Echó una mirada al escritorio y notó que el último cajón estaba ligeramente abierto. Estaba seguro de haberlo cerrado. Se acercó al escritorio y repasó el contenido del último cajón. Los manuscritos no estaban en el mismo orden en que los había dejado.
Bien, ya tenía la respuesta. Bates había subido para revisar los guiones de Tracy, y asegurarse de que no había vuelto a escribir nada para la serie El asesinato como diversión.
Entonces, ¿cómo era posible que Bates no se preocupara por volver a colocarlo todo en su sitio y cenar el cajón? El inspector no daba la impresión de ser una persona que actúa de forma descuidada. De no haber querido que Tracy se enterara de que le habían revisado los cajones, habría tenido más cuidado. De acuerdo, Bates debió de haber querido que se enterara.
Una vez solucionado ese punto (¿estaba realmente solucionado?), logró terminar de leer las secciones del diario que deseaba leer.
Eran ya las once y media. Una hora en la que la gente respetable, como Wilkins, estaría levantada. También podía zanjar ese asunto, si lograba ponerse en contacto con él.
Telefoneó a Wilkins y éste se mostró sorprendentemente de acuerdo con que se tomara una semana de vacaciones. E incluso con permitir a Dotty que se olvidara de sus tareas de estenógrafa durante una semana.
– Señor Tracy, ¿está seguro de que podrá hacerlo sola?
– Absolutamente seguro.
– Bien…, no podrá cometer errores con el argumento si sigue ese resumen que me presentó. Y si usted lee los guiones y…, esto…, los pule un poco si hace falta, todo saldrá bien.
– Repasaré los guiones antes de que ella se los entregue. No tengo ningún problema en hacerlo. Y estaré por aquí por si surgiera algo…, no pienso marcharme de la ciudad. Incluso es posible que me pase por el estudio en algún momento.
– Ah, por cierto, señor Tracy. Me he enterado por los diarios de esta mañana de que han retenido a un actor de Radio en relación con ese…, esto…, ese asunto en el que al parecer está usted…, esto…, liado. No se menciona su nombre. ¿Por casualidad sabe si es alguien del estudio?
– Era alguien del estudio, señor Wilkins, pero ha sido una falsa alarma. La Policía descubrió su equivocación, y lo soltaron esta mañana.
– Bien. Era Pete Meyer, ¿verdad?
– ¿Cómo? No, era Jerry Evers. Pero todo fue producto de un error y ya lo han soltado.
Cuando hubo colgado, Tracy se quedó mirando el teléfono con aire pensativo. ¿Por qué habría pensado Wilkins que Pete Meyer era el actor que había sido arrestado?
– Volvió a coger el teléfono y llamó a Dotty. Se mostró encantada de saber que el plan de Tracy contaba con la aprobación de Wilkins.
– Mañana no tendrás que ir a trabajar -le dijo-. Tienes la semana libre, aparte de los guiones de Millie Mereton, claro.
– Estupendo, Bill. Se me está atrasando el trabajo para las revistas. Tengo en mente dos cuentos que me gustaría escribir.
– ¿Es que puedes hacer eso y también lo de Millie? ¿Estás segura?
– Bueno, lo de Millie será facil, Bill. Ya he acabado cuatro guiones. Hoy me dedicaré a terminar el que me falta…; tengo una cita para esta tarde y esta noche, pero no saldré hasta las dos, de modo que me quedan un par de horas.
– ¿Ya has hecho cuatro? ¿Desde anoche?
– Sí, Bill. Anoche, cuando te fuiste, escribí dos, y uno esta mañana. Claro que sólo has leído uno y el principio del segundo, y puede que quieras sugerir algunos cambios. ¿Qué te parece si te los llevo al despacho mañana por la mañana y nos encontramos allí? Puedes revisar los cinco guiones y si hubiera que retocar algo, podría hacerlo directamente allí y…
– ¡No! -aulló Tracy-. ¡No! Escúchame, Dotty…, ¿es que no te das cuenta de la situación en que me estás poniendo? Si en la oficina se enteran el lunes de que los has hecho todos, no tendrás motivos para faltar toda la semana. Eso por un lado. Y, además, por el amor del cielo…, ¡no!
Al cabo de un momento de furiosa y veloz reflexión, prosiguió:
– Además, hay otra cosa, Dotty. Wilkins es un tipo un poco raro…, si le entregas algo muy de prisa, te lo hará pedazos porque lo hiciste de prisa, sea bueno o malo. Tiene la idea de que para que algo sea bueno, hay que tardar en hacerlo.
– Ah. Gracias por decírmelo. Bueno, para que sepa que estoy trabajando, pasaré mañana por el despacho y le entregaré el guión que tú ya has leído. Dejaré que piense que me pasé todo el fin de semana escribiéndolo, y retocándolo después de que tú leíste el primer borrador. ¿Te parece bien?
– Muy bien. Te telefonearé mañana y nos pondremos de acuerdo para reunirnos; así podré leer los demás guiones.
– Está bien, Bill. Adiós.
En esta ocasión no se quedó mirando el teléfono; se fue a la cocina y se sirvió una copa.
Sudaba un poco. ¿Qué maldito derecho tenía una tonta como Dotty (y era una tonta, porque de lo contrario no le gustarían los seriales radiofónicos) de poseer la capacidad de producir episodios de un serial como una máquina produce salchichas (a metro por segundo), mientras un tipo inteligente como él tenía que sudar la gota gorda para conseguirlo?
Maldita muchacha.
En fin, a esa hora Millie Wheeler ya se habría levantado. No iba a llorar sobre su hombro; ni por un millón de dólares iría a verla en busca de consuelo para aquella pena. Pero, si se quedaba solo mucho tiempo, empezaría a subirse por las paredes.
Millie estaba en casa y se había levantado. Al verle la cara, le preguntó:
– ¿Pasa algo malo, Tracy?
– ¿Malo? No, nada malo.
– Siéntate y cuéntaselo a mamá. Y, mientras me lo cuentas, en el aparador hay una botella de bourbon y en la nevera tengo ginger ale. ¿O preferirías tomártelo solo?
– De las dos maneras. No pasa nada, Millie. En realidad, iba a sugerirte que saliéramos a celebrarlo. Estoy libre por una semana.
– Y después, ¿qué? ¿Vas a la cárcel?
– Qué manera de hablar. Quiero decir que estoy libre de Los millones de Millie. Estaba a punto de volverme loco y…, esto…, a través de Wilkins encontré a alguien que podía encargarse de escribir los episodios de una semana.
– Vaya, Tracy, sí que son buenas noticias. Pero, ¿podrás…?
– ¿Permitirme ese lujo? Tengo unos cientos de dólares en el Banco. No es una fortuna, pero no me moriré de hambre.
Millie había mezclado las bebidas y las llevó a la sala.
– No me refería a eso. ¿Los de la Policía no pondrán pegas a que te marches de la ciudad? Tengo entendido que a veces lo hacen, cuando hay un caso de asesinato. Y tendrías que marcharte fuera. Provincetown es muy bonito en agosto. ¿Por qué no te vas allí?
Tracy bebió unos sorbos de su copa mientras meditaba.
– Mira por dónde, no se me había ocurrido marcharme. Pero, ahora que lo pienso, no tengo ganas. ¿Sabes por qué?
– No. ¿Por qué?
Volvió a tomar unos sorbos de su copa.
– La esencia de la libertad radica en poder quedarse en el ambiente en el que normalmente trabajas sin tener que trabajar. Dejaré la máquina sin su funda durante toda la semana, así podré hacerle un palmo de narices cada vez que pase delante de ella.
– Tal vez no te falte razón -admitió Millie-. Pero, además, la esencia de la libertad radica en no pasarte todo el tiempo sentado con cara larga. ¿Vamos a salir a celebrarlo, o a ahogar una pena secreta de la que no deseas hablarme? Di.
Tracy suspiró y después logró sonreír.
– Está bien, pequeña, lo celebraremos. Pero volvamos a las vacaciones que me pasaré en mi propio ambiente. Creo que con eso gano algo.