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– No demasiado normal -le sugirió Tracy-. Por exigencias del guión, el lunes y el martes tendrás que estar ronco.

– A eso me refiero -dijo Dick, sonriendo-. A partir de ahora tengo que hablar mucho para mantener la ronquera. Quizá tendría que tomar lecciones de canto. Oye, ¿qué tal va lo de los asesinatos? No he hablado contigo desde que leí lo de los guiones en el diario. ¿Fue así realmente?

– Y tanto, maldita sea.

– Oye, Tracy, si hay algo que yo pueda hacer…

– Claro, averigua quién es el asesino. No, no me tomes en serio. No te metas en esto, Dick. Cuanta más gente se meta en esto, más confundida estará la Policía. Jerry Evers…

– Tracy, no me digas que Jerry intenta mezclarse en todo este asunto. Debí adivinarlo. Tiene tantas ganas de publicidad, que sería capaz de asesinar a su abuela con tal de que le publiquen una nota de dos centímetros en la página tres.

– Aspira a tres columnas en la primera plana, y a una continuación, el muy cabrito.

Tracy le refirió lo ocurrido.

Dick sacudió la cabeza y le sugirió:

– Tracy, tendrías que descubrirlo. O quizá no, no lo sé. Pero los de la Policía no son tan imbéciles como tú piensas. Quizá no se crean que fue él, quizá lo estén usando como pantalla de humo para que el verdadero asesino se confie.

– Y muy confiado estará -dijo Tracy-. Seguro que está partiéndose de risa.

Cuando terminaron de comer, Tracy se resistió virilmente a la tentación de matar el resto de la tarde en compañía de Dick, y se marchó a casa.

La máquina de escribir seguía en su sitio.

Se sentó delante de ella y luchó con todas sus fuerzas. Trabajó honestamente, con el coraje de la desesperación.

A las seis de la tarde, después de tres horas y tres cuartos de ruda labor, por fin había logrado escribir la mitad de un guión. Aunque sabía de antemano lo que iba a escribir, le había costado mucho encontrar las palabras. Se sentía como un estropajo. Cuando se levantó para estirar las piernas y se vio en el espejo, descubrió que, además, tenía todo el aspecto de un estropajo.

Pero le sonrió a su imagen porque acababa de ocurrírsele una idea. Una idea maravillosa. Ojalá se le hubiera ocurrido cuatro horas antes; se habría ahorrado una tarde infernal.

Tal vez daba igual que no se le hubiera ocurrido antes. Se sentía mucho mejor por haberse probado que seguía siendo capaz de plasmar las palabras sobre el papel, al precio que fuera.

Cogió el teléfono y llamó a Dotty.

– Habla Tracy -le dijo- Oye, Dotty, tengo una proposición para hacerte. Una proposición de trabajo. ¿Estás libre esta noche?

– Lo que tenía que hacer no era realmente importante, Bill. Podría telefonear para cancelarlo.

– Hazlo, pues. ¿Has cenado?

– No.

– Entonces, no cenes. Estaré en tu casa en seguida. De camino, compraré algo para comer y podemos cenar en tu casa. Así estaremos más tranquilos para hablar. Hasta ahora.

Se duchó velozmente para deshacerse de su aspecto de estropajo, y después reunió todos los guiones antiguos de Los millones de Millie que logró encontrar en su piso, y con las copias de los que había escrito pero no habían sido transmitidos, lo colocó todo en un maletín, junto a la mitad del guión que acababa de hacer.

A las siete, cargado de comestibles varios, llegó al apartamento de Dotty.

Esperó sólo hasta depositar sus paquetes, y luego le preguntó:

– Dotty, ¿te sientes capaz de escribir los guiones de toda una semana de Millie? Son cinco en total.

La muchacha puso los ojos como platos y entreabrió los labios.

– Vaya…, creo que sí, Bill. Me encantaría probar. Pero, ¿por qué? No sé…

– Me harías un gran favor si pudieras escribirlos. Estoy hecho un lío y necesito una semana de vacaciones mucho más que la semana de sueldo. Por cierto, mi sueldo de esta semana será tuyo. ¿Quieres probar?

– ~Que si quiero probar? Bill, esto es fantástico. Me encantaría. ¿Estás seguro de que de veras quieres…?

– Segurísimo. Eso me mantendrá fuera del manicomio. Leeré lo que hayas hecho antes de presentarlo; esa tarea no me hará daño. ¿No te sentirás ofendida si encuentro cosas que no me gustan y te pido que las rehagas?

– Claro que no, BilI. Agradezco mucho las críticas…, además, las necesito. Jamás se me habría ocurrido entregar nada sin que tú le dieras el visto bueno. Tú conoces el oficio muchísimo mejor que yo.

– De acuerdo, entonces. Trato hecho. ¿Tienes mucha hambre? ¿Quieres que comamos ya y hablemos de esto más tarde, o prefieres que te entregue los guiones primero?

– Bill, estoy tan entusiasmada, que no me importa si no vuelvo a comer en mi vida.

– De acuerdo. -Tracy abrió el maletín y sacó los guiones. Los puso sobre el escritorio en dos pilas, una grande y otra pequeña-. Estos de aquí son guiones antiguos; están ordenados por si quieres hacer referencia a alguna cosa. Cubren las últimas tres semanas. Si necesitaras consultar algo anterior a eso, tendrás que utilizar los archivos del estudio. Y éstos -dijo señalando la pila más pequeña- son los cinco guiones de esta semana que viene, de lunes a viernes. Todavía no se han emitido. Ya los has leído, me parece, mientras modificábamos los anteriores. Lo que escribirás tú será para la semana siguiente, y aquí tienes escrito medio guión para empezar, y también el resumen de la secuencia. Wilkins ya ha aprobado el resumen, al menos lo suficiente de éste como para cubrir la primera semana de guiones.

Con los ojos aún brillantes de entusiasmo, Dotty cogió el guión inacabado y el resumen.

– De acuerdo -dijo Tracy-, léelos si quieres, así podrás empezar a pensar en algo. Yo me pondré a preparar la cena.

– ¿De veras no te importa? Me gustaría leer esto ahora mismo. Ah, quería preguntarte una cosa. ¿En el estudio tienen que enterarse, o no quieres que diga nada?

– ¿Por qué no? Claro, yo mismo se lo diré a Wilkins. Haré que por esta semana te libren de tu trabajo como estenógrafa, aunque tenga que irme yo a cubrir tu puesto. No creo que tenga motivos para oponerse si los guiones están bien. Además, ya me encargaré de repasarlos para asegurarme de que lo estén.

– ¿Y si él no estuviera de acuerdo?

– Seguiremos adelante con el plan, pero tendrás que trabajar por las tardes, cuando salgas del estudio. Es decir, si puedes. Pero no te preocupes, no se opondrá. Y ahora, prepararé algo para cenar.

Silbando, y sintiendo que se había quitado una tonelada de peso de encima, se fue a la cocina y empezó a abrir los paquetes que había llevado.

Siguió silbando mientras trabajaba. Hacía semanas que no se sentía tan feliz.

Oyó que Dotty se dirigía al escritorio y comenzaba a escribir a máquina.

Asomó la cabeza por la puerta de la cocina y preguntó:

– ¿Ya vas a empezar?

– Sólo voy a pasar la parte del guión que escribiste, Bill, pará cogerle el ritmo. Oye, has tenido una idea estupenda para la pelea entre Millie y Dale. Eso de que Millie crea que Dale le ha echado el ojo a una chica del despacho. La pelirroja operadora de la máquina de calcular.

– Si -dijo Tracy.

– ¿De veras crees que él le ha echado el ojo a esa muchacha, o es que se lo parece a Millie?

– Bueno… -dijo Tracy.

– ¿Y cómo se enteró Millie?

– Eso mismo me he preguntado yo. Escúchame, jovencita, quizá tú puedas escribir guiones de Radio y hablar al mismo tiempo, pero yo tengo que concentrarme para preparar la cena. ¿Cuánto hay que hervir el agua antes de usarla para hacer café? Vale, vale, no me lo digas. Déjame pensar.

Fuera de la cocina todo estaba en silencio, salvo por el teclear de la máquina de escribir.

CAPITULO XI

Tracy siguió silbando, sin desafinar demasiado, mientras trabajaba. Aquello era maravilloso, pensó. Ahí fuera, una máquina de escribir iba tecleando la continuación de Millie (rescribiéndola, mejor dicho), y él no tenía que preocuparse siquiera. Una semana en absoluta y celestial liberación de los seriales radiofónicos.