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Wolf se asombró al captar una nota de curiosidad intelectual en la voz de Capman. Se acercó al borde y escudriñó el túnel.

—No sé qué pueden hacer ustedes para ayudarme —continuó serenamente Capman—. Si no pueden sacarme, es vital que les entregue mis registros. Tendría que haberlos dejado en el hospital. Son una parte crucial de la descripción de mis trabajos. Cerciórense de que caigan en las manos adecuadas.

Calló de golpe y enfocó la luz hacia la pared del pozo.

—Creo que está volviendo. Les arrojaré este carrete. Acérquense más al borde. No sé si podré lanzarlo bien desde esta posición.

Capman enfocó la linterna hacia la pared del pozo para proyectar una luz difusa hacia arriba y arrojó torpemente un pequeño carrete. Estirando el brazo, casi al extremo de perder el equilibrio, Larsen logró atajarlo. Capman suspiró de alivio y dolor y se desplomó de nuevo en el piso de la tierra. Oyeron un profundo gruñido, y un correteo en el túnel. Mientras ellos miraban horrorizados, Capman mantenía la calma.

—Pase lo que pase aquí—dijo—, recuerden que ustedes deben llevar esos registros al hospital. No pierdan tiempo.

Apuntó la linterna hacia el pozo. Wolf y Larsen entrevieron una enorme forma simiesca que se acercaba a Capman. Antes de que pudieran verla con claridad, la luz cayó al suelo y se apagó de golpe. Oyeron crujidos y un carraspeo, luego un silencio.

De pronto Wolf y Larsen comprendieron que estaban indefensos. Ambos dieron media vuelta y echaron a correr por el túnel. Recogieron las pistolas, las linternas y el sensor y continuaron a gran velocidad por las oscuras calles de la Ciudad Vieja. No rompieron el silencio hasta que estuvieron de nuevo en el ascensor del Hospital Central, camino al laboratorio de Capman.

—No sé qué hizo Capman en ese laboratorio —dijo Larsen—, pero sin duda esta noche pagó por ello.

Wolf, inusitadamente abatido, sólo pudo asentir y decir:

—Que en paz descanse.

Fueron de inmediato al Departamento de Trasplantes, donde Morris recibió el precioso carrete de microfilme. A requerimiento de Wolf, convino en designar un equipo para analizarlo de inmediato, mientras ellos le contaban las extrañas circunstancias en que lo habían recibido.

8

Una hora antes del amanecer, Wolf y Larsen desayunaban en la sección de visitantes del piso más alto del Hospital Central Por insistencia de Morris habían dormido tres horas y habían pasado otra hora con un programa de liberación de tensiones. Ambos se sentían descansados y habían aceptado una sustanciosa comida servida por los asistentes robot. No habían terminado cuando Morris reapareció. Por su aspecto, era evidente que no había dormido, pero los ojos le brillaban de excitación. Agitó un fajo de hojas impresas y se sentó frente a ellos.

—Fantástico —dijo—. No cabe otra palabra. Nos llevará años obtener todos los detalles. Capman fue más lejos de lo que soñábamos. Cada forma de ese laboratorio subterráneo explora un terreno nuevo en los experimentos de cambio de forma.

Se puso a hojear los listados.

—He aquí una forma anaeróbica —dijo—. Puede respirar aire, como de costumbre, pero si es necesario también puede descomponer otras sustancias químicas para sobrevivir. Podría operar bajo el agua o en el vacío, casi en cualquier parte. He aquí otra, con una epidermis gruesa e insensible… sería muy tolerante al calor y la radiación extremos.

»Luego tenemos esto. —Morris agitó el listado con entusiasmo. No podía quedarse sentado y se puso a caminar frente a la ventana, donde asomaba un pálido destello de alba falsa— Miren, tiene un sistema fotosintético completo, con bolsas de clorofila en el pecho, los brazos y la espalda. Podría sobrevivir en estando de semiletargo alimentándose de restos minerales, agua y bióxido de carbono. También puede vivir como una forma humané normal, comiendo comida normal.

»Aquí tenemos formas miniaturizadas, de sólo diez pulgadas de altura en plena adultez. Tienen una expectativa de vida normal y una estructura genética y cromosómica normal. Pueden procrear hijos de tamaño normal en un par de generaciones.

Wolf recordó algo.

—¿Estas formas tienen nombres de proyectos especiales? —preguntó.

—En efecto. Todas aparecen en los apuntes de Capman bajo el encabezamiento de Proyecto Proteo, excepto una forma que nos tiene desconcertados. Es la que comentábamos anoche en el laboratorio.

Hojeó los listados y separó uno que parecía más voluminoso que los demás.

—Es el que tiene el bucle de demora que se repite en todo el programa. Realizamos varios esfuerzos para revivir al sujeto, pero no podemos hacerlo. Parece estar en una suerte de trance catatónico, y cuando tratamos de calcular el promedio de vida con el ordenador, obtenemos un desbordamiento.

Wolf miró a Morris y pensó en la nota que Capman le había dejado en la laboratorio subterráneo. Quizá Capman tuviera razón y Wolf pensara del mismo modo que él. El propósito de la nueva forma le resultaba obvio, aunque desconcertaba a Morris y Larsen.

—Doctor, ¿alguna vez Capman le habló del futuro de la raza humana…? ¿Dónde estaremos dentro de un siglo, por ejemplo?

—No me habló personalmente, pero sus opiniones eran bien conocidas. En general compartía la visión de Laszlo Dolmetsch: la sociedad es inestable, y sin nuevas fronteras nos estancaremos y retrocederemos a una civilización inferior. La Federación Espacial Unida no puede impedirlo; sus integrantes están muy desperdigados y dominan el medio ambiente de modo muy precario.

Wolf se inclinó hacia atrás y miró el cielo raso.

—Me parece que el plan de Capman era claro. Necesitamos nuevas fronteras. La FEU no puede brindarlas sin ayuda. Capman estaba trabajando con miras a un objetivo simple y bien definido: crear formas que se adapten a la exploración del espacio. Las formas que usted acaba de describir son ideales para trabajar en el espacio, en la Luna o en Marte, o para realizar tareas de terraformación en Venus.

Morris lo miró asombrado.

—Tiene usted razón. ¿Pero qué me dice de las formas pequeñas, o del sujeto catatónico?

—No está catatónico. Está dormido. Todos sus procesos vitales están desacelerados según una pauta prefijada. No sé cómo, pero usted podría averiguarlo si mira el factor de demora del programa de biorrealimentación. Capman estableció ese bucle de demora para que el programa pudiera interactuar con el experimento en su propio «tiempo real».

Morris volvió a mirar los papeles que tenía en la mano.

—Mil doscientos —dijo al fin—. Cielos, está fijado en mil doscientos. Eso significa que…

Se quedó sin habla.

—Eso significa que dormirá durante una de sus noches —dijo Wolf—. Lo cual equivale a mil doscientas noches nuestras. Supongo que su expectativa de vida será proporcionaclass="underline" mil doscientas veces más larga. Eso significa unos ciento veinte mil años. Desde luego, ésa no es su expectativa de vida subjetiva, que probablemente es similar a la nuestra.

—¿Pero cómo nos comunicamos con él?

—Tal como hizo Capman en sus programas de cambio de forma. Tendrá que desacelerar todos los estímulos por un factor de mil doscientos. Suministrarle información al mismo ritmo que él está programado para recibirla.

—¿Pero con qué objeto? —preguntó Morris—. No puede trabajar en el espacio si no es capaz de comunicarse con nosotros.

—Nuevas fronteras —dijo Wolf—. Necesitamos nuevas fronteras, ¿verdad? ¿No ve que allí tiene una forma ideal para la exploración interestelar? Un viaje de un siglo sólo duraría un mes para él. Vivirá más de cien mil años de la Tierra. Si la nave llevara una máquina de cambio de forma, él podría volver al ritmo normal cuando llegara allá, para el trabajo de observación. Si lo combinamos con las formas miniaturizadas que usted encontró, tenemos gente que puede explorar las estrellas con las naves y la tecnología actuales.