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Wolf hizo una pausa. Intuía que había cierta incongruencia en las respuestas de Larsen, pero no lograba identificarlas. Al cabo de unos instantes continuó. Larsen se quedó inmóvil. Sus luminosos ojos no parpadeaban.

—Te daré un dato más, John, y luego me dirás cómo lo interpretas. Hace nueve años, Karl Ling escribió doce trabajos sobre la estructura, la formación y la estabilidad de Perla. Todas las referencias a esos trabajos están borradas. Tuve que hallar la información recurriendo a referencias indirectas. ¿Reconoces el patrón? Es el mismo que vimos en los registros médicos de Capman en el Hospital Central.

Larsen asintió con calma.

—Entiendo adonde vas. Piensas que Per’a guarda un secreto especia’, a’go que te indicará cómo encontrar a Capman. Es posib’e, Bey, pero hay un prob’ema. Estás sugiriendo que Capman se ’as ingenió para crear ’a persona de ’ing a’ mismo tiempo que era director de’ Hospita’ Centra’. ¿Cómo pudo hacer’o?

Wolf se levantó y empezó a caminar delante del panel. Estaba tenso y nervioso.

—También me fijé en eso. Los artículos tempranos de Ling muestran un domicilio en la Tierra. Los demás registros lo muestran viviendo en la Tierra hasta hace seis años. Luego se mudó a la Luna. Eso dicen los archivos de la FEU, pero los archivos de identificación de la Tierra no muestran nada sobre él. Sospecho que la identificación cromosómica que tiene la FEU está falsificada. Algo más y concluyo. Los registros del Hospital Central indican que Capman, en los dos últimos años antes de su fuga, estuvo fuera de la Tierra mucho más que nunca. Siempre parecía tener una justificación para eso, asuntos del hospital, pero no hubiera tenido problemas en inventar una razón. Era el jefe.

Larsen movió la cabeza y el torso para asentir.

—¿Cuá’ es tu conc’usión, Bey? ¿Qué propones ahora?

Wolf dejó de caminar.

—Primero, iré a la Luna —dijo con resolución—. Tengo que saber más sobre Perla, y tengo que saber por qué Capman tenía interés en ese asteroide. Partiré mañana. No me gusta excluirte, pero aquí estás en buenas manos. María hará todo lo necesario si quieres iniciar el cambio inverso.

—Desde ’uego, eso no es prob’ema. Pero antes de irte, Bey, hazte otra pregunta. —Larsen miraba a Wolf con ojos fijos y penetrantes—. ¿Por qué persigues a Robert Capman con tanto empeño? Aunque creas que es un monstruo, ¿por qué es tan importante para ti?

Wolf, que se disponía a irse, se paró en seco. Se volvió para enfrentar a Larsen.

Tokhmir! Tú lo sabes, John. Había otros dos proyectos en el historial de Capman en el hospital. Sólo seguimos dos de ellos, Proteo y Regulación Temporal. ¿Qué dices de los demás? Quiero saber qué son Pez Con Pulmones y Jano. Aún constituyen un misterio. Eso es lo que me fascina de Capman.

Hablaba a la defensiva, con voz crispada. Larsen lo miró en silencio unos instantes.

—Ca’ma, Bey. Son misterios, de acuerdo. ¿Pero es eso razón suficiente? No ’o creo. Hemos tenido muchos misterios sin reso’ver en ’a Oficina de Contro’ de Formas, ’ograste o’vidar’os a’ cabo de un tiempo, ¿verdad? ¿Recuerdas e’ caso de ’a Antártida? Nos impidieron continuar, y nos enfadamos… pero tú ’ograste convivir con eso a’ cabo de dos meses. Esto te obsesiona. Has perseguido a Capman más de cuatro años. Piénsa’o, Bey. ¿Tienes que continuar ’a cacería?

Wolf, cavilando, se acarició distraídamente la costura de su chaqueta suelta.

—Es difícil de explicar, John. ¿Recuerdas cuando conocimos a Capman en el Hospital Central? Ya entonces tuve la sensación de que era una personalidad importante en mi vida. Aún tengo esa sensación. —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. No sé.

No creo en la paralógica, y no me convencen mis propias palabras. Aun así, tengo que ir. Le diré a Park Green que estaré allá dentro de un par de días.

Salió deprisa. Ahora correspondía a John Larsen ponerse a cavilar. Esa mole alienígena guardó silencio unos minutos, luego entró en el cuarto interior. Se sentó ante la pantalla y abrió los circuitos de datos. Cuando se encendió la luz indicando que los sensores estaban listos, tecleó el destino. La máquina esperó a que el enlace estuviera completo.

Larsen miró la cara que había aparecido en la pantalla.

—Modalidad explosiva —murmuró.

El otro asintió y activó una palanca a su izquierda. Larsen cerró los ojos y se reclinó en la silla. El terso óvalo de piel gris de su ancho pecho se volvió rosado, luego se convirtió en un deslumbrante caleidoscopio de colores fluctuantes. El óvalo contenía ahora una multitud de puntos que cambiaban rápidamente de color. Larsen se quedó rígido en la silla, pero al cabo de veinte segundos comenzó a respirar con dolorosos jadeos. El brillante despliegue del pecho siguió emitiendo un resplandeciente y cambiante arco iris que titilaba como una aurora invernal. El enorme cuerpo permanecía inmóvil, arrasado por una tensión desconocida mientras los esquemas se introducían en la pantalla del comunicador.

A quince mil kilómetros de distancia, en el centro de comunicaciones planetarias del Pacífico Sur, los monitores de comunicación emitieron relampagueos rojos. Había una sobrecarga en los circuitos de comunicaciones. Los canales auxiliares intervinieron automáticamente. A través de mil pantallas, la red mundial se quejó ante los encargados de control por el repentino exceso de mensajes. La carga terminó tan abruptamente como había empezado. En su tanque, Larsen quedó tumbado en el asiento, demasiado agotado para cortar la comunicación con su lejano interlocutor.

18

El viaje a Ciudad Tycho era rutinario. Wolf había viajado en coche aéreo hasta la conexión Mattin más cercana, había enlazado dos veces para llegar a la salida australiana, y había tomado un vehículo terrestre hasta el puerto espacial de Australia del Norte. Tras una rigurosa inspección y certificación de la FEU —Bey comprendió por qué la gente de la Cúpula del Placer había desistido de enviar los tres cadáveres fuera de la Tierra—, un transbordador lo llevó hasta una órbita ecuatorial de aparcamiento. La conexión lunar llegaría a las tres horas.

Mientras viajaba hacia el puerto espacial, y subía hacia la órbita, Wolf reflexionó sobre la última pregunta que le había hecho Larsen, y sobre los simples detalles prácticos de su partida. Mientras esperaba el transporte lunar, lo sorprendió una llamada urgente de la Tierra. Fue por el corredor hasta el principal centro de comunicaciones.

Hubo una breve demora para establecer el enlace de vídeo. Cuando el canal estuvo disponible, la imagen de María Sun apareció en la diminuta pantalla. Su cara de muñeca de porcelana parecía sombría y suspicaz.

—De acuerdo, Bey —empezó—. Sé que no tienes por qué ser amable con el personal de la CEB, pero déjame recordarte que si yo no te hubiera ayudado, no habrías podido salvar a John Larsen. ¿Qué has hecho con él? La gente de la FEU del puerto espacial de Australia del Norte jura que no está contigo, y ninguno de los demás manifiestos muestra personas ni equipos adicionales.

Wolf tardó un segundo en comprender.

—No hice nada con él —dijo—. Me estás diciendo que se ha ido, pero debería estar en el tanque de Control de Formas. No hay otro lugar que contenga un sistema de soporte vital para él ¿Te fijaste…?

Se interrumpió. María meneaba la cabeza.

—Hemos buscado por todas partes en Control de Formas. De una cosa estoy segura: no está aquí. Bey, ese sistema que Ling y yo preparamos para John es realmente complejo. Si no tiene un hábitat especial, morirá dentro de unas horas. ¿Dices que no habéis tramado esto entre los dos ?