«Segundo: Capman ha estado largo tiempo en el hospital, ocupando un alto cargo. Lo que ocurre, sea lo que fuere, ha empezado hace por lo menos veintisiete años.
—Bey —le interrumpió Larsen con impaciencia—, no puedes acusar a un hombre sólo porque ha ocupado un puesto mucho tiempo. Si trataras de presentar esto a otras personas, te aseguro que te echarían a carcajadas. No tienes una sola prueba.
—No para presentar en un tribunal. Pero déjame continuar. Todo es coherente.
Wolf mostraba una expresión que John Larsen había aprendido a respetar, una convicción interior que sólo se manifestaba tras un largo período de riguroso pensamiento analítico.
—Tercero: Capman tiene pleno acceso a los bancos de trasplante de órganos. No tendría problemas para poner órganos allí, o para sacarlos cuando quisiera. Podría haber eliminado órganos no deseados, con pocas probabilidades de que lo descubrieran. Se necesitaría un accidente insólito, como el análisis de Luis Rad-Kato la otra noche. Una mera coincidencia.
»Dos detalles más, y luego me darás tu opinión. Oficialmente, Robert Capman en persona hace la revisión final de los resultados de los tests de humanidad que se realizan en el Hospital Central. Sólo Capman podría falsificar esos resultados y salir bien librado del asunto, pues todos los demás correrían el riesgo de ser descubiertos por el mismo Capman. Por último: mira el gráfico de organización del hospital. Todas las actividades que he mencionado conducen a Capman.
Wolf desplegó un gráfico en la pantalla, con rayas rojas añadidas para mostrar los vínculos con Capman. Larsen lo miró con pétreo escepticismo.
—¿Y qué hay con eso, Bey? Claro que todas conducen a él. Demonios, es el director. Tienen que conducir a él. En definitiva, es responsable de todo lo que se hace allí.
Wolf meneó la cabeza fatigosamente.
—Estamos andando en círculos. Las rayas que añadí llevan a Capman, sí, pero no en su capacidad de director. Terminan muy por debajo de eso, en el nivel de proyectos. Parece que tuviera un interés directo y personal en esas actividades. ¿Por qué sólo en ésas?
»Y hay un par de cosas más que aún no he tenido tiempo de explorar. Una de ellas requeriría una nueva visita al hospital. Al parecer Capman tiene allí un laboratorio privado en el primer piso, cerca de su habitación. Nadie sabe qué hace allí, y nadie cuida el lugar salvo los limpiadores robot. Capman es un insomne que duerme dos o tres horas por noche, así que habitualmente trabaja a solas en el laboratorio hasta las tres o cuatro de la mañana. ¿Qué hace allí?
Wolf miró sus notas.
—Eso es todo, excepto un par de cosas que son menos tangibles.
—!Menos tangibles! —protestó Larsen, pero Wolf no estaba dispuesto a callar.
—¿No te pareció raro, John, que Capman «pasara por allí» cuando hablábamos con Morris? No tenía razones para hacerlo, a menos que quisiera comprobar personalmente para qué realizábamos la investigación. No sé si lo notaste, pero nos examinó como si nos tuviera bajo un microscopio. Nunca he tenido tal sensación de ser medido y evaluado por alguien.
»Una cosa más y termino. Hace cuarenta años que Capman tiene control absoluto del hospital. Allí todos saben que es un genio, y obedecen sus órdenes sin cuestionarlas demasiado. Si algo entiendo de psicología humana, a estas alturas él debe creer que está por encima de las leyes comunes.
Larsen lo miraba inquisitivamente.
—Todo eso es muy bonito, Bey. Ahora dame una prueba concreta. Sólo tienes argumentos circunstanciales. Con una sola prueba sólida, hasta podrías convencerme. Pero no has expuesto más que conjeturas e intuiciones. Soy el primero en admitir que rara vez te equivocas con estas corazonadas, pero…
Lo interrumpió el suave zumbido del intercomunicador. Wolf pulsó el control remoto de la muñeca y calló unos segundos, escuchando la línea privada que se conectaba con sus implantes telefónicos. Luego cortó la comunicación y se volvió a Larsen.
—¿Pruebas, John? Aquí tienes un dato sólido, incuestionable. El que llamó era Steuben, y retransmitía un mensaje que venía de dos niveles más arriba. Requieren nuestros servicios, los de nosotros dos, específicamente, para contribuir a la investigación de un problema de cambio de forma en la base Tycho de la FEU.
—¿Cuándo?
—De inmediato. Tenemos órdenes de abandonar cualquier otro caso en que estemos trabajando. Steuben no mencionó cuáles eran, y dudo que lo sepa. Debemos salir mañana para la Luna. En apariencia la solicitud vino directamente de la oficina de los coordinadores generales. ¿Cuándo llega una coincidencia a resultar increíble?
—Yo no conozco a nadie en la oficina de coordinadores generales, Bey, y estoy seguro de que ellos no me conocen a mí. ¿Tú conoces a alguien?
—En absoluto. Pero uno de ellos, o uno de sus consejeros especiales, como ya sabes quién, quiere que abandonemos este caso. Así que alguien sabe lo que estamos haciendo. ¿Quieres apostar?
Larsen tenía la cara roja. Miró de nuevo el gráfico con la organización del Hospital Central, cuyas líneas relucientes conducían a Capman, y soltó un juramento en voz baja.
—Bey, no voy a aguantarlo dos veces. El episodio de la Cúpula del Placer fue la última vez en que permití que me sacaran de un caso. Pero esta vez nos tienen atrapados. No podemos rechazar una asignación válida, y por lo que sabemos el trabajo en la base de Tycho es real. Si tan sólo tuviéramos más tiempo aquí… ¿Qué podemos hacer en un día?
Wolf palideció, pero estaba dispuesto a pelear. Se puso de pie.
—Al menos una cosa, John, antes de que nos detengan. Podemos echar un vistazo al laboratorio privado de Capman.
—Pero necesitamos una orden de registro de la jefatura.
—Déjalo de mi cuenta. Revelará en qué andamos, pero no se puede evitar. Tenemos que ir allá esta tarde, mientras Morris está de servicio. No sé lo lejos que llegaremos, pero quizá necesitemos alguna ayuda.
—¿Qué esperas encontrar, Bey?
—Si pudiera decírtelo, no tendríamos que ir. Me siento igual que tú… No estoy dispuesto a que esta vez me saquen del caso tan fácilmente, no importa de dónde venga la orden. Quiero saber cómo esos proyectos de los archivos que faltan, Proteo y todo lo demás, se relacionan con ese hígado no identificable del Departamento de Trasplantes. No tenemos mucho tiempo. Tratemos de salir dentro de media hora.
6
Camino del hospital, Larsen guardó un obstinado silencio. Wolf notó que escuchaba atentamente su implante telefónico y adivinó la razón.
—¿Algún cambio en la situación de tu hogar, John? —preguntó cuando Larsen cortó la comunicación. Creía saber la respuesta.
—Sólo el cambio que podrías esperar —dijo sombríamente Larsen—. Mi abuelo todavía está con ella. Se va deprisa, y lo sabe. Le quedan uno o dos días. Demonios, Bey, tiene ciento seis años… ¿Qué puedes esperar? Todavía usa las máquinas, pero no le sirven de nada.
Suspiró profundamente.
—Amamos a la abuela, ¿pero qué podemos decirle? ¿Cómo le dices a alguien que amas que lo atinado es irse airosamente?
Wolf no supo darle una respuesta. Era un problema temido por todas las familias. Así como el trabajo de la CEB había dado una solución al viejo problema de definir la humanidad, también daba una definición de la vejez. La expectativa de vida aún era de un siglo para la mayoría de la gente, años fértiles y saludables en óptimas condiciones físicas. Hasta que un día el cerebro perdía la capacidad para seguir el perfil de los regímenes de biorrealimentación. Entonces se producía un rápido deterioro físico y mental, y cada uno reforzaba al otro. La mayoría optaba por visitar el Club de la Eutanasia en cuanto advertía lo que ocurría. Unos pocos infortunados, temerosos de las incógnitas de la muerte, continuaban el viaje hasta el final.