Выбрать главу

Bates contestó por el sargento.

– Es la rutina. Visitamos a todos los inquilinos para preguntarles cuándo habían visto por última vez a Frank Hrdlicka. Cogimos las llaves maestras del cuarto que Hrdlicka tenía en el sótano; echamos un rápido vistazo en los apartamentos en los que no había nadie…, para aseguramos de que todo estaba en orden. No se trataba de un registro.

– Ah -dijo Tracy, sintiéndose un tanto aliviado. Se produjeron unos segundos de silencio, al cabo de los cuales el sargento Corey exclamó: «¡Cosa de locos!», y los otros dos se quedaron mirándolo.

– Un traje de Papá Noel, y un conserje apuñalado por la espalda y metido en el hogar de una caldera -dijo- Para mí es cosa de locos. -Se quitó el sombrero y lo estudió como si jamás lo hubiera visto en su vida, después volvió a ponérselo en la cabeza.

– Tracy, me parce que al sargento no le falta razón -dijo Bates-. Es cosa de locos. Por cierto, ¿conoce a alguien que hubiera tenido motivos (adecuados o no) para matar a su jefe?

Tracy sacudió la cabeza despacio y repuso:

– No. Claro que si uno estira ese «adecuados o no» lo suficiente, hay que reconocer que en el estudio se producen celos y enfrentamientos. Como en cualquier estudio. Pero nada que pudiera conducir a un asesinato.

Abrió un cajón del escritorio y sacó unos manuscritos mecanografiados en papel de copia amarillo. Se los entregó a Bates.

– Éstas son las obras -le dijo-. Son todos borradores; sólo dos tienen continuidad, los demás son sinopsis o notas. No los he presentado; tenía planeado acabar una docena antes de enseñarlos en el estudio.

– ¿Le importa si me los llevo para estudiarlos?

– Adelante. Son las únicas copias que tengo, procure no perderlas, pero de momento no me hacen falta. De modo que no se sienta obligado a trabajar en ellas de inmediato. Tal y como estoy ahora, dan ganas de pedirle que las eche a la papelera cuando acabe de leérselas.

– Podría cambiar de idea -le sugirió Bates-. Las cuidaré bien. Humm…, la primera que veo aquí es sobre un joyero. ¿Conoce a algún joyero, Tracy?

– Gracias a Dios, no.

– Y aquí hay una sobre un policía. ¿Conoce a algún policía?

– Conocí a muchos cuando trabajaba en el Blade. Pero no tenía ningún amigo íntimo; no he vuelto a verlos desde entonces.

– ¿No hace copias con carbón de lo que escribe? Creí que todos los escritores las hacían.

– De la versión definitiva que voy a entregar, sí. Pero no tiene sentido hacer copias de los borradores. ¿Por qué…?

Llamaron a la puerta y la abrieron. El policía de uniforme que había estado esperando a Tracy en el apartamento de éste, asomó la cabeza y anunció:

– Acaba de llegar la mujer que vive al otro lado del pasillo. Me ha pedido que le avisara, inspector.

Tracy llegó antes a la puerta, y la abrió de par en par. Millie se disponía a abrir con la llave.

– Hola, MiIlie, pasa -le dijo-, y déjate arrestar.

Tal vez podría advertirle, pensó Tracy, que no le había contado a la Policía que ella estaba al tanto de lo del guión de Papá Noel, la noche anterior.

Cuando ella entró, le dijo:

– Millie, éste es el inspector Bates y éste el sargento Corey. Han asesinado a Frank Hrdlicka, y le estás tomando declaración a todos los vecinos. Les…

– ¿Frank quién? -De pronto, Millie se puso pálida-. Tracy, ¿te refieres al conserje? Se llama Frank, ¿verdad?

Tracy asintió.

– Tracy, ¿lo…, lo pusieron en el…?

– Sí, señorita Wheeler -respondió el inspector Bates-. En el hogar de una caldera. ¿Leyó usted el el guión?

– No exactamente. Tracy me lo comentó anoche.

Tracy vio su oportunidad, e intervino rápidamente.

– No ha leido ninguno de mis guiones, inspector. Y no pudo haberse enterado de nada hasta ayer por la noche…

– Por favor, deje que la señorita Wheeler conteste por sí sola.

Tracy asintió y volvió a sentarse en el escritorio; ya le había pasado a Millie la información de que ella no había leído el guión de Papá Noel; la muchacha no iba a dejarlo mal parado.

– ¿Cuándo vio por última vez a Frank Hrdlicka, señorita Wheeler?

Millie se sentó en el sillón y contestó:

– Hace casi una semana…, espere, no, fue hace tres días, el domingo. Se me había estropeado la cocina y subió a arreglármela.

– ¿Está segura de que fue el domingo?

– Segurísima, porque recuerdo que me dio mucho apuro tener que molestarlo en domingo, pero la cuestión era que necesitaba la cocina para esa noche. Y…, sí, fue la última vez que lo vi, estoy totalmente segura.

Dirigiéndose a Tracy, Bates le dijo:

– Señor Tracy, es una pregunta que no le hemos hecho. ¿Cuándo lo vio o habló con él por última vez?

– También el domingo. Estuvo aquí durante un par de horas, temprano, por la tarde.

– ¿Trabajando?

– En una botella de whisky. Jugamos a cartas.

– Ah. Entonces lo conocía bastante bien.

– Sí. Había estado aquí vanas veces. De vez en cuando jugábamos al «cribbage», y algunas veces al ajedrez Sabía que jugaba al «shaffskopf», o cabeza de oveja, de modo que cuando Dick Kreburn vino el domingo y me habló de ese juego de naipes, telefoneé a Frank para que subiera a jugar un rato, y así lo hizo.

– ¿A tres manos?

– Sí, se juega a tres manos.

– ¿Está seguro de que fue la última vez que lo vio?

– Estoy seguro que es la última vez que hablé con él, No podría jurar que no me lo cruzara en el pasillo desde entonces. Si lo hice, no me acuerdo.

– ¿Sabía que no tenía la ciudadanía? -inquirió Bates.

– Por supuesto -repuso Tracy-. Estaba tramitando papeles, pero todavía no tenía los definitivos. Me contó que había nacido y se había educado en Polonia. Y tenía una formación bastante buena. Hablaba inglés bastante bien, y día a día iba aprendiendo cada vez más, porque leía mucho. Siempre me pedía que le corrigiese si cometía un error, o incluso si decía algo de una forma no del todo idiomática.

– ¿Conoció a alguno de sus parientes o amigos?

Tracy negó con la cabeza.

– Me comentó que en la ciudad tenía un hermano menor que él, pero nunca lo conocí.

– Vaya, teniendo tan buena educación, ¿se conformaba con ser conserje?

– Pues no, la verdad; pero no le quedaba más remedio. Iba a…

Sonó el teléfono y Tracy fue a contestar.

– ¿Señor Tracy? -le preguntaron-. Habla el doctor Berger. Llamo desde la habitación del señor Kreburn. Me pidió que le telefoneara.

– Ah, sí, doctor. ¿Cómo está, y cuándo cree que podrá volver al programa?

– Tiene la garganta bastante inflamada, pero, si se cuida y sigue mis instrucciones, la semana que viene ya se encontrará recuperado.

– Las seguirá aunque tenga que sentarme al pie de su cama y darle charla -le dijo Tracy-. ¿No es laringitis?

– No, sólo un fuerte resfriado que le ha afectado la garganta. Ya le he recetado unos medicamentos; pero lo principal es que descanse, que no hable y que duerma mucho.

– Gracias, doctor. ¿Cuándo volverá a verlo?

– Mañana, más o menos a esta misma hora.

Tracy echó un vistazo al reloj y dijo:

– Intentaré estar allí. ¿Hay algo que pueda hacer ahora o antes de mañana?

– Nada. Puede arreglarse solo, y con la ayuda del servicio de botones, tendrá todo lo que desee sin necesidad de bajar a comprarlo.

Tracy volvió a darle las gracias y colgó. Se volvió hacia el inspector Bates y le preguntó:

– ¿Dónde habíamos quedado?

– Tendré que hacerle unas cuantas preguntas a la señorita Wheeler -replicó Bates-. ¿Aquí, señorita Wheeler, o prefiere que vayamos a su apartamento?