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– ¿Quién?

– Stanislaus, el tabernero. Stan Hrdlicka. -Corey aminoró la marcha-. ¿No irá a decirme que estuvo ahí sentado todo el rato, y no sabía quién era ese tipo?

– No puedo creerlo -dijo Tracy.

– Pues no lo crea -gruñó Corey-. Era su hermano.

– No es posible. Ahora recuerdo que Frank me comentó una vez que su hermano servía en un bar. Pero, con todos los taberneros que hay en la ciudad, mire que ir a elegir a… ¡Oiga, Corey!

– ¿Sí?

– ¿Se da cuenta de lo que esto prueba?

– ¿Qué?

– Prueba que…, al menos para mi débil mente…, que es completamente imposible que lo de esos asesinatos y los guiones fueran una coincidencia.

– ¿Y cómo llegó a esa conclusión, señor Tracy?

– Verá, el hecho de que fuese a elegir al hermano de Frank, entre todos los taberneros de La ciudad, fue una perfecta coincidencia. No pudo ser otra cosa; nadie me condujo hasta ese bar. Iba caminando sin rumbo y entré, así, al azar. Ahora bien, si lo otro fue una coincidencia, entonces serían…, bueno, tres coincidencias…, si consideramos que cada uno de los dos asesinatos ocurrió exactamente como indican los guiones que escribí. Estoy dispuesto a admitir que hubo una coincidencia, no me queda otra alternativa, pero no se pueden dar tres coincidencias así en un lapso tan corto de tiempo. Es como apostar tres párolis seguidos en las carreras.

– Una vez lo intenté -le comentó Corey-. Y perdí. Pero, diablos, si se me hubieran dado, me habría forrado. -Hizo una pausa y luego agregó-: Aunque uno de ellos se me dio. Supongo que entiendo qué me quiere decir.

Tracy miró por la ventanilla y advirtió que se dirigían hacia el Sur, por Amsterdam. Y preguntó:

– ¿Adónde vamos?

Corey aminoró la marcha y repuso:

– Pues a ninguna parte. Sólo estaba dando una vuelta para que usted tomara un poco de aire, es todo. ¿Quiere ir a algún sitio en particular, señor Tracy?

– No… Oiga, sargento, ¿cómo es que estaba usted allí?

– Lo estaba siguiendo. Regresé a la Comisaría más o menos a la hora que usted se marchó y…, bueno, pues que… me puse a seguirlo.

– Ah.

– No era mi intención… Esto… -En la voz de Corey se adivinaba una cierta incomodidad. Tracy lo miró a la cara y constató que se sentía incómodo.

– No lo hice por trabajo -le explicó Corey-. Quiero decir, no le estaba siguiendo los pasos. Sólo quería hablar con usted.

– No lo entiendo -dijo Tracy, sinceramente sorprendido-. ¿Quiere decir que me estuvo siguiendo desde que me marché de la Comisaría? ¿Mientras comía, me hacía lustrar los zapatos y después, cuando entré en ese bar…?

Corey asintió.

– Estaba esperando. Iba a elegir el momento adecuado…, el momento psicológico. Era por algo personal, por eso estaba esperando.

– ¿Y hasta cuándo hubiera esperado? ¿Hasta que me pusiera trompa?

– No, no…, no se trataba de eso. Aunque tenía pensado esperar hasta que se detuviera a tomar una copa después de cenar. Entonces, fingiría un encuentro casual. Pero ocurre que usted se metió en el «Dólar de Plata», y yo sabia que Hrdlicka trabajaba allí, porque hablé con él esta tarde mientras usted estaba en la Comisaría con el inspector… Supuse que querría hablar con él en privado sobre lo de su hermano. Por eso esperé antes de entrar en el bar. Esperé un rato en la acera de enfrente y después me acerqué a la ventana para asegurarme de que no se hubiera usted marchado, y justo cuando estaba comprobándolo, él lo izó por encima de la barra y…

– No me lo recuerde -le pidió Tracy. Se frotó la mandíbula con suavidad y se preguntó si la barbilla iba a hinchársele demasiado como para poder afeitarse. Quizá tendría que dejarse perilla.

Sacó un cigarrillo, lo encendió y luego dijo:

– Bueno, sargento, no sé si éste es un momento psicológico o no…, pero, ¿de qué diablos quería hablarme?

– De la Radio. Verá usted, señor Tracy, yo…, bueno, siempre quise saber si algún día podría entrar en la Radio. Como actor, quiero decir. Mi mujer… – y mucha gente me dicen que tengo una buena voz. No para cantar, claro, porque soy incapaz de seguir una melodía.

»Pero de niño tomé clases de declamación, y se me daba muy bien lo de recitar poesías. ¿Qué opina usted, señor Tracy?, ¿le parece que podría conseguir una prueba?

– Bueno…, no se…

– Pues quería preguntarle eso…, y no es preciso que me conteste en seguida… Además, quería preguntarle sobre Los millones de Millie. Hablé por teléfono con mi esposa y se entusiasmó muchísimo cuando se enteró de que había conocido al guionista. Me pidió que le sonsacara para ver qué ocurrirá con el dinero que falta en el Banco. Y con otras cosas.

Le sonrió de pronto y añadió:

– Es mi excusa para llegar tarde esta noche, si es que llego tarde. Mi esposa creerá que estoy en buena compañía si estoy con usted, ¿me explico? Es decir, si le paso algún dato sobre lo de Los millones de Millie. Es un programa estupendo, señor Tracy.

– ¿Usted también lo escucha?

– Siempre que puedo. No siempre puedo, por tengo unos horarios enrevesados; a veces trabajo una noche entera y al día siguiente tengo el día libre, de modo que si a esa hora estoy en casa, lo escucho siempre que no esté durmiendo. Si llego a perderme algún episodio, como ocurrió hoy, mi esposa me cuenta lo que pasó. Por cierto, ¿qué pasó hoy?

– Reggie tiene laringitis.

– ¡Maldición! -exclamó Corey-. Eso complica mucho las cosas. No sé, con el dinero que falta en el Banco, y la auditoría que se avecina. ¿Está muy mal?

– Se pondrá bien la semana próxima -respondió Tracy-. En mi casa me oyó usted hablar con el médico por teléfono. ¿No se acuerda?

Tracy se echó a reír y le explicó:

– Era una broma, sargento. Me refería al actor que hace el papel de Reggie. Él es el que tiene la garganta inflamada, y por eso en el guión tuve que hacer que Reggie Mereton enfermara de laringitis. No podía hablar si el actor que hace su papel no puede, ¿me explico?

– Sí, claro. Pero, si está enfermo, ¿cómo aclarará lo del Banco, incluso si él y Millie logran reunir la pasta para reponerla?

– Bueno…, oiga, sargento, ¿adónde vamos?

– Pues me dirigía hacia «Mamie’s Place». Es un sitio tranquilo para charlar, y el licor está bien. ¿Qué tal?

– Pues vamos a «Mamie’s Place». Adelante, Macduff.

– Pero, ¿cómo logrará devolver la pasta al Banco antes de que vengan los auditores?

– Entre nosotros, sargento, no tengo ni idea.

– ¿Que no tiene idea? ¿Y usted es quien lo escribe? Me está tomando el pelo, señor Tracy. Apuesto a que sé cómo continúa. En el Banco andan escasos de personal, entonces Millie se ofrece a ayudar mientras Reggíe está de baja, porque de todos modos no está haciendo nada, y tiene algo de experiencia como cajera…, de eso hace más o menos un año, ¿no?… Pues ella remplaza a su hermano. Entonces trata de reponer el dinero. Entonces… ¡Supongo que ya sabrá usted los problemas que pueden surgir de esto!

»El otro cajero, al que Reggie detesta, apuesto a que pesca a Millie cuando trata de devolver el dinero o de arreglar los libros, y ya sabemos que está colado por Millie, ¿no? ¿Qué le parece esta idea? Tratará de chantajear a Millie para que se case con él a cambio de no delatar a Reggie y enviarlo a la cárcel. Y así empezará el próximo problema de Millie, incluso antes de que logre solucionar el anterior. ¿Le parece que he adivinanaldo bien, señor Tracy?

Tracy inspiró hondo y soltó el aire despacio. Buscó otro cigarrillo y lo encendió.

– Sargento Corey, es usted un genio.

– Vamos, señor Tracy, no me tome el pelo.

– Olvídese del señor, sargento, llámeme Tracy. ¿Falta mucho para llegar a «Mamie’s Place»?

– Dos manzanas. Ya casi estamos.