Desayunó, y después fue a la «KRBY». Entró en el despacho de Wilkins silbando alegremente.
Vio un ejemplar del Blade sobre el escritorio de Wilkins. Wilkins le echó un vistazo a Tracy, después al diario y después volvió a mirar a Tracy.
– Buenos días, señor Tracy -lo saludó con tono amistoso-. Veo que ha resuelto sus dificultades.
– Sí. ¿Y usted?
Wilkins se puso ligeramente rígido.
– Espero que ahora que tiene la mente libre de…, esto…, de las preocupaciones a que se ha visto sometido, volverá a sentirse en condiciones de escribir. Pero…, ¿le importaría probar en otro terreno diferente? Al parecer, a la señorita Mueller le va tan bien…
– Es verdad. ¿Lo ha notado?
Wilkins frunció el ceño y prosiguió:
– Si lee usted su contrato, señor Tracy, descubrirá que tenemos el derecho de utilizarlo como nos parezca oportuno, siempre y cuando cumplamos con las condiciones económicas. Su contrato no especifica que deba escribir Los millones de Millie.
– ¿Y cómo le parece oportuno utilizarme, señor Wilkins?
– Nos gustaría que intentara escribir anuncios, señor Tracy.
Tracy sonrió socarronamente y preguntó:
– Y, si me niego, ¿el contrato queda rescindido?
– Pues…, si.
Tracy se puso en pie.
– No voy a extenderme en explicarle qué puede usted hacer con el contrato, señor Wilkins. Por favor, dele mis recuerdos a la señorita Mueller. Y el cheque de mi salario.
Se marchó más alegre que cuando había entrado.
Fue a ver a Lee Randolph a su hotel, y lo despertó de un sueño profundo.
Regresó al bar de Bamey, se tomó un bocadillo y una cerveza, y volvió a poner la polca Barrilito de cerveza en la máquina tocadiscos.
Después, desde la cabina de Barney, telefoneé a Millie Wheeler.
– ¡Tracy! Acabo de leer los diarios de la mañana -le dijo ella-. Estoy muy contenta. ¡Sabía que podrías hacerlo!
– Ajá -dijo Tracy, con modestia-. Soy maravilloso. Y tengo noticias todavía mejores. Me han despedido de la emisora, Y vuelvo al diario, con la mitad del sueldo que tenía en la Radio. ¿Crees que nos alcanzará para vivir?
– ¿Cómo? ¿Quieres decir que…?
– Quiero decir que me parece que te quiero. Que me parece que me he pasado mucho tiempo haciendo el lelo. Y que me parece que podrías dejar de trabajar y yo podría dejar de beber, salvo las cervezas que me tomo en el bar de Barney con los muchachos. Y que por qué no nos olvidamos de lo listos que somos y criamos uno o dos niños, y jugamos al bridge en un barrio de los suburbios. ¿Nos encontramos en el Registro Civil?
Millie inspiré hondo y preguntó:
– ¿Cuándo?
– ¿Dentro de media hora?
– Dame dos horas, pedazo de tonto. Puedo pasar sin comprarme el ajuar, Tracy, pero una novia ha de tomar un baño y ponerse ropa interior limpia.
– Te doy una hora y media. Nos veremos allí a las tres menos cuarto. Hasta ahora.
Salió de la cabina y se dirigió a la barra silbando la polca Barrilito de cerveza.
– Una cerveza pequeña, Barney -ordenó.
Barney se la sirvió y le quitó la espuma. Después salió de la barra, se dirigió a la máquina tocadiscos y metió una moneda de cinco centavos. Comenzó a sonar la polca Barrilito de cerveza; volvió a la barra y dijo:
– Esa maldita canción.
Se sirvió una cerveza.
– ¿Dices que vuelves a empezar en el Blade, mañana a la noche?
– Así es -repuso Tracy.
– Esta noche a las once, cuando vengan los muchachos, habrá una gran partida de pinocle. Pásate tú también.
– Lo intentaré -repuso Tracy-. Puede que esta noche me resulte un poco dificil escaquearme, pero lo intentaré.
Fredric Brown