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Un poco más tarde, con un par de chuletones que comenzaban a freírse apetitosamente en la cocina, volvió a echar un vistazo hacia fuera. Vio a Dotty sentada ante el escritorio, y se apoyó contra la jamba de la puerta para observarla.

Dotty trabajando con ahinco, qué bonito espectáculo. De algún modo se las arreglaba para dar la imagen de una niñita que hace los deberes. Pero, aunque frucía el labio inferior como una niña, la máquina de escribir recibía en ese momento una verdadera paliza. Él deseó poder escribir así de rápido.

Sí, era guapa. Muy guapa. Tal vez si…

Pero no. Maldición, no esta noche. Si se le insinuaba esa misma noche, ella podría interpretarlo como una burda exigencia de que lo recompensara por el favor que le hacía al ofrecerle una verdadera oportunidad de escribir guiones de Radio. Tendria que esperar. Maldición, ¿por qué no se le había insinuado primero y dejado la proposición de trabajo en segundo término?

Un tufillo a quemado lo sacó de sus pensamientos y volvió a la cocina. Con una mano sacó la sartén del fuego, con la otra cogió un tenedor y atravesó las chuletas para sacarlas de la sartén hirviente. Pero las chuletas ya estaban quemadas y chamuscadas por el lado y no había manera de recuperarlas.

Menos mal que había comprado cuatro. Tiró la carne quemada al cubo de la basura y puso los chuletones restantes en la sartén. Esta vez se dedicó a observar cómo se hacía la carne, en lugar de mirar a Dotty.

Bajó la mesa plegable, la puso, y lo preparó todo antes de llamarla. Ella levantó la cabeza, sobresaltada como si le sorprendiera encontrárselo allí.

Después sonrió contritamente y le dijo:

– Oh, Bill, debí ayudarte. Sólo quería trabajar un poco y después…

– Me gusta hacerlo -adujo Tracy-. Además, ya está todo listo. Anda, ven a comer.

– Hummm, qué bueno está -dijo Dotty cuando hubo tomado el primer bocado.

– Algún día seré una buena esposa -admitió Tracy con modestia-. ¿Qué tal va el guión?

– Ya voy por el segundo. Bill, cuando terminemos de cenar me gustaría que leyeras el primero. Podrás hacerlo mientras yo lavo los platos.

A Tracy se le ensombreció el rostro.

– ¿El segundo? ¿Quieres decir que en tan poco rato mecanografiaste la mitad del que yo había hecho, escribiste la parte que faltaba y empezaste otro guión ¿Todo eso mientras yo preparaba la comida?

Consternado, echó un vistazo al reloj. Eran apenas las ocho; menos de una hora de trabajo.

– Ajá. Y al mecanografiar la parte que tú hiciste introduje unos cambios de poca importancia; quiero que me digas qué te parecen. Me limité a dejar caer una o dos pistas de cosas que ocurrirán en los guiones siguientes. Oye, Bill, cuando lleguemos al accidente propiamente dicho, ¿no te parece que sería una buena idea que el conductor del camión se diera a la fuga? Asi tendremos otra complicación que podríamos utilizar más adelante. La búsqueda del conductor culpable. Ya sea que Dale muera o no, podemos usar eso para crear otra secuencia, si nos parece.

– Claro, ¿por qué no? No perdemos nada si dejamos ese punto colgado. Vaya, Dotty, en menos de una hora has escrito… Oye, ¿te importa si leo ese guión mientras como?

No le importó.

Tracy lo leyó mientras comía. La primera parte le resultó familiar,demasiado familiar como para sentirse cómodo después de haber consumido tres horas y cuarto de dura lucha con ésta. Los cambios eran de poca importancia, tal como Dotty había dicho. Descubrió una o dos pistas: mencionaba que en la oficina de Dale había una nueva empleada. Un toque de malhumor por parte de Millie.

Las escasas modificaciones en la redacción constituían mejoras de poca importancia. Pero todo eso era fácil, casi cualquiera podía mejorar un guión. Dificilmente se puede volver a mecanografiar uno, sin ver que aquí y allá aparecen una frase o una oración entera que pueden reforzarse.

Al llegar a la parte nueva, la que era obra de Dotty, comenzó a leer con sumo cuidado, y con una concentración tal, que se olvidó de comer. La leyó muy despacio.

Era horrible. Olía fatal. Era…

Un momento…, ¿lo era de verdad? Retrocedió unas páginas hasta la mitad, en parte para releer y en parte para postergar el tener que discutirlo mientras pensaba…, se quedó allí sentado mirando fijamente el papel.

Intentó analizar qué era lo que no funcionaba con ese guión, por qué olía fatal.

La redacción era correcta. El lenguaje empleado, también. Los diálogos eran naturales. El argumento era el que ya había aprobado.

Entonces, ¿por qué rayos…?

Tuvo que llegar casi al final de la segunda lectura para obtener la respuesta.

No era el guión de Dotty lo que no le gustaba… Era, sencillamente, que se trataba de un serial radiofónico, y los seriales radiofónicos en sí mismos eran una burda imitación de la vida. Incluso Los millones de Millie. Especialmente Los millones de Millie.

Santo Dios, mientras él los había escrito, había estado demasiado empapado de ellos como para darse cuenta de lo que eran. Sabía que los seriales en general eran un insulto a la inteligencia adulta, pero se había engañado hasta el punto de considerar que Los millones de Millie era distinto, mejor.

Maldición, había echado mano de la autohipnosis, y ahora se daba cuenta. Sabía que había estado escribiendo basura, pero se había engañado para no pensar en ello. La mitad del guión escrita por Dotty era tan buena como la que él había escrito. Pero había cometido el error de juzgarla objetivamente porque no era obra suya.

Retrocedió un par de páginas y volvió a leerlas, esta vez tratando de hacer caso omiso de su punto de vista, y leyó desde el punto de vista de los estúpidos oyentes.

Volvió a respirar aliviado. Sí, era bueno. En cualquier caso, superaba los niveles mínimos, y eso ya era mucho tratándose del primer intento. Pasó unas cuantas páginas y llegó al comienzo del segundo guión. Si, también estaba bien.

Levantó la cabeza (era la primera vez que se atrevía a hacerlo) y vio que Dotty lo estaba mirando, expectante y ansiosa.

– Es fantástico, Dotty -le dijo-. Lo haces tan bien como yo…, y muchísimo más de prisa.

– Gracias, Bill. Eres un exagerado, pero…, vaya, por la cara que pusiste la primera vez que lo leíste, no se…, por un momento temí haberlo hecho mal.

– Pues era cara de celos -le confesó Tracy, con una sonrisa-. Tuve que leerlo por segunda vez para encontrar unas cuantas pegas menores, que me subieron la moral. Bien, tu comienzo no podía haber sido más maravilloso; has sabido aprovechar bien el tiempo. Todavía es temprano, y seguirá siendo temprano cuando hayamos fregado los platos. ¿Vamos a ver algún espectáculo? ¿A un club nocturno? ¿Echamos un vistazo por Harlem? ¿Qué sugieres?

– Esta noche no, Bill. Estoy demasiado entusiasmada con la oportunidad que acabas de darme. Quiero terminar el segundo guión.

Tracy la miró con cara de incredulidad.

– ¿No estás de guasa? ¿De verdad quieres trabajar? ¿Es posible que una chica con tu aspecto disfrute trabajando?

– ¡Esto no es trabajo, Bill! Para mí es una diversión. Es realmente divertido escribir una obra que sabes que escucharán miles y miles de personas, y que disfrutarán con ella y que…

– ¡Vaya! -exclamó Tracy-. A ver si lo entiendo. ¿Quieres decirme que de veras te gusta escribir estas cosas? ¿Y escucharlas?

– Pues claro. Escuchaba Los millones de Millie casi a diario antes de empezar a trabajar en el estudio. Entonces jamás soñé que algún día llegaría a escribir guiones para ese programa, Bill. Vamos, que creo que la Radio…

Durante la siguiente media hora, Tracy se enteró bastante a fondo de lo que Dotty pensaba de la Radio, porque era capaz de hablar casi tan de prisa como escribía. Al oírla, sacudió la cabeza lleno de asombro.