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– Salí de copas y estuve hasta las dos de la madrugada -dijo Tracy-. Y estuve en el edificio desde esa hora hasta casi mediodía. De modo que no tengo coartada, a menos que haya ocurrido antes de las dos. Puedo decirle con quién estuve antes de esa hora y supongo que hacerle un itinerario.

– Más tarde se lo pediremos -dijo Bates mientras asentía- Para el expediente del caso. No creo que el examen médico establezca que la muerte se produjo antes de las dos…, probablemente haya sido un poco más tarde. Ah, otra cosa más para el expediente, ¿tiene usted una coartada para el asunto de Dineen?

– No es muy buena. Estaba en casa, durmiendo.

Se advertía un súbito aire de triunfo en el rostro ancho del sargento Corey, al asomarse por encima del hombro de Bates.

– ¿Cómo sabe usted a la hora que Dineen…? -Y de pronto fue perdiendo el entusiasmo al recordar lo obvio: la historia con todos sus detalles había aparecido en los diarios.

Bates giró la cabeza para mirarlo por encima del hombro, se volvió otra vez y le hizo un guiño a Tracy. O al menos a Tracy le pareció que era un guiño, no podía estar seguro.

– Usted gana, Tracy -dijo Bates-. Para esta entrevista tendré que sentarme. Será mejor que empiece por el principio.

Tracy se tomó su tiempo para encender un cigarrillo y darle una larga calada.

– Sé que suena increíble, pero ahí va. Soy guionista de radio. Tengo un contrato con la «KRBY» para escribir el programa de Los millones de Millie. Es una radio-novela en capítulos.

– ¡Jo! -exclamó el sargento Corey-. Mi mujer sigue el programa y se pasa el día hablando de él. Yo mismo he escuchado algunos episodios. En estos momentos, a mi mujer la tiene preocupadísima el tal Reggie Mereton, el hermano de Millie, que tiene que hacer cuadrar las cuentas en el Banco donde trabaja. Quizá pueda usted contestarme, así se lo cuento a ella: ¿Logra Millie reunir el dinero para reponer el que falta, o es que su queridísimo Dale Elkins…?

– Por favor, Corey -dijo el inspector, con tono más bien helado-. Estamos investigando un asesinato y no una estafa en un programa de Radio.

– Pues bien, hace varios meses se me ocurrió la idea de hacer una serie de guiones sobre asesinatos, pero dándoles un enfoque humorístico, para un programa titulado El asesinato como diversión. Se trataba de crímenes de ficción, con pistas y todo. No es una idea original, claro, a excepción del tratamiento que le doy.

»Hasta la noche antepasada había logrado preparar tres historias, y tenía notas para una o dos más. Después…, para ser exacto, eran las siete de la tarde, se me ocurrió la idea del guión de Papá Noel; no sé, tuve la corazonada de que sería un disfraz perfecto con el que cualquiera podía pasearse sin ser reconocido en ese momento, ni identificado posteriormente. Tengo el guión aquí, si quiere verlo.

Bates carraspeó y le preguntó:

– ¿Era la víctima de su guión un ejecutivo de Radio?

– Humm.., no. Bueno, era un ejecutivo, pero creo que no especifiqué de qué tipo. No tenía en mente a un ejecutivo de Radio. La especialidad no guardaba relación alguna con el guión, de modo que no le busqué ninguna.

– ¿La víctima del guión no se llamaba Dineen?

– ¿Eh? Santo cielo, no, inspector. Dineen era la persona a la que le habría enseñado los guiones para montar el programa de Radio. Habría sido el último nombre que se me habría ocurrido utilizar.

»En fin, que terminé de escribir el borrador del guión a las ocho y media, y salí. Lo dejé sobre mi escritorio, y en la «Underwood» todavía quedaba una página.

»Eché el cerrojo a la puerta al marcharme. No creo que… -Miró al inspector-. No creo que importe mucho adónde fui, ¿verdad? En su mayoría fueron tabernas; me encontré con Pete Meyer y estuve hablando con él un rato, y…

– ¿Quién es Pete Meyer?

– Un actor de la Radio. Hace el papel de Dale Elkins, el amor inconstante de Millie, en Los millones de Millie.

– A mí me parece un empalagoso -comentó el sargento Corey.

Bates le lanzó una fría mirada al fortachón del sargento, y le preguntó:

– ¿Lo ha conocido personalmente, Corey?

– ¿Eh? No, quiero decir que en la obra, Dale Elkins es un empalagoso. Habla como un mariquita. No me gusta…, perdone, inspector.

Bates se concentró nuevamente en Tracy.

– De momento, puede omitir los detalles de dónde estuvo la noche del lunes. Más tarde tomaremos nota para incluirlo en el expediente.

– De acuerdo -asintió Tracy-. Bien, llegué a casa a la una y media. La puerta seguía cerrada. Me fui a la cama y dormí hasta casi mediodía, después salí. Compré un periódico y no lo leí hasta regresar a casa, a eso de las cuatro y media. En ese momento me enteré de que habían asesinado a Dineen y me quedé pasmado.

»Dineen me caía bien, pero no fue por eso que quedé atónito, claro. Nuestra relación era meramente de trabajo. Fue la forma en que lo mataron…, el hecho de que el asesino utilizara el método que acababa de inventarme, o que creía haberme inventado, la noche anterior, ¿me explico?

– ¿Pensó que era una coincidencia?

– No lo sé. Me preocupó. Resultaba difícil de creer, pero al mismo tiempo resultaba mucho más difícil de creer que no lo fuera, no sé si me explico. Al fin y al cabo, no le había comentado a nadie lo de mi guión. Tampoco se lo había enseñado a nadie.

– ¿Está seguro?

– Tan seguro como que estoy sentado ahora aquí.

– ¿Puede jurar que, desde el momento en que escnbió el guión hasta después de cometido el asesinato, no se lo enseñó a nadie ni habló de él con nadie?

– Estoy absolutamente seguro -repuso Tracy. Al fin y al cabo, a Millie Wheeler no le había enseñado guión, y tampoco le había hablado de él hasta después de cometido el asesinato. Esquivó este aspecto peligroso, agregando a toda prisa-: De todos modos, aunque se tratara de una coincidencia, era algo increíble, por eso salí a tomarme unas cuantas copas.

– ¿Solo?

– No, con Millie Wheeler, que vive al otro lado del pasillo. Por cierto, ¿no ha llegado todavía?

– No. ¿Habló con ella sobre lo del disfraz de Papá Noel y el asesinato de Dineen?

– La verdad es que anoche no hablamos de otra cosa. Pero eso fue después del asesinato. Por cierto sigue siendo la única persona con la que he discutido el tema, de momento.

– ¿Le comentó lo del guión del conserje en el hogar de la caldera?

Tracy sacudió la cabeza.

– No, no se lo comenté ni a ella ni a nadie más. Pero en este caso existe una pequeña diferencia. Quiero decir, ese guión lleva guardado en el cajón de mi escritorio desde…, no sé, pero lleva allí por lo meno un mes y medio. En todo ese tiempo, en mi casa han entrado decenas de personas que pudieron haberlo visto. Y que a su vez pudieron haber hablado de eIIo con decenas de personas más.

– Volvamos a la hora en que se enteró de que su guión de Papá NoeI había sido…, esto…, llevado a la práctica. ¿Por qué no llamó entonces a la Policía para aportar estos datos?

– Sea usted razonable, inspector. Me habrían tomado por loco. O bien habrían pensado que trataba de hacerles una broma pesada o de conseguir publicidad gratuita. No podría haber probado que escribí el guión antes del asesinato, menos aún, después de haberlo leído en los periódicos.

– Humm, quizá tenga razón. Está bien, ha cubierto usted sus movimientos hasta la hora en que llegó anoche a su casa. Y dice que no se marchó de aquí hasta el mediodía de hoy. ¿Dónde ha estado desde entonces?

– En el estudio. Recibí una llamada. Había una emergencia porque uno de los actores de Los millones de Millie se puso enfermo, y había que rehacer un guión antes de que el programa saliera al aire. Al terminar el programa, me marché del estudio y decidí telefonear a la señorita Wheeler…, y el sargento Corey se puso al teléfono. ¿Cómo hicieron para entrar en su piso, sargento, si ella no estaba en casa?