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Descendieron flotando por el hoyo, abrieron la puerta exterior y entraron. Green mantuvo abierta la puerta y titubeó un instante.

—¿La cierro, Bey? No sabemos dónde nos metemos. Dentro puede haber cualquier cosa.

—Creo que no tenemos muchas opciones. O entramos o retrocedemos. Detrás de esa puerta espero encontrar a Capman y a John Larsen. Si quieres montar guardia afuera, está bien… Pero yo pienso entrar.

Green no respondió, sino que cerró la puerta con firmeza y la atrancó con las grapas. De inmediato sintieron el siseo del aire.

—No supongas que será respirable —advirtió Wolf cuando se abrió la puerta interior—. John tendría que estar aquí, y quizás esta atmósfera responde a su idea del aire fresco.

Green resolló.

—Bey, reconoce cierto mérito a un hombre de la FEU. Cualquiera que se haya criado fuera de la Tierra se negaría a respirar un aire no analizado, tanto como a vivir en la Tierra y respirar vuestra sopa. Mira el segundo panel del interior del casco. Está registrando 6-S. Eso significa que es respirable y que la presión es un poco inferior a la terrestre. Aun así, mantendré el traje cerrado. Te sugiero que hagas lo mismo.

La puerta interior se abrió despacio. Una luz pálida y verde se filtró en la cámara desde el interior del planetoide. Cuando la puerta se abrió en su diámetro total de treinta metros, todo el interior de Perla resultó visible. Los dos hombres avanzaron juntos en silencio, mirando alrededor.

La pared interior de Perla tenía una terminación lisa y brillante que no había en el exterior. Ningún meteorito había mellado esta perfección. La superficie interior era una esfera perfecta de poco más de un kilómetro y medio de diámetro. En el centro de la gran cámara curva, aferradas a la pared por largos y relucientes puntales y cables, colgaban dos enormes estructuras de metal. La más cercana era también otra brillante esfera de acero o aluminio. Bey, examinándola reflexivamente, se preguntó de dónde venían los materiales que habían usado para construirla. Por supuesto no venían de Perla. Considerando la energía necesaria para transportar materiales desde el sistema principal, parecía seguro que la esfera se hubiera construido con metales extraídos de uno de los asteroides hermanos del Cúmulo Egipcio. Bey estimó que la esfera tendría cien metros de diámetro. Un largo cable tubular conducía desde la puerta por donde habían entrado hasta otra cámara de presión en la tersa superficie de la esfera.

La segunda estructura sólo podía ser una nave. Eso no tenía sentido. Bey miró de nuevo en torno. No parecía haber modo de que esa nave, que alcanzaba cuarenta metros en el punto más ancho, hubiera llegado al interior de Perla, ni de que pudiera salir de allí. Siguió con los ojos los cables que conducían desde la nave hasta una sección algo más oscura de la pared interior, enfrente del punto por donde habían entrado. Tenía que ser una salida oculta. Otros cables, que conducían a zonas vacías en el interior, insinuaban que allí había habido otras naves, amarradas a la superficie interior del mismo modo.

La superficie de Perla, con su pared de cristal traslúcido, brindaba una eficaz conversión de la radiación solar incidente. Los termómetros de los trajes indicaban una temperatura ambiente muy cómoda para la presencia humana. El interior era iluminado por la tenue luz solar que penetraba por las paredes exteriores y se derramaba en el interior. No había sombras, excepto las arrojadas por las linternas de Wolf y Green.

Al principio Perla parecía totalmente silencioso, un mundo muerto. Al aguzar los oídos, Wolf y Green captaron una pulsación profunda y ahogada que cubría el interior. Más que oírla, la sentían. Venía de la esfera metálica del centro del asteroide, lenta y regular como la circulación del aire o de sustancias nutritivas, o los latidos de un gran corazón. No había ningún otro rastro de vida en el gran espacio de la burbuja central.

Al fin Park Green rompió el hechizo.

—Empiezo a pensar que no sé nada sobre la FEU. Este lugar no puede existir. Esa nave no puede estar registrada, y si Capman vino en ella ni siquiera imagino de dónde partió. Por cierto no salió de Tycho.

Wolf soltó un gruñido de aprobación. El instinto le decía que algo andaba muy mal. Había ido a Perla convencido de que allí encontraría a Capman y Larsen. Si eso era verdad, tenía que haber algún indicio de su presencia. Miró de nuevo la esfera de metal. Sin hablar, ambos hombres se desplazaron hacia el gran cable hueco que conducía hasta la esfera desde la puerta de ingreso.

Mientras avanzaban, Bey reparó en el gran tamaño de Perla. La pared parecía estar cerca, pero el interior abovedado del asteroide podría haber contenido decenas de millones de habitáculos terrícolas. Avanzaron a lo largo del cable hasta que la cámara de presión por donde habían entrado se redujo a un puntito negro. Ambos se sintieron más cómodos cuando llegaron a la esfera y entraron en la cámara que había en la reluciente superficie.

Los primeros cuartos eran sin duda habitáculos. El mobiliario era simple, pero había costosos equipos automáticos para manejar todas las tareas de rutina. Bey, al ver el sistema de alimentación, recordó que no habían comido en mucho tiempo. Miró a Green.

—¿Qué te parece, Park? Suponiendo que funcione correctamente, ¿estás dispuesto a correr el riesgo de respirar este aire?

Green miraba famélicamente los controles del robochef. Asintió.

—Creo que estamos seguros, mientras no atravesemos ninguna cámara de presión. Esta zona es un soporte vital automático típico de la FEU, con algunos lujos. Echa un buen vistazo a ese menú. Apuesto a que no coméis así en la pobre vieja Tierra.

Cuando se quitaron el traje, sintieron menos tensión. Aún no había indicios de vida, y cuando estuvieron preparados para continuar la exploración Bey estaba convencido de que la esfera estaba deshabitada. Después de los habitáculos venían tres salas atestadas de monitores y consolas de control, similares a la sala de control general de un laboratorio de control de formas: similar, pero no del todo. Bey nunca había visto una instalación tan grande. Era mayor que el centro de investigación de la CEB.

—Los tanques deberían estar detrás de esa pared —dijo, explicando a Park Green lo que habían hallado—. Pero no creo que encontremos allí a John. Hay un detalle que no he comprendido. Estaba seguro de tener razón, pero…

Se encogió de hombros y miró alrededor. Cuatro años antes había creído saber qué se proponía Capman, y había descubierto que no sabía nada. Podía ocurrir dos veces. Capman había esperado que él desenredara la madeja que conducía a Perla. Si era necesario, John Larsen podía incitarlo un poco, pues era obvio que había estado en constante comunicación con Capman desde que había adoptado la forma logiana. En cuanto supo que Bey estaba en camino, Larsen se había esfumado.

Todo parecía muy lógico, pero muy improbable. Bey no estaba seguro de poder explicar a Park Green que los habían guiado hasta allí como a un par de títeres.

Mientras Wolf guardaba silencio, Green había examinado el panel de control.

—Bey, no soy experto en esto, pero mira las lecturas. Todas parecen provenir del mismo tanque. ¿Podrían originarse en un mismo tanque de cambio de forma?

Wolf también se acercó. Estudió los paneles con desconcierto.

—Eso parece, lo admito. Pero son demasiados monitores para un solo sujeto. Hay como trescientos. Nunca he visto nada tan complicado para un solo experimento. Me pregunto si será…

Calló, negándose a declarar lo que creía.

—Usted y su acompañante están en lo cierto, señor Wolf—dijo el altavoz que había encima de la consola—. Se trata de un solo experimento.