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Al fin Larsen rompió el silencio.

—¿Sabes, Bey? Nunca antes había visto la vejez. ¿Te imaginas cómo debía ser cuando la mitad del mundo era viejo? La pérdida del pelo, los dientes, la vista, el oído. —Se estremeció—. Supongo que era así hace un par de siglos. ¿Cómo lo soportaban? ¿Por qué no se volvían locos?

Wolf lo miró de hito en hito. Les esperaba una situación difícil en el Hospital Central, y quería estar seguro de que Larsen estuviera a la altura de las circunstancias.

—Tenían otra actitud en esos días, John —dijo—. El envejecimiento se consideraba algo normal, no una enfermedad degenerativa. De hecho, algunos síntomas se consideraban como ventajas, prueba de la experiencia. Si te quieres asustar de veras, imagina cómo sería la vida dos siglos antes de eso. Una expectativa de vida que promediaba los treinta años, sin anestesia, sin analgésicos decentes, sin cirugía eficaz.

—Claro, pero en cierta forma no puedes concebirlo. Sólo lo entiendes de verdad cuando lo ves. Es como si te dijeran que antes la gente vivía toda la vida ciega, con un defecto cardíaco congénito o con un miembro menos. No lo pones en duda pero no puedes imaginar cómo era.

Continuaron el viaje, y al fin Wolf habló de nuevo.

—Y no sólo había problemas físicos. Si tu cuerpo y tu apariencia se fijaban en el nacimiento, piensa cuántos problemas emocionales y sexuales podías tener.

El perfil del Hospital Central se erguía nuevamente ante ellos. Abandonaron las aceras móviles para detenerse ante las macizas columnas de granito que bordeaban la entrada principal. Cada vez que entraban, viejos temores parecían despertar. Ambos habían hecho allí sus tests de humanidad, aunque desde luego eran demasiado pequeños para tener un recuerdo. Larsen cogió a Wolf del brazo y avanzó hacia la puerta.

—Vamos, Bey. No nos volverán a hacer el test. Pero no sé si en tal caso aprobarías. Mucha gente de Control de Formas dice que en algo no eres humano. ¿Dónde obtuviste ese don para olfatear así las formas prohibidas? Todos me preguntan, pero nunca tengo una buena respuesta.

Wolf miró severamente a Larsen antes de relajarse y soltar una carcajada.

—Podrían hacerlo tan bien como yo si usaran los mismos métodos y trabajaran con el mismo empeño. Busco rarezas en el aspecto de la gente, en su voz, su ropa, sus movimientos y su olor… cosas que no concuerden. Al cabo de unos años se convierte en una evaluación subconsciente. A veces no sé qué detalle delató una forma prohibida. Tendría que pensarlo demasiado, una vez descubierta.

Atravesaron las grandes puertas con remaches. El recepcionista era el mismo de la vez anterior. Les saludó alegremente.

—Parece que el doctor Capman les tiene simpatía. Me dio este código para ustedes. Pueden usarlo en cualquier parte del hospital… Dijo que ustedes lo necesitarían al llegar aquí.

Sonriendo, entregó un código de ocho dígitos a Wolf, quien miró sorprendido a Larsen.

—John, ¿tú llamaste para decir que veníamos?

—No. ¿Y tú?

—Claro que no. ¿Cómo diablos…?

Wolf se interrumpió y se dirigió deprisa a una pantalla de pared. Tecleó el código, y un breve mensaje titiló de inmediato en la pantalla. EL SEÑOR WOLF Y EL SEÑOR LARSEN TENDRÁN ACCESO A TODAS LAS UNIDADES DEL HOSPITAL. SE REQUIERE A TODO EL PERSONAL QUE COLABORE PLENAMENTE CON LAS INVESTIGACIONES DE LA OFICINA DE CONTROL DE FORMAS. POR ORDEN DEL DIRECTOR, ROBERT CAPMAN.

Larsen frunció el ceño, desconcertado.

—No ha podido saber que vendríamos. Lo hemos decidido hace apenas media hora.

Wolf ya caminaba hacia el ascensor.

—Créase o no, John, lo sabía. En otra ocasión averiguaremos cómo. Vamos.

Estaban a punto de entrar en el ascensor cuando se toparon con el doctor Morris, quien de inmediato se puso a parlotear.

—¿Qué está pasando aquí? Capman canceló todos sus compromisos para hoy, hace sólo media hora. Me dijo que los esperara a ustedes aquí. Esto no tiene precedentes.

Wolf lo miró con ojos inquietos y turbados.

—Ahora no tenemos tiempo para dar explicaciones, pero necesitamos ayuda. ¿Dónde está el laboratorio privado de Capman? Está en este piso, ¿verdad?

—Sí, por este corredor. Pero usted no puede entrar allí, señor Wolf. El director ha dado órdenes estrictas de que no le molesten. Es una pauta de…

Se interrumpió cuando Wolf abrió la puerta, que daba a un estudio vacío. Los otros dos lo siguieron.

—¿Dónde está el laboratorio privado? —le preguntó Wolf a Morris.

—Por aquí.

Los condujo a un cuarto contiguo que estaba equipado como un pequeño pero sofisticado laboratorio. También estaba vacío. Examinaron deprisa ambos cuartos. Larsen descubrió un ascensor en un rincón del laboratorio.

—Doctor, ¿adonde lleva esto? —preguntó Wolf.

—Pues… no lo sé. Ni siquiera sabía que existía. Debe ser anterior a la instalación de los tubos ascensores. Pero hace más de treinta años de eso.

El ascensor tenía un solo botón. Larsen lo apretó, y los tres bajaron en silencio. Morris contaba en voz baja. Cuando se detuvieron, reflexionó un instante y cabeceó.

—Ahora estamos cuatro pisos bajo tierra, si he contado correctamente. No sé de ninguna instalación del hospital a esta profundidad. Tiene que ser muy vieja, anterior a mis tiempos.

Sin embargo, el cuarto donde entraron no revelaba indicios del paso del tiempo. Estaba recién pintado y no había polvo. En un extremo había una enorme puerta con una llave de combinación. Wolf la miró unos segundos y se volvió hacia Larsen.

—No tenemos muchas opciones. Por suerte no es un modelo nuevo. ¿Crees que podrás abrirla, John?

Larsen se acercó a la puerta y la estudió en silencio unos minutos, luego asintió. Movió delicadamente las llaves enjoyadas, deteniéndose en cada una. Al cabo de veinte minutos de intenso trabajo y frecuentes consultas a su ordenador personal, suspiró profundamente y tecleó una combinación. Tiró de la puerta, abriéndola de par en par. Entraron en un cuarto largo y oscuro.

Morris señaló la hilera de grandes tanques que había a lo largo de ambas paredes.

—¡Esos tanques no tendrían que estar aquí! Son tanques para cambios de forma especiales. Son como los que usamos para los niños con defectos de nacimiento, aunque diez veces más grandes. No tendría que haber unidades como éstas en este hospital.

Recorrió rápidamente la habitación, inspeccionando cada tanque y examinando los monitores. Luego regresó hacia Wolf y Larsen con los ojos desorbitados.

—Veinte unidades, y catorce de ellas ocupadas. —Le temblaba la voz—. No sé quiénes están dentro, pero estoy seguro de que esta unidad no forma parte del hospital. Es un laboratorio totalmente ilegal.

Wolf miró a Larsen con sombría satisfacción.

—¿Puede explicarnos qué clase de cambio de forma se está realizando aquí? —le preguntó a Morris.

Morris reflexionó un instante antes de responder.

—Si se trata del diseño habitual, tiene que haber una sala de control en alguna parte. Allí deberían estar todos los registros de trabajo: programas informáticos, diseños experimentales, todo. No está en este extremo.

Atravesaron juntos la larga habitación. Morris murmuró satisfecho cuando vio la sala de control. Fue hasta la consola y pidió los registros de cada puesto experimental. Mientras trabajaba, palidecía cada vez más. Tenía la frente perlada de sudor. Al fin habló, despacio y con voz queda:

—Faltan registros, pero puedo decirles que aquí ha sucedido algo terrible, y totalmente ilegal. Hay humanos en catorce de esos tanques. Se los está programando para que se adapten a formas especificadas previamente, incorporadas en los programas de control. Y puedo decirles algo más. Los sujetos de los tanques no tienen edad legal para el cambio de forma. Estimo que tienen entre dos y dieciséis años, todos ellos.