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21

—¿Capman? —Wolf se volvió bruscamente hacia el parlante.

—No, no soy Robert Capman. Soy una vieja amistad de él. Más aún —dijo la voz, con tono divertido y musical—, se puede decir que soy una muy vieja amistad. Bienvenidos a Perla. Robert Capman y John Larsen me han hablado mucho de usted.

Creen miraba alrededor, confundido.

—¿Dónde está usted? La única salida que hay aquí conduce a los tanques.

—Correcto. Estoy en la zona de los tanques. Pueden ustedes avanzar sin peligro. Estoy manteniendo la atmósfera en el mismo nivel que en el resto de Perla.

—¿Podemos entrar? —preguntó Wolf.

—Entren, por favor, pero prepárense para un shock. Quizás usted crea que ya no puede sorprenderse más, señor Wolf, pero no sé si ocurre lo mismo con el señor Creen.

—¿Pero dónde están Capman y Larsen?

—Lejos de aquí. Señor Wolf, la conversión de John Larsen en una forma alienígena fue totalmente imprevista. Añadió una nueva dimensión a una actividad que ya era bastante compleja. Pero también arrojó grandes beneficios. No soy yo quien debe explicarle muchas de nuestras actividades, sino Capman. Pero puedo revelarle una parte. Entren en el tanque.

Wolf y Creen se miraron, y al fin Bey se encogió de hombros.

—Yo entraré primero. No creo que haya ningún peligro. No sé qué vamos a ver, pero he visto de todo después de tantos años en Control de Formas.

Entraron en una cámara enorme. Abarcaba por lo menos la mitad de la esfera de metal. Bey buscó en vano instalaciones familiares. Al principio no encontraba nada reconocible. De pronto, lo que estaba mirando cobró sentido. Jadeó. Era un tanque, pero las proporciones de los módulos de servicio eran increíbles. Los tubos de circulación y alimentación eran descomunales, de dos metros de diámetro, y los conectores neurales eran gruesos conglomerados de guías de onda y densos manojos de fibra óptica. Bey buscó el origen de la voz, pero todo era una compleja serie de tinas interconectadas, cada cual con tamaño suficiente para albergar a varios hombres. No veía nada que le indicara dónde concentrar la atención.

—¿Dónde está usted? —preguntó al fin—. ¿En una de las tinas?

—Sí y no. —Ahora la voz parecía provenir de todas partes, y de nuevo hablaba con tono divertido—. Estoy en todas las tinas, señor Wolf. Este experimento ha durado mucho tiempo. Mi masa corporal total ya debe superar las cien toneladas, pero desde luego está distribuida en un amplio volumen.

El boquiabierto Green miraba con ojos desorbitados como los de una rana asustada. Bey supuso que su propia expresión debía de ser parecida.

—¿Es usted un ser humano o una especie de ordenador biológico? —preguntó al fin.

—Una buena pregunta, una pregunta que me ha preocupado bastante en los últimos años. Siento la tentación de responder que sí.

—¿Es usted ambas cosas? ¿Pero dónde está el cerebro? —preguntó Green.

—La parte orgánica está en el gran tanque que tienen frente a ustedes, en el extremo de la cámara. Se la distingue fácilmente por la cantidad de sensores que entran en él. La parte inorgánica, el ordenador, está en una red distribuida a través de casi toda la esfera. Como ven, Robert Capman ha demostrado que la idea de la interacción hombre-máquina puede ir mucho más lejos que un implante informático.

—¿Pero cómo…? —Wolf hizo una pausa. Su mente veía cien posibilidades nuevas y cien problemas nuevos—. Si aquí no hay nadie más —continuó—, ¿cómo obtiene usted los alimentos que necesita? ¿Y cómo puede revertir el cambio? Supongo que empezó con forma humana. —Se le ocurrió otra posibilidad perturbadora—. ¿Cómo llegó a ser así? ¿Lo hizo voluntariamente, o le obligaron a cobrar esta forma?

—Preguntas, preguntas. —La voz suspiró—. He prometido no dar respuesta a algunas de ellas. Si usted quiere respuestas, pídalas a Robert Capman. Pero puedo garantizarle que revertir el cambio sería muy difícil. Por otra parte, creo que cuando tal cosa llegue a interesarme ya estará totalmente desarrollada… y tal vez olvidada. Olvidémoslo por ahora. Por favor, dense la vuelta. La voz, a pesar de su origen extraño, sonaba alegre y racional, e incluso irónica. Cuando Wolf y Green se volvieron, una colorida pantalla se activó en la pared del tanque.

—Usted pregunta cómo recibo mis alimentos. De forma muy eficaz. Mi sistema de soporte vital es totalmente autónomo. Mire la pantalla y le brindaré una excursión guiada por Perla. Ahora nos dirigimos a la superficie interior.

La pantalla mostraba las imágenes captadas por una unidad de vídeo móvil que se desplazaba por uno de los cables que conducían a la pared interior del asteroide. Vistos desde cerca, los cables se revelaban como algo mucho más complejo que meros soportes. Incluían tubos, guías de comunicación y articulaciones flexibles donde se podían insertar otros cables. Cuando la unidad de vídeo se acercó a la pared, la imagen de la pantalla mostró algo más complejo que la superficie lisa y cristalina que se veía al principio. Algunas franjas eran más claras que el fondo y emitían una luz mucho más verde.

—¡Tanques de algas! —exclamó de pronto Park Green—. Similares a los de las Colonias de Libración. Pero éstos han de estar insertados en la superficie de Perla. Mira qué verde es la luz.

—Correcto —dijo la voz incorpórea—. Como ven, es muy cómodo tener un asteriode que la naturaleza diseñó casi para nuestro propósito. Las algas constituyen el origen de mi aire y mis alimentos. Configuramos un sistema cerrado que incluye todo el equipo de circulación. Los gradientes térmicos hacen todo el trabajo. Ya no es necesario que Capman, ni nadie más, esté aquí para brindarme sus servicios. Esa consola de control que ustedes vieron afuera ya no es necesaria aquí. De hecho, yo la controlo a través de la red informática. Todo el asteroide Perla es un medio ambiente autónomo.

Una larga experiencia había habituado a Bey a casi todas las formas concebibles, pero Park Green se sentía bastante incómodo ante lo que oía y veía. Parecía horrorizado por las implicaciones de la conversación.

—Capman le hizo esto, ¿eh? —estalló al fin—. Sin duda él sabía qué estaba creando. Usted no puede moverse de Perla, y no puede revertir el cambio. Ni siquiera tiene a nadie con quien hablar o relacionarse. Sea usted lo que haya sido, ¿no entiende lo que le hizo Capman? ¿No sabía que él es un asesino? ¿Cómo puede soportarlo?

—Aún más preguntas. —Por primera vez, la voz sonó irritada—. Mi nombre, a propósito, es Mestel. No necesito la piedad de nadie. En cuanto a sus otros comentarios, debo señalarle que usted está totalmente cautivo en su cuerpo, al menos tanto como yo en el mío. ¿Quién no lo está? Y yo poseo cierto control sobre mis movimientos, cuidados y protección de los que usted carece. ¿Cómo puede usted soportarlo?

—¿Movimiento? —Bey no dejó pasar esa palabra—. ¿Se refiere a un movimiento delegado, a través de los sensores remotos?

—No… aunque también tengo eso. Me refiero al movimiento físico. Espere y vea, señor Wolf. Admito mi sujeción a Perla por un período indefinido. ¿Pero por qué hemos de considerarlo una desventaja? Si he de creer los noticiarios que he captado en las últimas semanas, Perla quizá sea pronto el único lugar donde quede un nivel decente de civilización. ¿O el viejo Laszlo se ha vuelto aún más pesimista que de costumbre?

»Basta de echarla. —La voz de Mestel se volvió más drástica—. Tal vez echo de menos las conversaciones sin demoras temporales. Ahora debo cumplir otro deber. Esperaba la llegada de ustedes, pero no sabía cuándo llegarían ni cuántos serían. Pensé que usted vendría solo, señor Wolf. Robert Capman creía que el señor Green también vendría, y John Larsen insistió en ello. —Un curioso ruido amplificado salió del altavoz. Mestel había carraspeado—. No sé cómo está configurada la forma logiana, pero posee un notable intelecto. Con toda la asistencia informática que está incorporada en mí, creo superar a todos salvo a Capman. Otros son talentosos, pero él trasciende la experiencia normal. Ahora parece que Larsen nos supera a ambos.