Ling miró a Bey inquisitivamente.
—¿Plausible? Admito que es sólo un argumento deductivo, pero creo que tiene muchas probabilidades de ser acertado.
»Ahora, deprisa, hagamos los preparativos y pongámonos en marcha.
Green salió, pero Wolf se detuvo un instante. Durante la última explicación de Ling, había escuchado atentamente, estudiando los modales del orador. Ling enarcó las cejas al ver que Wolf no se movía.
—¿Tiene usted algo más que hacer, señor Wolf? Aún queda mucho por analizar, y poco tiempo para ello.
—Quiero hacer un comentario —dijo Bey—. Me he pasado la vida estudiando el cambio de forma, y creo entenderlo bastante bien. Hay un hombre que es mi maestro en lo teórico, pero cuando se trata de reconocer cambios externos nadie se compara conmigo. Estoy seguro de que nos hemos visto antes, señor Ling, y en circunstancias muy diferentes. El problema que tenemos entre manos es urgente, y quiero decirle que no me propongo hacer nada con mis ideas. Pero quiero que usted sepa que reconozco al león por las zarpas.
La ácida mirada de Karl Ling pareció ablandarse. Una sonrisa le tembló en los labios.
—Señor Wolf, no sé de qué habla, y debo continuar con este trabajo biológico. Quizás usted prefiera quedarse aquí y ayudarme. Valoro mucho su sagacidad. Pongamos manos a la obra. Quiero estar en Ciudad del Casquete dentro de cuatro horas.
Cuando Bey Wolf y Karl Ling se marcharon, Park Green y John Larsen fueron a tomar un estimulante y a compartir su insatisfacción. Hacia la tercera ronda, Larsen estaba aturdido y exasperado.
—Vaya suerte la nuestra —dijo—. Esos dos se van a explorar la Cúpula del Placer y nos dejan aquí para enfrentar a estos burócratas sin cerebro. Es siempre lo mismo. Nosotros hacemos el trabajo sucio mientras ellos dos se divierten.
No le habían presentado a Karl Ling hasta ese día, pero esas sutiles cuestiones lógicas estaban fuera de su alcance.
—Me gustaría mostrarles a esos dos… —continuó, resoplando ante el camarero—, me gustaría mostrarles lo que podemos hacer sin ellos. Resolver todo el asunto mientras no están. —Se hundió en el asiento—. Eso les daría una lección.
Green y Larsen habían ingerido las mismas dosis, pero con su corpachón, Green estaba en mejor estado. Larsen se hundió aún más, casi tocando la mesa con la barbilla.
—Vamos —dijo Green—, si vamos a hacerlo, mejor intentémoslo mientras todavía puedas. —Alzó al desmañado Larsen y lo sostuvo con una mano mientras pagaba la cuenta.
»Toma un par de dosis de desintoxicante y estarás como nuevo. Una vez que nos hayamos recobrado, volvamos a mirar los registros para ver si encontramos algo. Los comentarios de Ling pueden ayudarnos. Antes no contábamos con esa información. —Se llevó al inestable Larsen de la habitación—. Me haría mucho bien hallar la respuesta antes que ese enano pedante y complaciente.
Quince minutos después ambos habían recobrado la sobriedad y estudiaban los registros. Tras una larga tarea de revisión, Larsen se reclinó en el asiento, chasqueó los dedos y dijo:
—Pregunta: ¿en qué se diferenciaban los tripulantes de la Jasón de todas las demás personas que sufrían cambio de forma en la Tierra?
Park Green se encogió de hombros.
—¿Exploradores? ¿Habitantes del Cinturón? ¿Ricachones?
Larsen meneó la cabeza.
—No. Respuesta: recientemente habían manipulado gran cantidad de elementos transuránicos, y probablemente sufrían altos niveles de radiactividad. Por lo tanto, he aquí mi segunda pregunta: ¿las autopsias buscaron asfanio y polkio en los cadáveres? ¿Verificaron si había alta radiactividad? Apuesto a que no lo hicieron.
—Pero eso no cambiaría las cosas, John. Sabemos que no murieron por envenenamiento químico, y que no murieron de una dosis radiactiva.
—Claro que no, pero el cambio de forma depende del estado del sistema nervioso central. Por lo tanto, última pregunta: ¿qué le hacen los elementos transuránicos a ese sistema? Dudo que alguien lo sepa. Quizá desquicie la sintonía fina, y eso podría crear conductas extrañas durante el cambio. ¿Qué opinas?
Green se encogió de hombros.
—Es sólo una conjetura, desde luego, pero deberíamos hacer analizar el contenido transuránico de los cuerpos. ¿Sabes adonde los llevaron después de la autopsia?
—Claro. Están en el centro de almacenamiento en frío de Control de Formas, en Manila.
Green se puso de pie.
—Vamos, pues. Necesitaremos autorización para otra autopsia, y será mejor que encontremos un patólogo para que nos acompañe.
13
El punto de salida del enlace Mattin estaba en los niveles altos de Ciudad del Casquete, casi en la superficie polar. Bey Wolf y Karl Ling salieron de la cámara y buscaron los ascensores que los llevarían a la Cúpula del Placer, tres mil metros bajo el hielo polar. Arriba, los vientos aullantes de julio azotaban la superficie de la Antártida, llevando el gruñido de las quejosas estructuras de la superficie hasta el punto de salida Mattin. No era un sitio hospitalario, y ansiaban descender. Una voz suave les habló de pronto.
—Ven a la Cúpula del Placer, satisface los deseos de tu corazón.
Ling miró a Wolf y sonrió de mala gana.
—Un omniproyector. Qué derroche de tecnología. Ese sistema valdría millones en Tycho o en el Halo.
La suave voz continuó:
—En la Cúpula del Placer podrás olvidar las penas del mundo para sentirte libre, libre para satisfacer tus fantasías más desbocadas. Visita las fulgurantes Cavernas de Hielo, nada en el Estanque del Leteo. Gana un mundo en el gran Casino Xanadú o pasa un día inolvidable como lanzadera en el Telar del Apareamiento. Sé libre, ven a la Cúpula del Placer.
—La libertad tiene un alto precio —ironizó Bey.
Ling sonrió.
—En realidad no son anuncios. Todos los mensajes que se emiten aquí son oídos únicamente por personas que ya se dirigen a la Cúpula, así que es como predicar para los conversos. La gente sólo quiere tener la tranquilidad de que gastará el dinero en algo que valga la pena.
La omnipublicidad continuó, y al fin oyeron un comentario úticlass="underline"
—Sigue las luces azules hasta el Templo de las Delicias Terrenales.
Siguiendo la hilera de luces azules, tal como les indicaban, pronto llegaron a un ascensor y descendieron rápidamente a las honduras del casquete polar. La entrada a la Cúpula del Placer era una cámara chispeante bordeada por espejos perfectos, como el interior de un gigantesco diamante multifacético. El efecto era abrumador. Pared, suelo, techo, todo se reflejaba a la perfección. Bey vio imágenes de sí mismo y de Ling perdiéndose en el infinito en todas las direcciones. Se esforzó para orientarse, para hallar una imagen que no se extendiera sin cesar.
—Se acostumbrará en unos minutos —dijo fríamente Ling. El entorno no parecía afectarle—. Toda la Cúpula del Placer es así.
—No sabía que usted había estado antes.
—Un par de veces, hace tiempo. Estas paredes reflectoras son una necesidad, no un lujo, aunque los propietarios hacen lo posible para convertir las desventajas en atracciones. —Miró alrededor con interés—. Han progresado mucho. Cuando tallaron esta ciudad bajo el casquete de hielo, hace treinta años, el gran problema era la calefacción. La gente produce calor con sus cuerpos y su equipo. Es inevitable, y sin un equipo especial las paredes de hielo se habrían derretido en poco tiempo. Usted ve la solución. Todas las paredes están revestidas de pasivina, que emite reflejos perfectos con un bajísimo coeficiente de conductividad térmica.