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Tracy lo leyó dos veces. Tuvo que reconocer que se trataba de unas declaraciones correctas. No se dejaba entrever -al menos exteriormente- que se sospechara de la conexión de Tracy con los delitos. Y no se mencionaba el nombre de Millie Wheeler.

Lo mejor de todo era que no se hablaba en ningún momento del punto que hacía tan increíble todo aquello, el hecho de que Tracy no le había enseñado los guiones a nadie hasta después de cometidos los asesinatos, y que uno de ellos lo había escrito un día antes de cometerse el delito que seguía, paso a paso, las indicaciones de la historia.

Era una nota correcta, no cabía duda. Ni siquiera él mismo habría sido capaz de hacerlo mejor si hubiera redactado la nota. Pero había algo…, no supo precisar qué, hasta acabar de leer el artículo por segunda vez.

La nota era demasiado correcta con él. Tanto, que se hacía sospechosa. Tracy había sido periodista no hacia mucho tiempo. Le parecía oír lo que Bates debió de declarar:

«Y ahora, muchachos, os daré esta historia…, pero antes os diré cómo quiero que la contéis.»

Pero, ¿por qué?

Dobló el diario y se lo devolvió a Jerry. Habían limpiado la barra, y frente a él esperaba una copa llena. La cogió.

– ¿Va en serio, o es una treta? -inquirió Jerry Evers.

– No es ninguna treta, Jerry -respondió Tracy-. Esto me tiene caminando en círculos y hablando en voz alta.

– Maldita sea -dijo Jerry Evers. Tracy notó que, incluso cuando maldecía, la entonación de Jerry era perfecta-. Qué jodido, hombre. Pero, ¿para qué lo sacaste a relucir? ¿Por qué te metiste en el follón contándoselo a la Policía?

Tracy lanzó un suspiro y se lo contó. Le llevó media hora y tres rondas.

– Qué situación más jodida -insistió Jerry, cuando Tracy hubo acabado-. Oye, Tracy, ¿mencionaron mi nombre?

– ¿Tu nombre? ¿Y por qué?

– Bueno, no sé, quizá te preguntaron si Dineen tenía algún enemigo, o si alguien que tú conocieras podía tenerle manía. Ya sabes tú las enganchadas que tuve con él por los papeles. Me preguntaba si habrías mencionado mi nombre.

– No, no lo hice.

– Oye, la próxima vez que hablen contigo, ¿lo harás?

– ¿Quieres que les hable de ti? ¿Estás chiflado?

Jerry sonrió y repuso:

– La publicidad, Tracy. Me vendría bien. No me importaría convertirme en sospechoso, si con ello consigo salir en los diarios.

– Estás chiflado, loco de atar. Jerry, estamos en la Radio. Y a esas alturas deberías saber cómo funciona. Un escándalo, y estás acabado. Con los escritores la cosa es diferente, somos unos mercenarios anónimos. Pero…

– Al diablo la Radio -dijo Jerry-. Si lograra que me arrestasen por asesinato, y pudiera conseguir suficiente publicidad, quizá consiguiera volver al escenario. Tracy, este asesinato puede llegar a ser una gran historia. ¡Diablos! Es una gran historia. Cuando se conozca este detalle, a través de los servicios de teletipo llegará a todo el país, y dará que hablar durante días. Para un actor, es una publicidad de valor incalculable.

– Estás chiflado -insistió Tracy. Tenía la copa vacía y cogió el cubilete con los dados-. Me toca tirar a mí.

– Lanzó los dados y sacó un as y dos seises-. Dejaré tres doces en uno. Jerry, estás loco de atar.

– No fastidies. Hablo muy en serio.

– Pero, ¿y si de veras te metes en un lío? ¿Cómo podrás librarte? ¿Tienes una coartada?

– Eso está hecho. La mañana que mataron a Dineen tenía cita con mi peluquero…, sí, es teñido. Apenas tengo cuarenta y seis, Tracy, pero si no me tiñera el pelo lo llevaría completamente gris…, y bueno, incluso en la Radio, donde sólo te ve el público del estudio, si lo hay, no consigues papeles a menos que tengas buen aspecto. Claro que hay papeles de viejo, y puedo hacer que me tiemble la voz. Pero ten en cuenta que son capaces de permitir que un hombre de aspecto joven haga papeles de mayor si tiene buen dominio de voz, pero con un tipo con el pelo gris no conseguiría ningún papel, exceptuando aquellos en los que el personaje está con un pie en la tumba. Y lo mismo pasa en la Televisión. ¿Qué te estaba diciendo?

»Ah, sí, estaba con mi peluquero cuando se cargaron a Dineen, y tiene la cita apuntada en la agenda. Podría olvidarme de qué hice esa mañana, hasta que se me ocurra acordarme.

– Sigo pensando que estás chiflado. Me está entrando un poco de sed; anda, agita los dados; tengo tres seises en una.

Evers cogió el cubilete y lanzó. Pero ni siquiera se fijó en los dados.

– Tracy, esto puede significar mucho para mí. ¿No te das cuenta de que es mi última oportunidad de hacer algo grande? De acuerdo, será una publicidad desfavorable, pero después se producirá la reacción en dirección contraria. Podría hacer correr tinta suficiente como para conseguir una oferta de cine. De lo contrario, ¿qué otra cosa podría hacer?

Tracy frunció el ceño y repuso:

– Sigue sin gustarme la idea, Jerry. Pero, si estás seguro de que es eso lo que quieres, de acuerdo. Mira, hemos empatado. Tres seises. Anda, tiremos otra vez a ver quién paga.

Jerry sonrió y dijo:

– Al diablo con los dados. Invito yo. ¡Eh, George!

– Levantó dos dedos y añadió-: Tracy, no estoy pidiendo que mientas. Simplemente, cuéntales que yo solía discutir bastante con Dineen, e insiste en ese punto. En cuanto los hayas encaminado en mi dirección, yo me encargo del resto.

– ¿Cómo pueden sospechar que mataras a Frank? Ni siquiera lo…, un momento, lo conociste, ¿no es así?

– Nos vimos dos veces, en tu casa. Mira, les haré creer que soy un psicópata…, que maté a Frank para llevar a la práctica otro de tus guiones. Por cierto, ¿de qué trataban los otros?

– Uno iba de… -Tracy se interrumpió de repente-. Vete a la porra, chico. No voy a contárselo a nadie. Y si estás lo bastante chalado como para querer que sospechen de ti, podrías estar lo bastante chalado como para poner en práctica los otros, sólo para hacer la faena completa.

– No digas tonterías. Si se supone que los he leído, he de saber de qué tratan los demás guiones. No pude haber leído dos sin haber tenido ocasión de leerme los demás. Anda, cuéntamelos.

Pero Tracy sacudió la cabeza con decisión.

– Ni hablar, Jerry. En cuanto a lo otro, de acuerdo. La próxima vez que vea a Corey o a Bates, les diré que Dineen y tú erais enemigos. Hasta ahí puedo llegar, pero no pienso dar ni un paso más. ¿Vale?

– Magnífico. -Evers levantó su copa-. Por el asesinato, Tracy.

Tracy sacudió la cabeza sombríamente, pero bebió.

– Sigo pensando que estás chiflado.

– Todos los actores estamos chiflados. Es preciso. ¿Vas a ir mañana al entierro?

– Tal vez. ¿Y tú?

– No me queda más remedio -le dijo Jerry Evers-. Helen Armstrong me pidió que la acompañase; no quería ir sola y, la verdad, no la culpo. De momento, ha reaccionado bastante bien.

– ¿Cómo? ¿Quieres decir que Helen y Dineen…?

Evers sonrió.

– ¿Cómo te piensas que llegó a ser Millie Mereton? No tiene ni un pelo de actriz. Oye…, si no lo sabías, no se lo cuentes a la Policía. Podría distraerlos de lo que quiero que sea su siguiente objetivo. Es decir, yo. A menos que…

– ¿A menos que qué?

– Tracy, es una idea brillante. Les haré creer que estoy enamorado de Helen. Y tendré otro móvil, además de las enganchadas con Dineen por los papeles. Sí, cuéntales lo de Helen y Dineen.

– Cuéntaselo tú. Yo ni siquiera lo sé.

Tracy le hizo una seña a George.

– Cuanto más me lo pienso, menos me gusta.

– Entonces no te lo pienses. Tracy, ¿alguna vez fue Helen a tu casa?

– En una ocasión, con Pete Meyer. También estaba Millie Wheeler, y jugamos al bridge. ¿Por qué?

– Por curiosidad. Esto…, Tracy…

– ¿Oué?

– Por casualidad no habrás escrito un guión sobre el asesinato de un actor maduro, ¿verdad?