Wolf empezó a sentir abatimiento y frustración. Tras la excitación del descubrimiento y la persecución, llegaba a otro callejón sin salida, otro rastro que terminaba en el crimen y la futilidad.
¿O no? Algo no congeniaba. Bey miró la oscura ciudad, permitiendo que el instinto le guiara los pensamientos.
«Si Capman es lo que creo que es —y si yo soy lo que él cree que soy—, debo dar por sentado que él esperaba que yo entendería que no había muerto. ¿Y qué esperaba que hiciera? Que lo siguiese. Entonces también debe saber que tiene un escondrijo adonde yo no puedo seguirlo.»
Era otro callejón sin salida. Sólo quedaba la exhortación de Capman: aprender más sobre la teoría del cambio de forma. Tenía que haber una razón para ello. Capman no era hombre de dar consejos vagos.
Y aún quedaba esa gran incoherencia. Por una parte, Capman realizaba experimentos monstruosos con niños humanos; por la otra, era un gran humanitario que se preocupaba más que nadie por los seres humanos. Ambas afirmaciones eran inconciliables. Lo cual planteaba otra pregunta: ¿qué estaba haciendo Capman con sus experimentos?
Wolf no lo sabía, y Capman no quería revelarlo. Todavía no. Pero si alguna vez llegaba el momento de las explicaciones, Bey quería estar preparado para comprenderlas. ¿Sería ése el sentido del mensaje de Capman?
Proyecto Jano. Proyecto Pez Con Pulmones. Había allí algo inalcanzable. Wolf se sentía como un hombre a quien le permiten ver la tierra prometida y luego se la arrebatan. Tenía que regresar a la Oficina de Control de Formas, cuando en realidad hubiera preferido trabajar con Capman, estuviera donde estuviese. Vislumbraba allí un mundo nuevo, un ignorado mundo de cambios.
Wolf siguió pensando, preguntándose cuándo volvería a ver a Robert Capman. Los primeros rayos del alba atravesaban la alta ventana del hospital. Debajo, aún envuelta en la oscuridad, se extendía la imponente masa de la Ciudad Vieja. Behrooz Wolf miró en silencio hasta que el nuevo día iluminó las calles, luego se marchó del cuarto. Capman había desaparecido, pero los bancos de datos aún podían responder a algunas preguntas. Wolf estaba dispuesto a hacerlas.
9
Sol Poniente
Código postal 127/128/009
Colonia Libre
Querido señor Wolf:
Ante todo, lamento haber tardado tanto en responder. Recibí sus preguntas, luego se me traspapelaron y sólo las encontré hace un par de días. Iba a enviarle una respuesta hablada, pero me han dicho que tiendo a divagar y repetirme, así que pensé que este medio sería mejor. Oigan lo que digan de los programas de realimentación, cuando uno envejece no le conservan la memoria que tenía antes. La semana pasada no podía encontrar mi enchufe de implantes, y al fin un amigo me recordó que lo había enviado a reparar. Así que creí mejor responderle por escrito.
Bien, una cosa es segura. Por supuesto que recuerdo a Robert Capman, quizá porque lo conocí hace tiempo. La mayoría de las cosas que usted mencionaba en su carta son ciertas, y me sorprendió un poco que usted no pudiera confiar en lo que los registros públicos dicen acerca de la biografía de Capman. Aunque quizás usted sea como yo, y tiene problemas con los ordenadores y las secuencias de invocación.
Nunca olvidaré a Capman, y recuerdo la ocasión en que nos conocimos. Fuimos a estudiar a Hopkins en el mismo año, y llegamos allí el mismo día, en el otoño del 2105. Era antes de la identificación cromosómica, y tuvimos que firmar juntos en el libro cuando llegamos. Él firmó antes que yo, y miré su nombre mientras recogía su maletín, y dije, en broma: «Pues tendríamos que llevarnos bien. Entre los dos cubrimos toda la gama.» Quería decir que, como él se llamaba Capman y yo me llamaba Solé, entre ambos estaba el cuerpo entero, de la cabeza a los pies.{Capman: literalmente, «hombre de la gorra». Solé: «planta de los pies», o «suela de los zapatos». (N. del T.)} Luego me ofrecí a ayudarlo con su maletín, pues parecía enclenque comparado conmigo. Es decir, tenía casi diez años menos que yo. Yo tenía veinticinco, y él no había cumplido dieciséis y era menudo para su edad. Al principio no lo advertí, pero debí adivinar que era muy especial. Ése fue el año en que fijaron una edad tope de veintiséis para ingresar en la universidad, y yo estaba justo por debajo del límite legal. Él había hecho las pruebas de ingreso y no había puesto la edad, así que no la averiguaron hasta después de leer el examen. Para entonces, estaban dispuestos a infringir el reglamento para dejarlo entrar.
Usted sabe cómo son las cosas cuando se está en un sitio extraño; cualquier amistad parece muy importante. Después de esa primera presentación, anduvimos juntos una semana, y cuando llegó el momento de la asignación de cuartos convinimos en compartir el nuestro, al menos los primeros meses. Resultó que lo compartimos más de dos años, hasta que Capman se fue para un programa de estudios avanzados.
En cierto modo, supongo que nos habríamos visto con mayor frecuencia si no hubiéramos compartido el cuarto. Dada la situación, uno de nosotros tenía que estar en el turno de noche para usar la cama (Hopkins tenía entonces menos comodidades que hoy) y el otro tenía que dormir durante el día. Robert escogió el turno de día para dormir, aunque nunca dormía mucho. No parecía necesitarlo. Muchas veces lo veía al volver de mis clases. Él seguía sentado al escritorio después de trabajar el día entero en un problema que le interesaba, y no parecía preocupado por no haber dormido. «Dormiré media hora», decía, y tras media hora de sueño iba a sus clases, totalmente despejado.
Usted pregunta qué estudiaba Capman. Bien, estaba en bioquímica, igual que yo, pero era un demonio para las teorías. Se empecinaba en estudiar cosas que a nadie le importaban, que no figuraban en ningún examen. Yo ola las charlas entre los profesores. No sabían si estaban contentos de tenerlo como alumno, o si los intimidaba. Con él no podían escabullirse con una respuesta improvisada. Si no le daban buenas respuestas, al día siguiente él les recitaba los puntos oscuros con número de capitulo y versículo.
No sé si usted quiere descripciones detalladas. Básicamente, los datos que usted cita son correctos. Estuvo en Hopkins del 2105 al 2109 y luego fue dos años a una universidad europea, creo que a Cambridge. Regresó para actuar como asistente de investigación en la Fundación Melford. Allí fue donde alcanzó la fama, años después, al publicar la taxonomía de las formas permisibles. No lo habla empezado entonces, desde luego. Hacia tiempo que trabajaba en esa teoría, desde sus primeros años en Hopkins. Se nos acercaba con largas listas de símbolos en hojas grandes, y trataba de explicármelos a mi y a los demás estudiantes de bioquímica. No sé qué pasaba con los demás, pero yo no tenia idea de qué estaba hablando.
En cuanto a las relaciones intimas, no tuvo muchas en Hopkins, y supongo que yo fui el amigo más intimo que tuvo allí. No demostraba mayor interés sexual en hombres ni en mujeres, y creo que no tuvo esa clase de vinculo mientras yo lo conocí. Lo más cercano que tuvo a un vinculo contractual fue Betha Melford, cuando estaba trabajando para la Fundación Melford. Ella era bastante mayor, pero intimaron bastante. Ellos dos, junto con otros, que vivían en distintos lugares del mundo, formaron una especie de sociedad. La llamaban la Sociedad Lunar, aunque supongo que era una broma, porque no tenia nada que ver con la Luna. Habla en ese grupo personajes que eran o llegaron a ser importantes en el grupo, pero creo que ninguno de ellos tuvo una relación física intima que durara más de unas semanas. Los considerábamos un hatajo de asexuados.