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No quiero que interprete mal este comentario. Robert Capman era un buen hombre, a quien le confiarla mi vida. Y digo esto aunque no nos hemos visto personalmente en cuarenta años. Oí todos esos rumores de la Tierra, acerca de las personas muertas en experimentos, pero no creo en ello. Es el sensacionalismo de siempre; los servicios de noticias dicen cualquier cosa con tal de causar impacto. Como siempre digo, son tan insustanciales como sus hologramas. No se puede creer en lo que dicen ahora, así como no se podía creer lo que decían sobre la desaparición de Yifter, allá por el año 90. Eso también lo recuerdo bien.

Desde luego, todas estas cosas sucedieron hace mucho tiempo, pero las recuerdo con claridad, tal como uno recuerda las cosas que le suceden cuando es muy joven. Hoy nada me resulta tan memorable, pero la semana que viene cumpliré ciento nueve años, y gozo de buena salud, así que no debo quejarme. Lamento haber tardado tanto en contestar, pero pensé que era mejor responderle por escrito, usted dijo que estaba interrogando a varios amigos de Robert acerca de él, y quería mencionarle que si alguno de ellos desea ponerse en contacto conmigo espero que usted les dé mi dirección. Sería agradable verlos de nuevo, y hablar de los viejos tiempos con gente que los vivió. Desde luego, no puedo ir a ningún sitio con alta gravedad, pero quizás algunos de ellos puedan visitarme aquí.

Espero que esta carta le resulte útil, y espero que se silencien esos rumores sobre Robert Capman.

Ludwig Plato Solé, D.P.S.

Bey leyó la carta hasta el final y la puso sobre la pila. Era la última respuesta a sus preguntas, y había tenido suerte de recibirla. Junto con ella venía una breve nota del médico principal de la Colonia Libre, señalando que Ludwig Solé estaba perdiendo rápidamente la aptitud para utilizar las máquinas de realimentación biológica, de modo que la información de esa carta procedía de un hombre con las facultades en deterioro. Era improbable que recibiera más información de Sol Poniente. Afortunadamente, pensó Bey, no necesitaba más. La carta de Solé abarcaba el mismo terreno que algunas de las otras, aunque él había sido el mejor amigo de Capman durante los años de Hopkins.

En los ocho meses transcurridos desde la desaparición, Wolf había localizado penosamente a cuarenta y siete conocidos y coetáneos de Capman que aún estaban con vida. El más viejo tenía ciento diez años, el más joven casi noventa.

El resumen que tenía ante sí, una síntesis de todas las respuestas recibidas, era completo pero desconcertante. Ninguna descripción de Capman daba indicios de crueldad o megalomanía. Excentricidad, sí, pero una excentricidad que evocaba los viajes mentales de un Newton o un Arquímedes, la solitaria vida de un genio. ¿Algún acontecimiento fortuito habría roto ese equilibrio veintisiete años atrás? «Los grandes ingenios son casi aliados de la locura»; era innegable, pero Robert Capman no congeniaba con ese patrón.

Bey consultó la hoja amarillenta que estaba prendida al dorso de la carta de Solé. Era borrosa y casi ilegible, una reliquia de antaño, y necesitaría tratamiento especial para ser descifrada plenamente. Parecía una vieja transcripción de los antecedentes académicos de Capman, y era curioso que Solé no la hubiera mencionado en su carta. Bey aumentó la potencia de la iluminación y varió la composición de frecuencia de las fuentes lumínicas hasta que tuvo las condiciones óptimas para leer la fina letra azul.

Roben Samuel Capman. Nacido: 26 de junio de 2090.

Fecha de ingreso: 5 de septiembre de 2105.

Categoría: BIO/QUIM/FIS/MAT.

Bey se acercó más a la página. Debajo de los datos biográficos se veía una lista de números. No había visto nada semejante, pero parecía un perfil psicológico en otro formato. Se puso en contacto con el ordenador central de Control de Formas y añadió un lector de caracteres ópticos como periférico. El lector tuvo problemas con la página que Bey puso debajo, pero al cabo de varias repeticiones, con ayuda y correcciones de Bey para los caracteres dudosos, emitió un mensaje de confirmación y realizó la lectura final.

Bey pidió una ampliación de los caracteres. Esperó con impaciencia mientras el ordenador realizaba su ciclo de silenciosa introspección. Los meses transcurridos desde el descubrimiento y la fuga de Capman no habían aplacado su ansiedad de hallarlo; al contrario, la habían fortalecido. Bey estaba resignado a que la búsqueda quizá llevara años. Todas las pruebas sugerían que Capman no estaba en la Tierra, y no era práctico seguirlo a través del sistema solar, aunque la FEU hubiera ofrecido colaboración, lo cual no era así. Entretanto, debía estudiar la teoría del cambio de forma. Cada día era más evidente que el consejo de Capman había sido atinado. Nuevos panoramas se abrían ante Bey a medida que avanzaba, y sin embargo apenas estaba empezando. Al menos había aprendido cómo —y cuan bien— funcionaba la mente de Capman.

El ordenador quedó al fin satisfecho con su trabajo de reconocimiento de caracteres. Mientras Bey miraba con impaciencia, la interpretación final de la transcripción cubrió lentamente la pantalla. Todo estaba allí, en un formato ligeramente distinto de los modernos pero muy reconocible. Inteligencia, aptitudes, destreza mecánica, capacidad asociativa, proporciones subconsciente-consciente, paralógica, enlaces no lineales: todo estaba en la lista, con mediciones numéricas para cada ítem.

Bey las miró rápidamente, asombrado por el puntaje bajo en ciertas áreas. A mitad de camino, empezó a ver un patrón familiar. Se detuvo, de pronto obnubilado por las implicaciones. Conocía muy bien ese perfil general. Era diferente en detalle, tal como dos personas son diferentes, pero había puntos de semejanza con un perfil psicológico que Bey Wolf conocía de memoria, tanto como su propia cara en el espejo.

Wolf aún estaba inmóvil ante la pantalla cuando Larsen regresó del área de resolución de problemas. Ignoró la meditabunda actitud de Bey y se puso a hablar con entusiasmo.

—Ha ocurrido, hemos avanzado en la forma de la salamandra. La oficina de Victoria descubrió un grupo de ellas, todavía apareadas. Si nos vamos en seguida podemos conseguir el ingreso de enlace que nos reservó Transporte. Vamos, no te quedes allí sentado.

Bey reaccionó y se puso de pie. Como de costumbre, el trabajo era prioritario. Miró con amargura las letras de la pantalla y siguió a John Larsen.

SEGUNDA PARTE

Cuidado, cuidado, con sus relampagueantes ojos, su cabello ondeante.

10

Los monstruos hicieron su primera aparición pública frente a la costa de Guam. Erguidos en el lecho marino, en hilera de tres, miraban hacia el oeste, hacia la costa. Detrás de ellos, la Fosa de las Marianas se hundía en las profundidades abisales. Una tenue luz solar les acariciaba los flancos sombríos mientras la fría corriente los mecía.

Para los ojos asombrados de Lin Marón, que nadaba usando su nueva forma con agallas, parecían avanzar despacio, bordeando con sigilo la plataforma costera y deslizándose desde las negras profundidades a la costa distante. Lin jadeó y sus sorprendidos pulmones recibieron un sorbo de tibia agua salada. Tosiendo y escupiendo, sometiendo sus agallas a un gran esfuerzo, subió los cincuenta metros que lo separaban de la superficie y nadó afanosamente hacia la costa. Le bastó una ojeada para comprobar que le perseguían. Vio los ojos grandes y luminosos y el tosco pelaje flotante que les enmarcaba las anchas caras. Tenía demasiada prisa para reparar en las pesas de acero que los sujetaba con firmeza al lecho marino.