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—Un error natural de parte de usted, pero es mi culpa. No soy John Larsen, señor Wolf, sino Robert Capman. Bienvenido.

Mientras Bey aún se esforzaba por entender las implicaciones de lo que acababa de oír, el otro habló de nuevo.

—Me alegra ver que el cambio de forma que usted sufrió en el trayecto no le ha afectado. ¿Puedo preguntar cuánto tardó en advertir qué le habían hecho?

—¿Cuánto? —Bey reflexionó unos instantes—. Bien, supe que me habían cambiado en cuanto recobré la conciencia en el tanque, y supe que tenía que ser algo que afectaba los sentidos en cuanto vi el Sol, que había sufrido un corrimiento Doppler hacia el azul, por un factor grande. Y yo sabía que no podía ser real. La nave se alejaba del Sol en vez de ir hacia él, y en todo caso no iba tan deprisa. Pero no lo advertí enseguida, y tampoco lo advertí cuando noté que el ruido de los motores de la nave parecía sonar en otra frecuencia. No fui demasiado listo. Pero cuando vi Júpiter, el satélite lo se estaba ocultando. Noté que lo hacía a demasiada velocidad. Las leyes físicas son bastante inflexibles. Por lo tanto, tenía que ser yo. Era un cambio subjetivo de velocidad. Me habían desacelerado.

La forma logiana de Capman asentía despacio.

—¿Cuándo comprendió, pues, lo que había ocurrido?

—Supongo que diez minutos después de salir del tanque. Tendría que haberlo entendido antes… a fin de cuentas, ya sabía qué era el Proyecto Regulación Temporal. Desde que descubrimos su laboratorio subterráneo, he esperado encontrar formas con el ritmo temporal alterado, como me ocurrió a mí. No pensaba demasiado bien cuando sufrí el cambio de forma.

El logiano cabeceaba con otro ritmo. Bey ya sabía que eso era una sonrisa.

—Tal vez le interese saber, señor Wolf, que hice una pequeña apuesta con Betha Mestel antes de irme de Perla. Ella aseguró que usted tardaría mucho en advertir lo que le habían hecho. Pensaba que sólo lo comprendería cuando lo leyera en los bancos de datos de la nave. Yo no estaba de acuerdo. Dije que usted lo comprendería solo, y le aposté que ocurriría menos de dos horas después de que usted saliera del tanque.

Capman se frotó la protuberancia de debajo del pecho con una zarpa de tres dedos.

—Lo único que no decidimos, ahora que lo pienso, es un mecanismo por el cual yo pudiera recaudar los resultados de la apuesta. Han transcurrido tres meses desde que Betha Mestel pasó a Dolmetsch las ecuaciones de estabilización. Ahora Betha viaja fuera del sistema y no regresará en varios siglos. Pudo hacer esa apuesta con impunidad.

La apariencia y los cambios estructurales eran irrelevantes. Aún era el mismo Robert Capman. Bey estaba convencido de ello y volvió a captar la perspicacia del comentario que había hecho Capman poco después de su primer encuentro: ambos se reconocerían mutuamente a pesar de los cambios externos.

Antes de que Bey hablara de nuevo, un vivido relampagueo de color alumbró la pantalla frente a la consola de la otra nave.

—Un momento —dijo Capman. Enfrentó la pantalla de transmisión y mantuvo el cuerpo quieto. Por un segundo, el óvalo pectoral se convirtió en un desconcertante cuadro puntillista. De pronto recobró su color gris. Capman se volvió hacia Bey—. Lamento esta interrupción. Tenía que informar a John Larsen acerca de las novedades. Quería saber si usted ya había llegado. Está muy atareado preparándose para la entrada en la atmósfera, pero quiere establecer un enlace estándar de audio y vídeo para hablar con usted.

—¿Qué clase de enlace tiene usted con él? He visto los cambios de color en el panel pectoral de John, pero siempre un color por vez. Usted usó muchos elementos cromáticos.

Capman asintió moviendo la cabeza y el tronco.

—Eso fue para una transferencia rápida de información. No necesité mucho tiempo para explicar a John lo que estamos haciendo. Lo hemos llamado modalidad explosiva. Lo descubrimos poco después del cambio de John, pero quise utilizarlo como método especial para comunicarme con él, así que no lo mencionamos a nadie. Manipula información miles de veces más rápidamente que los métodos convencionales.

—¿Eso es literal o usted exagera? —preguntó Bey, incapaz de imaginar una transferencia de información tan rápida.

—No exagero. En todo caso, la cifra es modesta. Sospecho que los logianos se comunicaban así. Sólo usaban el habla cuando estaban en una situación en que no podían ver sus paneles pectorales. Es una mera cuestión de eficacia en la transferencia de datos. El panel pectoral logiano puede producir una mancha de color individual y bien definida de tres milímetros de lado, como ésta.

Un punto de luz anaranjada apareció de pronto en el panel pectoral de Capman, luego uno verde.

—Puedo usar cualquier color, desde el ultravioleta hasta el infrarrojo. El ojo logiano puede distinguir esa mancha a una distancia de dos metros. Ésa era probablemente la distancia natural de separación para una conversación logiana. Cada mancha puede modular su color de modo independiente. Así.

El par de puntos cambió de color, y por un instante el panel titiló con un patrón cambiante e iridiscente de colores. Pronto recobró el uniforme tono gris.

—Acabo de pasar los cambios cromáticos casi a velocidad máxima. Es muy fatigoso hacerlo durante más de unos segundos, aunque John resistió varios minutos cuando disponía de una masa de información urgente. Ahora, haga usted los cálculos. El panel de mi pecho es de cuarenta y cinco centímetros por treinta y cinco. Eso me permite usar dieciséis mil manchas como transmisores independientes de mensajes. Si John estuviera aquí, podría leerlos todos directamente. Sus ojos y su sistema nervioso central pueden resistir esa carga de datos. Si tuviéramos verdadera prisa, él se acercaría más, y yo reduciría el tamaño de las manchas a un milímetro de lado, que es el límite. La cantidad de canales se eleva así a cien mil, y cada uno puede manipular la misma carga que un circuito de voz. Sería un trabajo agotador para ambos, pero hemos intentado averiguar cuáles son los límites.

Bey meneaba la cabeza con tristeza.

—Sabía que tenía que haber algo extraño en el sistema de comunicaciones que usted instaló en ese tanque en la Tierra. No había razones para que tuviera tanta capacidad. Pero nunca sospeché nada como esto.

—Lo habría sospechado si lo hubiéramos usado en exceso. Era una de las cosas que me preocupaban cuando John recurría a esa modalidad para despachar información cuando yo estaba en Perla. ¿Alguien repararía en el enlace y se pondría a investigar? Creo que nadie lo hizo, pero como usted sabe no existe ninguna operación totalmente secreta. Siempre hay que enviar y almacenar datos, y en algún momento eso nos delata. John trató de ser cauto, pero aun así era un riesgo.

Bey se sentó en el banco junto a la pantalla.

—No sé quién podría haberlo descubierto. Yo traté de adivinar qué ocurría, y creo que sé una parte… pero sólo una parte. Supongo que John conoce toda la historia.

—La dedujo dos días después de cobrar la forma logiana. Su capacidad lógica había aumentado tanto que al principio yo no podía creerlo. Ahora la he observado también en mí.

Hubo otro destello de luz en la pantalla que Capman tenía enfrente.

—John entablará comunicación de audio en un par de minutos —dijo—. Está ocupado haciendo las revisiones finales de la nave.

—Usted dijo que entraría en la atmósfera. Pero no puede sobrevivir en Saturno. La forma que tiene está diseñada para Loge, y supongo que aún tiene esa forma.

—En efecto, pero no se preocupe. La nave en que viaja tiene ciertas características especiales, al igual que ésta. Usted puede ver la nave de Larsen desde aquí si mira hacia delante. Ya está en la atmósfera superior, y el motor de fusión está encendido.