—María, estoy tan sorprendido como tú. Demonios, estuve ayer con John, hablando de mi viaje a Ciudad Tycho. No sugirió que no pensara quedarse donde estaba. Estoy de acuerdo contigo: él tenía que quedarse allí, no dudaría un minuto sin esa atmósfera especial.
María se mordió el labio superior. Meneó la cabeza con perplejidad.
—Te creo, Bey, si juras que dices la verdad. ¿Pero qué ocurre entonces?
Bey miró más allá de la pantalla. Empezaba a sentir un cosquillee; en la nuca. Varios pequeños factores de su conversación con Larsen comenzaron a sumarse en su subconsciente. La curiosa disposición de la vivienda de Larsen, el complejo equipo de comunicaciones que Ling había puesto —presuntamente para facilitar la educación de esa forma nueva—, el modo en que Larsen había guiado la conversación, todo encajaba. Bey necesitaba reflexionar.
—María —dijo al fin—, te dije que no sabía lo que había ocurrido, y te dije la verdad. Pero de pronto tengo sospechas. Te llamaré más tarde. Sé que John no podría vivir sin su equipo especial, pero no creo que debamos preocuparnos por eso. Dame un par de horas para pensar y te llamaré.
Sin esperar respuesta, Wolf se alejó de la consola y flotó por la nave hasta el área de tránsito. Se instaló en un rincón, se recostó, y dejó en libertad sus pensamientos. Evocó las últimas semanas, revisando las anomalías.
Estaban allí. Era extraño que no las hubiera notado antes. Aun así, era perturbador comprender que podía ser manipulado tan fácilmente, incluso por alguien en quien confiaba por completo. Para el futuro, tendría que recordar que ahora tenía que vérselas con un nuevo Larsen, un Larsen cuya mente era más rápida, más penetrante y más sutil. Ese circuito educativo instalado por Ling… Larsen necesitaba ser capaz de adquirir información a partir de fuentes de datos desperdigadas en toda la Tierra. Sí, ¿pero para qué necesitaba un enlace interplanetario, un enlace bidireccional, un circuito sintonizado en muchos miles de líneas de gradación de voz?
Un movimiento en la ventanilla interrumpió de golpe los pensamientos de Wolf. Miró sorprendido. Un tripulante miraba por el panel, asido del casco externo por la capa magnética subcutánea de la muñeca y el tobillo. Encima de ellos tenía las tazas de succión que le permitían aferrarse durante el ascenso del transbordador. El tripulante revisaba parte de la antena. Wolf no pudo resistirse a mirar. Era la primera vez que veía una forma C en este ámbito espacial.
La piel del tripulante era gruesa y resistente, y los ojos estaban laminados con una gruesa capa transparente de mucosidad protectora. No tenía tanque de aire ni traje espacial. Los pulmones modificados, que seguían la estructura de los pulmones de las ballenas, podían almacenar suficiente oxígeno, bajo presión, para trabajar cómodamente varias horas en el exterior. La piel escamosa era una protección eficaz contra la pérdida de fluidos en el vacío circundante. Abundantes sustitutos de melanina en la epidermis brindaban protección contra la fuerte luz ultravioleta.
Wolf miró al tripulante que se desplazaba cómodamente a lo largo del casco. Suspiró al evocar su propia estupidez. Larsen lo había guiado e incitado a averiguar más cosas sobre Ling y sobre Perla. Así que Capman quería que él conociera esa conexión, quería que se interesara en el Cúmulo Egipcio. Era indudable que Larsen y Capman se habían comunicado regularmente desde la desaparición de Capman-Ling unas semanas antes. Larsen había guiado los pensamientos de Bey hasta que éste había tomado la decisión de ir a la Luna. Una vez logrado ese propósito, Larsen había desaparecido. No podía haberlo hecho sin ayuda, pero era obvio de dónde venía esa ayuda. Capman, con recursos que Bey apenas vislumbraba, se había llevado a Larsen de las oficinas de Control de Formas para enviarlo… ¿adonde?
Bey también tenía ciertas ideas al respecto. Aunque faltaban sólo diez minutos para que la nave despegara, fue deprisa al centro de comunicaciones y llamó a Ciudad Tycho. Cuando Park Green apareció en la pantalla, ya había sonado el primer aviso para indicar a Bey que regresara a su asiento.
—Park, estoy en camino y no tengo tiempo para hablar demasiado —dijo Wolf, prescindiendo de las formalidades—. Fíjate si hay una nave disponible con suficiente combustible para un viaje fuera de la eclíptica, hasta el Cúmulo Egipcio. En caso afirmativo, contrátala. Usa mi nombre, con el aval de Control de Formas de la Tierra. No digas adonde quiero ir. Te veré dentro de veinticuatro horas. Entonces te lo contaré todo.
El comisario de a bordo, las venas de la cara enrojecidas por el vacío, le hacía señas urgentes. Wolf cortó la comunicación, regresó deprisa a su asiento y se sujetó.
—Una charla interesante —rezongó el comisario.
Wolf asintió.
—Llamada urgente —dijo—. Acabo de ver una forma C trabajando fuera de la nave. Pensé que todavía estaban prohibidas en la FEU.
La expresión del comisario se volvió más amigable. Sonrió.
—Lo están. Hay una pequeña triquiñuela. Las formas C no son gente de la FEU. Forman parte de un programa de intercambio estudiantil. La Tierra recibe algunos especialistas en núcleos energéticos, la FEU recibe algunas formas C.
—¿Qué opina usted de ellas?
—Lo mejor que ha llegado al espacio desde el vacío barato. Los sindicatos demoran las cosas porque temen perder empleos. —Miró la pantalla de su muñeca—. Espere, estamos despegando.
Cuando la nave empezó a moverse en espiral para alejarse de la órbita, Wolf encendió la pequeña pantalla informativa que había sobre el diván. El movimiento entre una cabina y otra estaría restringido durante la fase de alto impulso de la hora siguiente. Encendió el canal de noticias.
Los medios se habían enterado de que John Larsen había desaparecido. Era una noticia de poca monta que no figuraba entre las prioridades. Las últimas declaraciones sobre los indicadores sociales resultaban de mayor interés para el público. Aún estaban oscilando, con vaivenes de creciente amplitud. Incluso con el núcleo que enviaba energía a Quito, la energía escaseaba en América del Sur. Las muertes por hambruna se elevaban rápidamente en el norte de Europa. Bey comprendió que sus preocupaciones eran minúsculas comparadas con la creciente crisis que enfrentaban los coordinadores generales. Pero no podía olvidar la pregunta de Larsen. Dado todo esto, ¿por qué Capman le obsesionaba tanto ahora como cuatro años antes?
Tendido donde estaba, Wolf podía ver el puesto del piloto. El ordenador podía encargarse de casi todas las maniobras, pero el hombre prefería operar manualmente en el comienzo del viaje. Era otra forma C, prueba adicional de que las cosas se movían más deprisa de lo que deseaba el sindicato. El piloto, con manos y pies prensiles que eran delicadas masas de dígitos divididos, manipulaba sesenta controles simultáneamente. Bey observó fascinado mientras seguía cavilando sobre los viejos problemas de siempre.
Después del primer y sorpresivo terremoto lunar, la segunda versión de Ciudad Tycho se había construido situando las viviendas a gran profundidad. Bey, con un traje de vacío, bajó por el ascensor de alta velocidad por la Fisura de Horstmann, hacia la ciudad principal, más de tres kilómetros bajo la superficie. Emergió por el punto de salida opcional, a medio camino, y caminó hasta el borde del saliente. El cuerpo preservado de Horstmann, aún encerrado en su traje espacial, colgaba de los viejos clavos hundidos en la pared de la fisura. Wolf miró el contador Geiger que había junto a la figura con traje. El rápido chachareo le llegaba claramente a través de la dura superficie de roca. El período de semidesintegración de los núclidos era inferior a diez años, pero Horstmann permanecería radiactivo por lo menos un siglo más. Se podría haber reducido más deprisa la radiactividad mediante transiciones nucleares estimuladas, como se hacía con los desechos de los reactores, pero las autoridades lunares se oponían a esa idea. Bey leyó de nuevo la placa conmemorativa y continuó su descenso por la fisura.