Al tomar el ascensor que lo llevaría a la calle, Tracy fue sintiéndose mejor. Había superado el primer obstáculo. Si el domingo lograba escribir un par de guiones…
La fuerza de la costumbre, más que el deseo de beber, lo condujo al bar. Pidió una botella de cerveza y la bebió despacio tratando de reunir el valor suficiente para marcharse a casa y empezar con los guiones. Presentía que iba a costarle un triunfo.
¿Por qué diablos tenía que entregar guiones justo en ese momento? ¿Por qué los asesinatos no habrían surgido más adelante? Si lograra encontrar el modo de tomarse una semana de vacaciones y olvidarse de Los millones de Millie…
Una silueta voluminosa se instaló junto a él, en barra.
– Hola, Tracy -lo saludó el sargento Corey-. Acabo de subir a ver si lo encontraba en el estudio, y el señor Wilkins me dijo que probablemente pasaría por aquí al salir.
– Tipo listo, ese Wilkins -dijo Tracy-. ¿Qué bebe, sargento?
– Bueno…, supongo que una cervecita no me sentará mal. Pero no se lo cuente al inspector. Pasaba por aquí y se me ocurrió que podía comentarle algo que averiguamos, si lo encontraba. Sabemos de dónde salió el traje de Papá Noel.
Tracy dejó la cerveza y preguntó:
– ¿De dónde?
– De «Seabright’s», la tienda que hace vestuarios teatrales. El lunes por la noche entraron a robar…, fue justo la noche antes de que asesinasen a Dineen. Dieron parte a la Policía, pero no denunciaron la desaparición de ningún traje. La denuncia no la cursó nuestro departamento, como es lógico, y no nos enteramos hasta esta mañana.
– Que fue cuando echaron en falta el traje de Papá Noel, ¿no?
Corey asintió con aire de sabio.
– Exactamente. El martes por la mañana, cuando vieron que habían entrado a robar, lo primero que controlaron fue la caja, donde los dueños sólo habían dejado unos pocos dólares de cambio. Estaba todo en orden, de modo que supusieron que el ladrón no había encontrado el dinero. Revisaron por encima las existencias, pero no abrieron caja por caja. Y esta mañana alguien les pidió un traje de Papá Noel, y no pudieron servir el pedido.
– ¿Y quién diablos iba a querer un traje de Papá Noel en esta época del año?
– ¡Ah! -exclamó el sargento.
Tracy frunció el ceño.
– Nunca me lo han presentado. ¿Tiene algo que ver con Lo, el pobre indio? No, espere, sí que conozco un Ah. En Buffalo. Solía llevarle mis camisas. Ah Lee Soon, creo que se llamaba.
– Señor Tracy, me está tomando el pelo.
– Le apuesto diez dólares. Conseguimos una guía de teléfonos de Buffalo y… Oye, Hank, tráenos dos botellas de cerveza. Está bien, sargento, me rindo. ¿Quién trató de alquilar un traje de Papá Noel? esperaré sentado a sus pies conteniendo el aliento.
– Jerry Evers. Ese actor que hace papeles de hombre mayor, y que solía pelearse con Dineen y discutió con Frank Hrdlicka.
– Oh -dijo Tracy.
– En estos momentos está en la Comisaría. Están hablando con él.
– ¿Y qué cuenta?
– Algo de lo más complicado, pero será difícil probar lo contrario. Dijo que tuvo la corazonada de que el traje de Papá Noel utilizado por el asesino fue robado de una tienda de alquiler de disfraces, y que decidió averiguar de cuál. Según él, creyó que podría descubrir algo que se nos hubiera podido pasar por alto a nosotros.
– Eso no es tan complicado, ¿no? -comentó Tracy-. Porque sí encontró algo que se pasaron ustedes por alto, ¿no?
– Bueno…, si. Comprobamos lo de los trajes, claro, hasta tal punto que telefoneamos a todas las tiendas de disfraces de la ciudad para preguntar si últimamente habían alquilado o vendido algún traje de Papá NoeI, pero nadie lo había hecho. Supongo que…, bueno, que tendríamos que haber profundizado más y pedirles que revisaran sus existencias y comprobaran si les faltaba algún traje, pero…, diablos, no se nos ocurrió. Creímos que si les hubieran robado un traje nos lo habrían dicho. Pero la cuestión es que en «Seabright’s» no sabían que se lo habían robado.
– ¿Y Jeny Evers se tomó de verdad el trabajo de ir a otras tiendas a pedir un disfraz?
– Fue a otra más. Lo comprobaron. Pidió un traje, lo miró y dijo que quería otro de mejor calidad…, era de franela barata, ¿sabe? Y les preguntó si era el único que tenían y si últimamente hablan alquilado o vendido algún otro. «Seabright’s» fue la segunda tienda en la que entró. Por supuesto que habría ido a más de una tienda para respaldar su historia.
– Sargento, tómese la cerveza antes de que pierda el gas. De acuerdo…, si Jerry es el asesino y si él robó el traje de Papá Noel el lunes por la noche, entonces, ¿por qué rayos iba a llamar la atención sobre el hecho de que faltaba el traje, y para qué iba a ir a preguntar de tienda en tienda?
Corey sorbió su cerveza muy despacio.
– No lo sé -repuso-. Pero imaginamos que el asesino está loco. De modo que podría hacer cosas tan extrañas como ésa. Es posible que no pueda estarse quieto. A lo mejor tiene la loca idea de que ocultará sus andanzas revelando de dónde salió el traje, puesto que no podemos probar que fue él quien lo robó. Supongo que está tratando de desviar las sospechas hacia otra persona.
– ¿Y lo está logrando?
Corey se mostró apenado.
– Le acabo de decir que ese tipo está chiflado. Y voy a probárselo. Suponga que el tal Jerry Evers no haya matado a nadie. Suponga que sea puro como la nieve inmaculada. Bien, pero, por otro lado, le caían gordos tanto Dineen como Hrdlicka; entonces, ¿por qué rayos se toma tanto trabajo para ayudamos a encontrar al asesino? No es esa clase de tío. Es un tipo solapado y más bien…, ¿cuál es la palabra exacta…? Furtivo. Eso es, furtivo.
Tracy sacudió la cabeza, apesadumbrado. Al fin y al cabo, no tenía derecho a echarle a perder a Jerry su plan de conseguir publicidad gratuita. Pero la cuestión era que Jerry podía pasarse.
– Vamos, sargento, ese tipo es actor.
– Puede ser, pero está asustado. Lo bastante como para mostrarse natural en lugar de actuar. Tengo que marcharme. Sólo venía para comentarle lo del traje. Hasta la vista.
– Hasta la vista, sargento.
Tracy suspiró y, cuando Corey se hubo marchado, le echó una mirada colérica a su imagen del espejo.
Maldito Jerry Evers. Al parecer, lograría salir en los diarios. Si de veras lo acusaban, conseguiría publicidad, vaya si la conseguiría. Tanta, que podría ahogarse con la tinta. Entonces, cuando fuera conveniente, se acordaría de la coartada del peluquero y la Policía cargaría con el muerto.
Gran plan, lástima que mientras la Policía se metía en un callejón sin salida, el verdadero asesino podía estar preparándose para volver a matar. Y las verdaderas pistas, si las había, se estaban enfriando. Más bien se estaban congelando.
Maldito Jerry Evers.
Tracy terminó su segunda botella de cerveza y vagó sombríamente bajo el calor del mediodía. Trató de encontrar un buen motivo para no ir a su casa y ponerse a trabajar en los guiones de Millie. No lo logró, salvo que, ya que estaba, podía almorzar primero.
¿Por qué no le había pedido a Corey que almorzara con él? Detestaba la idea de tener que comer solo cuando después tendría que pasarse toda la tarde en soledad.
Maldición, ¿por qué no trabajaría Dotty hasta la una, en vez de hasta las doce?
En fin, quizá Dick Kreburn no hubiera almorzado todavía. Después podría irse andando hasta casa desde la de Dick, sin tener que apartarse demasiado de su camino.
Dick no había comido. Tomaron espaguetis en un pequeño restaurante italiano que estaba a la vuelta de la esquina de donde vivía Dick. Este seguía teniendo la voz un poco ronca, pero insistió en que podía hablar todo lo que quisiera.
– Cuanto más, mejor -le dijo-. El lunes ya tendré la voz normal.