—Tengo la misma sensación —dijo Bey—. Conocí a John muy bien antes del cambio, y sin rudeza puedo afirmar que no era un gran intelecto. Ahora es algo especial. Robert Capman siempre ha sido algo especial.
—Conozco su opinión. Ahora permítame hacer una pregunta que sólo usted puede responder. Usted ha perseguido a Capman desde que lo conoció, día y noche, año tras año. Si desea perseguirlo más, ahora correrá un gran riesgo. Además estará alejado de la Tierra muchos meses. ¿Está dispuesto a continuar?
—Espere un minuto —dijo Green—. ¿Y qué hay de mí? He participado en esto desde el principio, al menos desde que aparecieron las formas logianas. No pienso ser excluido.
—Usted no será excluido, señor Green. Usted y yo, por nuestros pecados, nos embarcaremos en otra misión. Es una misión crucial y exigente, pero no incluye una reunión con Robert Capman. Ese encuentro no es necesario para nosotros. Pero hay razones por las cuales Behrooz Wolf necesita una nueva reunión con Larsen y Capman.
Wolf escuchaba atentamente. Estaba intrigado por la entonación de Mestel y por el estilo algo anticuado y formal de las frases. De nuevo miró el tanque. Aparte del mero tamaño, revelaba un gusto individual en la disposición, un poco distinta de la habitual.
—Mestel —preguntó—, ¿la disposición de este sitio es obra de usted o de Capman?
—Capman y una cuadrilla se encargaron del trabajo físico. Eso fue antes de que yo tuviera pleno control del equipo de control remoto, así que aún necesitaba ayuda. Ahora podría hacerlo todo con mis servomecanismos. Pero yo hice las especificaciones… A Robert nunca le importó mucho el entorno. Vivía dentro de su cabeza.
Wolf cabeceaba satisfecho.
—Entonces me gustaría hacerle sólo un par de preguntas más. ¿Qué edad tiene usted? ¿Es varón o mujer?
Green miró atónito a Wolf. Pero Mestel se reía de buena gana. Un torrente musical de sonido brotó por cien altavoces dentro del gran tanque.
—¿Varón o mujer? Vamos, señor Wolf, ¿no es obvio que esa pregunta es ahora meramente académica? Supongo que usted quiere preguntar si mi forma original era masculina o femenina. Muy perspicaz. Mi nombre es Betha Mestel, y durante muchos años fui mujer… pero por suerte nunca fui una dama. Robert Capman me dijo que usted tiene un talento incomparable para interpretar una forma externa. Veo que no exageraba. ¿Puede usted ir más lejos? A partir de lo que he dicho, ¿le agradaría intentar nuevas deducciones?
Bey cabeceaba pensativamente, los ojos oscuros ocultos por los párpados entornados.
—Betha no es un nombre muy usado en la actualidad. Estuvo de moda hace ciento veinte años, y usted dijo que era una vieja amistad de Capman. —Hizo un pausa—. Creo que empiezo a ver muchas cosas que debieron resultarme obvias hace mucho tiempo. ¿Es posible que usted…?
—Nunca, como decían en los viejos días, preguntes la edad a una mujer. —La voz de Betha Mestel era intensa a pesar del tono coqueto—. Como usted sospecha, la respuesta nos llevaría lejos. Debo insistir en mi pregunta: señor Wolf, ¿está dispuesto a correr los riesgos que entrañaría una reunión con Robert Capman?
—Pues claro —dijo Wolf con firmeza. Las implicaciones de las palabras de Betha Mestel habían afianzado su resolución—. ¿Cómo llegaré a él?
Wolf calló. De pronto el extremo de la sala se volvió borroso, una mancha de color ante sus ojos.
—Yo lo llevaré allí. El señor Green y yo no iremos con usted. Tenemos una tarea que cumplir en el sistema interior. —La voz era más queda y lejana—. Pido disculpas por lo que está a punto de suceder. También hay buenas razones para esto. Relájense, ambos.
Ni Park Green ni Bey Wolf habían oído la última frase de Mestel. Dos aparatos se acercaron y llevaron a los dos hombres desvanecidos a la sala de control.
Cien millones de kilómetros por encima de la eclíptica, el aislamiento era más profundo que en cualquier parte en el plano de los planetas. Ningún observador miraba a Perla mientras el asteroide se desplazaba en su circuito de tres años alrededor del Sol. El objeto habitado más próximo era Horus, con su colonia minera de cincuenta hombres. Ese grupo estaba demasiado atareado para dedicar el tiempo a mirar el firmamento. En todo caso, a treinta millones de kilómetros de distancia, Perla estaba en el límite de resolución de sus mejores telescopios.
Nadie vio cómo se abría la gran compuerta al lado del iris de Perla, ni la nave que salía de allí como un pececillo brillante abandonando la cavidad rocosa que le servía de refugio. La nave bajó en caída libre hasta que estuvo a buena distancia del asteroide. Luego se encendió el motor de fusión. La nave empezó a zambullirse hacia la eclíptica en una trayectoria que la llevaría aún más lejos del Sol. Su único pasajero no sabía nada sobre el movimiento. Estaba encerrado en las honduras del tanque de cambio de forma que había en el centro de la nave.
Poco después, los servomecanismos salieron de la compuerta más pequeña de Perla. Fueron hasta la nave donde habían llegado Bey Wolf y Park Green. Había permanecido cerca de la superficie de Perla, y los propulsores auxiliares hacían los pequeños ajustes necesarios para mantenerla exactamente a cincuenta metros del asteroide. Los servomecanismos la desplazaron con suavidad hacia la compuerta, eliminando electrónicamente la secuencia de mandos que mantenía la nave en esa posición. Una vez dentro, la nave quedó amarrada por los cables que serpenteaban por el interior alumbrado tenuemente.
Las corrientes empezaron a circular por puntales y cables superconductores. La configuración interior de Perla se volvió rígida, constreñida por los intensos campos electromagnéticos. Cuando los campos se estabilizaron, la compuerta principal volvió a abrirse para revelar un núcleo energético blindado, mantenido en posición por los mismos y potentes controles.
La unidad de propulsión se activó e inyectó plasma en la ergosfera del núcleo. El plasma recogió energía y brotó como un torrente de partículas de velocidad altamente relativista. Poco a poco alteró la órbita de Perla, cambiando la orientación y la inclinación del eje.
Betha Mestel se mudaba.
22
Habían añadido una sustancia al aire. Asfanil, a juzgar por la falta de efectos laterales. No había jaqueca ni estómago revuelto. Y sin embargo…
Bey Wolf arrugó el entrecejo. Algo no estaba bien del todo. Se pasó la lengua por el labio superior. Tenía un ligero sabor. No, no un sabor, sino una sensación pegajosa. Inhaló más profundamente, y un aire caliente le llenó los pulmones. Al fin se animó a abrir los ojos.
De pronto estuvo totalmente despierto. Aún estaba sentado en el tanque, pero la larga experiencia le indicaba que el proceso ya estaba terminado. El cambio estaba completo. Los monitores estaban quietos, los electrodos permanecían inactivos contra su piel.
Alarmado, Bey tendió la mano. Se la miró atentamente. Normal, excepto por el color, y eso era efecto de la iluminación. Respiró de nuevo, un poco aliviado, un poco defraudado, y miró las extrañas lámparas azuladas que tenía encima.
Ya no estaba en Perla. Eso le resultó obvio en cuanto salió del tanque. Estaba a bordo de una nave. Quizá fuera la nave que habían visto en el interior de Perla, pero lo que veía por las ventanillas era el espacio abierto, no la reluciente superficie interior del asteroide.
No estaba en Perla, y le habían cambiado la forma. ¿A cuál?