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Una figura encapuchada se acercó a la mesa, empuñando un hierro con la punta al rojo vivo. Bey se apresuró a apretar el botón.

—¿Quién quiere ver eso? —dijo Ling. Aun él parecía haber abandonado su irónico distanciamiento—. Debí suponer que no habría nada para gentes como nosotros.

—¿Cómo nos ve esa máquina, como víctimas o como torturadores? —preguntó Bey.

Esta vez la escena era bucólica y serena. Un joven estaba sentado junto a un gran roble, el rostro calmo y pensativo. El sol iluminaba el suave verdor de un verano europeo en vez de los crudos pardos y ocres de Egipto. Revoloteaban pájaros en el jardín, y se oía el murmullo de un riachuelo distante. El hombre no se movía. Vestía una camisa y pantalones de lana, al estilo del siglo XVII. Wolf y Ling se miraron intrigados.

—¿Lo entiende usted? —preguntó Ling.

Bey miró las manos del hombre con mayor atención: empuñaba una cuña de vidrio. De pronto lo reconoció.

—Newton —le murmuró a Ling—. Mírele las manos.

—¿Qué? —Ling observó con atención. Al cabo de un instante soltó un extraño gruñido—. En efecto, es Newton en Woolsthorpe. Está sosteniendo un prisma. —De un tono cínico e irónico había pasado a una voz de cautivada añoranza—. Por Dios, ¿se imagina usted? Ver el mundo con los ojos de Newton, en esa época. El annus mirabilis, el tiempo de la peste… descubrió todos los fundamentos de la ciencia moderna, las leyes del movimiento, la óptica, el cálculo, la gravedad. Todo durante los dos años que pasó en Woolsthorpe para huir de la peste.

Ling se inclinó hacia delante, los ojos relucientes de interés. Wolf, no menos intrigado, se preguntó cuánto tiempo podrían inspeccionar la escena.

—Bien, caballeros, lamento haber tardado tanto.

La suave voz rompió el hechizo. La escena se desdibujó. Ling miró respetuosamente el casco que tenía encima de la cabeza.

—Habría jurado que en la Cúpula del Placer nada me atraería de veras. Ahora sé que me equivocaba —comentó.

Se volvió hacia la mujer, quien venía acompañada por un hombre rubio igualmente atractivo, también vestido de blanco.

—¿Quién programó esta selección de escenas? —preguntó Ling.

El hombre sonrió.

—No es política de la Cúpula del Placer revelar nuestros secretos profesionales. Pero tenga la seguridad de que todo lo que ofrecemos respeta los datos históricos de que disponemos. La psicología, si usamos la forma de una persona real, es tan precisa como lo permiten los métodos modernos. ¿Le interesa alguno de los mundos que ofrecemos?

Ling suspiró.

—Demasiado. Pero nos apremia otro asunto. Usted ha visto el crédito que yo controlo. Necesitamos ayuda. Si no la obtenemos, podemos cerrar para siempre los servicios de cambio de forma que hay aquí. Espero que no sea necesario.

El hombre cabeceó.

—Caballeros, su crédito es suficiente para comprar cualquier placer. Sin embargo, deben comprender que ciertas cosas de la Cúpula del Placer no son accesibles a ningún precio. El detalle de nuestras operaciones es una de ellas. Por favor, expresen nuevamente sus deseos para ver si podemos satisfacerlos.

—No queremos causar problemas —dijo Ling—. Si quisiéramos, sin duda podríamos hacerlo. Éste es Behrooz Wolf, jefe de la Oficina de Control de Formas de la Tierra. Yo soy Karl Ling, asistente especial del gabinete de la FEU. Le digo esto para que vea que no tratamos de engañarlo. Revise nuestras credenciales, si lo desea.

El hombre sonrió.

—Ya se hizo cuando ustedes llegaron. La Cúpula del Placer toma ciertas precauciones, aunque no lo hace público. Buscamos una identificación si alguien hace una petición insólita. De lo contrario, el anonimato es total.

Ling cabeceó.

—Bien. Eso ahorra tiempo. Sólo buscamos información. Recientemente tres hombres murieron durante un cambio de forma. Creemos que murieron aquí. Queremos hablar con los hombres que estuvieron a cargo de esa operación, y queremos ver todas las grabaciones de los monitores que registraron y supervisaron los cambios de forma.

El hombre no intentó negar la acusación. Calló unos instantes, luego preguntó:

—Si colaboramos, ¿no nos involucrarán más en el asunto?

—Tiene usted nuestra palabra.

—Entonces vengan conmigo. —El hombre rubio sonrió—. Se sentirá halagado, pues obtiene un servicio sin cargo. Que yo sepa, eso nunca ha ocurrido desde que se creó la Cúpula del Placer.

Los tres caminaron deprisa por un laberinto de cavernas de hielo, grutas mágicas alumbradas por luces de diversos colores. Al fin llegaron a una puerta que conducía a un despacho, con paredes con paneles y un escritorio de aspecto funcional.

El hombre indicó a Wolf y Ling que se sentaran en las sillas.

—Regresaré en un momento. A propósito, ésta es nuestra idea del lujo. Paredes normales, muebles, intimidad. Todos aspiramos a ello, pero viviendo aquí rara vez tenemos esa oportunidad.

Regresó minutos después con un gemelo idéntico. Bey consideró que eso respondía a su pregunta acerca del uso del equipo de cambio de forma en el personal. La máxima sumisión: alguien les imponía la forma del cuerpo.

El recién llegado se sentía evidentemente incómodo. La idea de hablar sobre su trabajo con un extraño le turbaba. Bey pudo ver un nuevo aspecto de Karl Ling en acción cuando éste serenó al hombre, induciéndolo a ser más locuaz. Al cabo de una breve charla introductoria, comenzó la verdadera entrevista.

—Esos tres querían un reacondicionamiento de alta velocidad —dijo el empleado de la Cúpula del Placer. Una vez que empezó, prometía ser un torrente de palabras—. Lo único ilegal en ese proceso fue la velocidad. Usamos las máquinas de biorrealimentación veinticuatro horas diarias, y les administramos las sustancias nutritivas por vía intravenosa. Parecía un trabajo sencillo y no hicimos ninguna monitorización especial, tal como haríamos si un cliente pidiera un cambio especial. Aquí podemos hacer cosas bastante rebuscadas, aunque desde luego no podemos competir experimentalmente con los laboratorios de la CEB. El programa que habían pedido esos tres lleva unas ciento cincuenta horas, casi una semana de cambios si se lo deja correr continuamente. Sé que hay versiones que hacen lo mismo en una tercera parte de ese tiempo pero, créase o no, tomamos todas las precauciones posibles. Prefiero usar la versión más lenta; la gente que la usa sufre menos tensión.

—¿Ha usado ese programa muchas veces? —preguntó Ling. El empleado parecía necesitar un respiro: había dado toda esa información de un solo aliento.

—A menudo, especialmente cuando la clientela no es de la Tierra. No era mi trabajo investigar su origen, desde luego, pero la ropa y el acento son buenos indicios. Si alguien me lo hubiera preguntado al principio, habría respondido que esos tres no eran de la Tierra.

Miró al otro hombre rubio, insinuando una disputa que aún seguía en pie.

—Desde el trabajo de Capman sobre los cambios —continuó—, un programa sencillo como éste ha sido automático. Los tanques tienen monitores automáticos que controlan la provisión de aire y alimentos, y el ordenador regula el ritmo de todo el proceso. Desde luego, el sujeto ha de estar consciente en cierto nivel, porque se trata de un cambio de forma deliberado. Me entiende, ¿verdad? ¿O necesita más explicaciones?

Miró a Ling, dando por sentado que Wolf comprendía.

—Bastante —dijo Ling, clavando una mirada de enfado en Bey, que sonrió con picardía—. Continúe.

—Bien, la unidad es totalmente autónoma. No hay visores en los tanques, así que sólo sabemos lo que ocurre dentro mirando los monitores e indicadores externos.