sencillo. Primero te mato. Luego coloco tu cuerpo, como la Virgen del cuadro. Después me desnudo y me hago un ovillo entre tus brazos. Tomaré pastillas. -Suspiró y parecía que sonreía al pensarlo-. Para cuando nos encuentren, yo también estaré muerto.

– ¿Y Willie? -preguntó Kate, pensando a toda prisa-. El no forma parte de esto. ¿Por qué no le dejas ir? Puede contar al mundo cómo lo concebiste, la belleza de tu obra. Si no, puede que no lo entiendan.

– Venga, Kate. Lo entenderán. Tendremos un retablo de verdad justo al lado. Además, Willie es la estrella de su propia obra, el Basquiat -explicó, apuntando con la Glock hacia Willie.

– ¡Espera! -Kate tuvo que detenerle-. Quiero preguntarte algo.

– ¿Sí?

– Esto… -Kate buscó algo que decir-. Háblame de tu obra. ¿Por qué escogiste a Bill Pruitt, por ejemplo?

El volvió a suspirar.

– Está bien, pero luego tenemos que ponernos manos a la obra, ¿vale?

Kate asintió, observándole, esperando.

– Bueno, en primer lugar, fue una cuestión de conveniencia. Pruitt no iba a escogerme como director del museo. No iba a soportar eso. Créeme, no disfruté trabajando con él, tocando su cuerpo flácido y carnoso. Pero lo dejé mucho más favorecido una vez muerto de lo que nunca estuvo en vida.

– Eso es cierto -concedió Kate, mirando de reojo a Willie y hacia el revólver que había en el suelo, junto a su mano-. Willie parpadeó y movió ligeramente la punta de los dedos.

– Hice lo mismo con aquel pintor aburrido, Ethan Stein.

Kate dio un paso. Estaba lo suficientemente cerca como para agarrar la pistola.

– ¡Alto! -Mills le apretó la pistola contra la barriga.

Kate lo miró a los ojos. ¿Eran lágrimas lo que veía?

– Qué curiosa es la vida, ¿no crees? No quería volver a empezar de nuevo. De verdad, lo tenía todo controlado. Pero tenía que demostrárselo.

– ¿A quién?

– ¡A él! -replicó, mirando a derecha e izquierda.

Kate estaba a punto de agarrar la pistola, pero Mills la apretó fuerte, contra sus costillas.

– Lo entiendes, ¿verdad?

Kate asintió, pero no sabía de qué estaba hablando Mills. Lo que vio fue locura, pero también dolor. Incluso se identificaba con él. Qué curioso. Cuando lo único en lo que había pensado, lo único en lo que había soñado era en matar a ese hombre que le había robado vidas, que le había roto el corazón sin posibilidad de cura.

– Deja que te ayude -dijo-. Yo puedo llevar tu mensaje, tu obra, al mundo.

Mills le sonrió con ternura.

– Quería dejarlo, de verdad quería.

Entonces surgió la voz: «No, no querías; eres un mentiroso.» -¡No lo soy! -gritó, llevándose la mano libre a la sien. Estaba parpadeando.

Willie logró estirar los dedos, tocar el cañón del revólver, pero sólo consiguió alejarlo un poco más.

Mills se giró hacia Willie.

Ahí estaba. Era su oportunidad. Kate dio una patada y le arrancó la pistola de las manos a Schuyler.

El artista de la muerte se lanzó rápidamente tras la Glock, y Kate saltó tras él, pero desequilibrada. Tropezó, cayó de espaldas, de cara a Schuyler, con el cañón apuntándole directamente a la frente.

Él acarició el gatillo. Kate le propinó una patada. Schuyler cayó hacia atrás.

Kate se echó a la izquierda en el momento en que él disparaba. Erró el tiro. Estaba desequilibrado, pero seguía empuñando la pistola con manos temblorosas.

Kate rodó hacia la derecha, extendió el brazo y buscó bajo la pernera.

Oyó otro disparo de la Glock. Esta vez, las balas atravesaron el techo.

Las palomas se dispersaron batiendo las alas desenfrenadamente.

Kate tardó tres segundos en desenfundar la 38 del tobillo y vaciar las seis cámaras.

Schuyler Mills se agarraba el pecho. Bajo los dedos, su camisa blanca era como un lienzo manchado de un rojo que se iba extendiendo como una obra barata de arte conceptual. Parecía sorprendido. Miró toda la sangre y los agujeros de la camisa, y luego el cielo negro en el que revoloteaban las palomas sin parar. Por un momento se imaginó entre ellas, volando por encima del dolor. Luego cayó hacia delante y chocó contra el suelo.