De acuerdo, tenía el esquema general de una idea, pero se le había ocurrido a Dotty, y no a él. Ni siquiera había sido capaz de aportar los detalles menores. ¿También tendría que pedirle a Dotty que se encargara de eso?
En la penumbra del amanecer (bueno, no era exactamente el amanecer, pero la penumbra persistiría hasta que se levantara y subiera las persianas) tendría que levantarse y sentarse delante de esa condenada máquina y escribir algo. O eso, o una discusión con Wilkins.
Nunca en su vida había tenido menos ganas de escribir que ahora. Maldición, no debería haberlo postergado para la mañana. Después de desayunar jamás se le ocurriría nada creativo. Y antes de desayunar, incluso el pensar en ello le dolía.
Lanzó un gemido y trató de olvidarse de Los millones de Millie. Pero eso le recordó los asesinatos. Unos asesinatos estúpidos, sin ton ni son. ¿Habrían acabado? Tenía la sensación de que no.
¿Quién seria el siguiente?
En lugar de tratar de adivinarlo, y visto que carecía de base para ello, salió de la cama y se metió en la ducha. El agua fría no lo despertó del todo, pero sí le ayudó.
Una vez vestido, decidió que no le apetecía desayunar. Era mejor que comenzara a escribir el condenado resumen. Quitó la funda a la máquina y se sentó.
«Vamos a ver… Dale y Millie tienen que pelearse, y la primera cuestión es por qué vamos a hacer que discutan. Veamos…»
Maldición, seguía teniendo la mente obnubilada. Será mejor que antes bajara a tomar un café.
En el pasillo se encontró con Millie Wheeler, que llegaba en ese momento cargada de paquetes.
– ¡Tracy! ¿Qué es lo que te ha hecho caer de la cama a las ocho y media de la mañana? ¿O es que todavía no te has acostado?
– Es mi día de ajetreo, cariño. Tengo que trabajar. Y en serio.
– ¿Has desayunado?
– Bajaba a tomar café. ¿Te vienes?
– Aquí tienes café. -Le entregó un paquete. Y después le dio los otros y añadió-: Anda, aguántame todo esto para que pueda abrir la puerta.
La siguió, dejó los paquetes en la cocina y se sentó. Millie se puso a preparar café.
– ¿Qué estás haciendo, Tracy? ¿Los guiones de Los millones de Millie?
– Un resumen para la próxima secuencia. Millie discutía con Dale, y luego él saldrá y lo atropellará un camión.
– Buena idea. Me refiero a que a Dale lo atropelle un camión. ¿Por qué van a discutir?
– Todavía no se me ha ocurrido. ¿Tienes alguna sugerencia?
– Hummm -masculló Millie-, déjame pensar.
– Sacó platos y tazas de la cocina y fue a colocarlos sobre la mesa-. ¿Por qué no haces que Millie se entere de que Dale le ha echado el ojo a una rubia?
– Oye, es estu…
A Tracy le golpeó una sospecha repentina, pero no logró identificarla. Millie estaba inclinada sobre la cocina echando unos huevos en la sartén, y no podía verle la cara.
– …estupendo -dijo-. Anda, sigue. ¿Dónde conoce a la rubia?
– Pues trabaja en una oficina, ¿no? ¿Por qué no haces que la rubia trabaje en el mismo sitio? Podría ser una nueva estenógrafa.
– Ya -dijo Tracy. Como Millie seguía dándole la espalda, él entrecerró los ojos con aire de suspicacia-. Y, después, ¿qué pasa?
– Pues -que lo atropella un camión -repuso Millie alegremente-. Eso es lo que me dijiste. Y le está bien empleado, ¿no? ¿Cuántos terrones?
– ¿Dónde, en el café?
– Claro, pelma. -Ella se giró y en su rostro no había asomo de astucia.
Tracy insistió en ayudarla a lavar los platos después del desayuno. Quizá fuera su conciencia. Después, ella lo echó porque tenía que vestirse para ir al estudio.
Desconsolado, regresó a su máquina de escribir. Resueltamente colocó una hoja, carbón y papel de copia amarillo.
Resueltamente mecanografió el título, giró el rodillo y comenzó a escribir el resumen. ¿Habría sido, la sugerencia de Millie, una conjetura al azar? ¿O…?
De todos modos, era una idea utilizable. Pero optó por convertir a la chica en operadora de máquina de calcular en lugar de estenógrafa, y en pelirroja en lugar de rubia. Al menos, esa parte del resumen, pensó con amargura, sería idea suya y no de Dotty o de Millie. Y, por supuesto, Dale no sería culpable de tontear con otra (de todos modos, a Wilkins no le gustaría la idea), sino que seria una víctima de las apariencias engañosas.
Siguió escribiendo; las frases salían despacio, palabra por palabra. Cada palabra le hacía daño. El resumen era breve, de dos páginas a doble espacio, y tardó hasta las once de la mañana en acabarlo.
Tenía la frente perlada de sudor, y no se debía solamente al calor de agosto. Le había costado un triunfo escribir aquel resumen, y eso que se había sentado a la máquina con la idea ya preparada. Y ni siquiera había sido idea suya… Por eso le había costado tanto trabajo, porque la idea no le pertenecía.
Suspiró aliviado ante aquel pensamiento reconfortante y se marchó. Tendría que darse prisa si quería encontrar a Wilkins. Probablemente estaría hecho un basilisco. Era un milagro que aún no le hubiese telefoneado.
Al final, la dura prueba no resultó tan mala.
Wilkins frunció el ceño cuando Tracy entró en su despacho, pero se ablandó cuando vio el resumen sobre el escritorio.
Lo leyó despacio y asintió.
– Con esto bastará. ¿Tiene preparado algún episodio?
– Pensé que era mejor que primero me aprobase el resumen, por si deseaba introducir algún cambio. Para el lunes puedo presentarle unos cuantos guiones.
– Muy bien. Puede que le sugiera alguna modificación. ¿No le parecería mas…, esto…, más normal que la muchacha de la oficina fuera una rubia? Quiero de…
– No -respondió Tracy-. Por esa misma razón, mejor que no sea una rubia. Una morena, si le parece que una pelirroja sería demasiado outré.
La oreja derecha de Wilkins se elevó un poco.
– ¿No le gustan las rubias, señor Tracy? No sé por qué, pero tenía la impresión de que…
– No es nada personal -repuso Tracy con una sonrisa-. Pero me parece que lo de las rubias está ya un poco trillado. Tanto, que se han convertido en un lugar común. Y, hablando de rubias, ¿está Dotty por aquí? Con una estenógrafa, podría empezar a trabajar en los guiones ahora mismo, en uno de los despachos.
– Es posible que se haya marchado. Los sábados sólo trabaja hasta mediodía, y ahora son…, si, son las doce y diez. Me parece que esta tarde vendrá la señorita Hill. ¿Le pido que le eche una mano?
– Olvídelo, señor Wilkins. En realidad, puedo trabajar mejor por mi cuenta. Lo dije sólo porque me pareció que podría servirle de experiencia a Dotty, en caso de que hubiera trabajado hoy, claro.
– Ya. Es una pena, entonces, que se haya marchado. Por cierto, señor Tracy, en esta secuencia hay un aspecto absolutamente discutible. Me refiero a la posibilidad de que Dale Elkins se muera. Se trata de un aspecto que deberemos exponer a nuestros patrocinadores. No debemos tomar medidas tan…, esto…, radicales, sin contar con la aprobación de todos los anunciantes.
– Por supuesto -replicó Tracy-. Por eso lo sugerí como mera posibilidad. Lo de la pelea nos llevará varios días, el mismo tiempo que tardaremos en sacar a Reggie de sus problemas con el Banco. Justo antes de que acabe el último guión en el que hablamos del asunto del Banco, introduciremos el accidente. Y las escenas en el hospital… nos servirán para varias semanas.
Wilkins asintió y le comentó:
– El martes tengo cita con nuestro patrocinador. Le enseñaré este resumen y le pediré su opinión. Le garantizo que la primera parte, es decir, la pelea, el accidente y las escenas del hospital, serán de su agrado. Puede usted trabajar en los guiones de una semana, incluso de dos, sobre esa base.