—Conque sí es posible que un hígado esté en los bancos de órganos sin tener identificación.
—Un hígado de bebé, después de haber suspendido el test de humanidad. Mire, señor Wolf, sé adonde va usted, y le aseguro que no dará resultado. —Morris se acercó a la mesa y se sentó, enfrentado a Wolf y Larsen. Se acarició la larga mandíbula con la mano y miró el reloj—. Aunque estoy muy ocupado, les explicaré qué ocurre con este caso. La paciente que recibió el hígado, como usted mismo vio, era una mujer adulta y joven. El hígado que usamos estaba totalmente desarrollado, o casi. Lo vi yo mismo en el momento de la operación. Desde luego no venía de un bebé, y nunca usaríamos órganos infantiles excepto para operar niños.
Wolf se encogió de hombros con resignación.
—Eso es todo, entonces. No le haremos perder más tiempo. Lamento la molestia, pero tenemos que hacer nuestro trabajo.
Se levantaron para irse. No habían llegado a la puerta cuando un hombre canoso entró y saludó a Morris.
—Hola, Ernst —dijo—. No quiero interrumpir. En la lista de visitantes vi que tenías a gente de Control de Formas, así que pasé a ver qué ocurría.
—Estaban por irse —dijo Morris—. El señor Wolf y el señor Larsen. Les presento a Robert Capman, director del Hospital Central. Esta es una visita inesperada. Según el horario, esta mañana tienes una reunión con el Comité de Construcción y Edificios.
—En efecto. Iba hacia allá. —Capman clavó en Wolf y Larsen una mirada rápida y penetrante—. Espero, caballeros, que hayan obtenido la información que buscaban.
Wolf sonrió y se encogió de hombros.
—No era lo que esperábamos conseguir. Me temo que llegamos a un callejón sin salida.
—Lamento saberlo. —Capman también sonrió—. Si les sirve de consuelo, eso ocurre aquí todo el tiempo.
De nuevo clavó en Wolf y Larsen esa mirada fría y deliberada. Bey aguzó la atención. Estudió a Capman unos segundos, hasta que Capman señaló la pantalla de la pared con la cabeza y agitó la mano para despedirse.
—Tengo que irme. Debo hablar ante el comité dentro de cuatro minutos.
—¿Problemas? —preguntó Morris.
—Lo de siempre. Una nueva propuesta para derribar el Hospital Central y ponernos en el cinturón verde, lejos de la parte sórdida de la ciudad. Por si te interesa, emitirán la audiencia en circuito cerrado, por el canal veintitrés.
Dio media vuelta y se fue deprisa. Wolf enarcó las cejas.
—¿Siempre tiene tanta prisa?
Morris asintió.
—Siempre. Tiene una asombrosa capacidad de trabajo. La mejor combinación de teórico y experimentador que he conocido jamás. —Parecía haberse recobrado totalmente de su irritación—. No sólo eso. Tendrían que ver ustedes cómo sabe manejar un comité difícil.
—Me gustaría. —Wolf optó por aceptar la propuesta literalmente—. Siempre que a usted no le moleste que nos quedemos aquí a ver la emisión. Y algo más acerca del hígado —añadió con tono deliberadamente informal—. ¿Qué ocurre con los niños que aprueban el test de humanidad pero tienen alguna deformidad física? Usted mencionó que usan órganos infantiles cuando operan niños. ¿Los toman de los bebés que no aprueban el test?
—Habitualmente. ¿Pero a qué viene la pregunta?
—¿No es cierto que a veces ustedes cultivan los órganos que necesitan, en un medio ambiente artificial, hasta que alcanzan el tamaño requerido para el niño ?
—Tratamos de completar los trabajos de reparación antes de que los niños caminen o hablen. Más aún, comenzamos el trabajo apenas concluyen los tests de humanidad. Pero está usted en lo cierto; a veces cultivamos el órgano de un niño hasta darle el tamaño requerido, y lo hacemos a partir de material reprobado en los tests de humanidad. Sin embargo, todo eso se hace en el Hospital de Niños, en el lado oeste. Allí tienen máquinas de realimentación de tamaño especial. Además preferimos hacerlo allí por razones de control. Como usted sabe, hay penas muy severas por permitir que alguien use una máquina de biorrealimentación si tiene entre dos y dieciocho años… excepto, desde luego, para tareas de reparación médica, las cuales se realizan bajo supervisión estricta. Preferimos que aquí no haya niños, para impedir todo acceso accidental al equipo de cambio de forma.
Morris se volvió hacia la pantalla y pulsó el selector de canales.
—Admiro su perseverancia, señor Wolf, pero le aseguro que no lo llevará a ninguna parte. ¿Por qué enfatiza tanto la cuestión de los niños?
—Había otro dato en el informe de Luis Rad-Kato, el estudiante. Dice que no sólo sometió ese hígado a una prueba de identificación, sino a una prueba de edad. Determinó una edad de doce años.
—Pero eso no demuestra que él sepa lo que está haciendo. Aquí no se usan órganos de donantes infantiles. Ese trabajo se realiza en el Hospital de Niños. El comentario que le hizo usted a Capman fue atinado: ha llegado a un callejón sin salida. Le aconsejo que dedique su tiempo a otra cosa.
Mientras hablaba, el canal veintitrés cobró vida en la pantalla. Los tres hombres callaron para mirar.
—Por opción personal, uso la forma de la madurez temprana.
En los pocos minutos transcurridos desde que se habían marchado del Departamento de Trasplantes, Capman había encontrado tiempo para quitarse el uniforme del hospital y ponerse un traje. Los miembros del comité también usaban atuendos parecidos. La mayoría de ellos parecían hombres de negocios.
—Sin embargo —continuó Capman—, soy bastante viejo… mucho más que todos ustedes. Afortunadamente, soy de linaje longevo, y espero tener por lo menos veinte años productivos por delante. También tengo la suerte de contar con una buena memoria, lo cual da vividez a mis experiencias. Hoy deseo ofrecerles el beneficio de dicha experiencia.
—En plena pompa —murmuró Morris—. Nunca actúa con esa presuntuosidad cuando trabaja en el hospital. Conoce a su público.
—Quizá mi edad exacta sea irrelevante —continuó Capman—, pero aún recuerdo los días en que Lucy está en el agua no era una canción de cuna.
Hizo una pausa para permitir que el público manifestara su sorpresa. Larsen se volvió hacia Wolf.
—¿Cuándo fue eso, Bey?
Wolf parecía sorprendido.
—Si no me equivoco, hace casi un siglo. Sé que fue hace más de noventa años.
Wolf miró con creciente interés al hombre de la pantalla. Capman era viejo de veras. Lucy está en el agua, al igual que la muy anterior Ring-a-Ring-a-Rosy, hablaba de un hecho real. No de la peste negra, como en la otra canción infantil, sino de la matanza de Lucy, cuando los integrantes de la Liga por la Libertad de Alucinógenos —los lucies— habían arrojado drogas en los tanques de suministro de agua de las principales ciudades. Casi mil millones de personas habían muerto en el caos que se produjo mientras la hambruna, la contaminación, la epidemia y las insensatas batallas cobraban su tributo. En cuatrocientos años, era el único momento en que la población había dejado de aumentar, aunque había durado poco.
—Recuerdo los tiempos —continuó Capman— en que el cambio de forma cosmético era desconocido y el cambio de forma médico era aún difícil, peligroso y caro; cuando se tardaban meses de duro trabajo en lograr un cambio que hoy efectuamos en semanas o días; cuando aún se usaban las huellas digitales y de voz como forma legal de identificación, porque la ley aún no había aceptado el hecho elemental de que un hombre a quien le puede crecer un brazo nuevo puede alterarse la laringe o las yemas de los dedos.
Wolf frunció el ceño. El público al que se dirigía Capman parecía tragar el anzuelo, pero Wolf estaba casi seguro de que el orador se permitía ciertas licencias poéticas. Los primeros desarrollos a que se refería Capman habían comenzado aun antes de los lucies. En cierto sentido, se remontaban al siglo XIX, con los primeros experimentos sobre la regeneración de miembros en los anfibios. Muchos animales inferiores tenían la capacidad de regenerar los miembros perdidos. Un hombre no. ¿Por qué?