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Tracy frunció el entrecejo. Abrió la boca para decir algo, pero se vio liberado de la obligación de contestar:

Se abrió la puerta del bar, y Millie Wheeler entró como una exhalación.

– Tracy -dijo la muchacha-,las he pasado moradas tratando de encontrarte. ¿Intentabas darme plantón, o qué? Si Mike no me hubiera comentado que a lo mejor estabas aquí…

Con un buen motivo para desviar su atención de la desafortunada pregunta de Baldy, Tracy preguntó, jndignado:

– ¿Yo? ¿Que yo trataba de darte plantón? ¿Cuando fuiste tú quien se fue a bailar con ese gigoló, en el «Roosevelt»? ¿Y después desapareciste con él?

Miliie se encaramó al taburete que había junto Tracy.

– No era un gigoló, Tracy. Era un corredor de seguros. Tenía unas buenas pólizas. Y después del baile no desaparecí con él; me fui al lavabo a empolvarme la nariz. ¿O es que no sabes que una dama tiene que empolvarse la nariz cuando se ha bebido unas cuantas. cervezas?

– No te has bebido ni una cerveza. Sólo tragos largos.

– El principio es el mismo, Tracy. Hola, Baldy, ¿te ha estado hablando de asesinatos?

El tabernero los miró lúgubremente.

– Sí -respondió-, y la idea del programa es buena, pero… Verás, el asesinato real no tiene nada de divertido. Una vez, un tipo intentó asesinarme, y aquello no logró arrancarme ni una sola carcajada.

– Cuéntaselo a Tracy -le sugirió Millie-. Venderá la historia y las ganancias las compartirá contigo, para que después tú puedas compartirlas con el tipo que intentó asesinarte.

– ¡Qué locura! -exclamó Baldy, y fue hacia los clientes que estaban al otro extremo de la barra.

Millie se acercó un poco más a Tracy, y a éste le llegó una oleada del perfume de la muchacha.

– Tracy -le dijo ella en voz baja-, ¿te encuentras algo mejor? ¿Menos preocupado?

– Lo estaba logrando, maldita sea. Hasta que Baldy tuvo la brillante idea de que podía usar el asesinato de Dineen…, quiero decir, la idea del disfraz de Papá Noel…, para uno de los programas de radio de la serie que le estaba comentando.

– ¿Por qué no? Quiero decir, ¿por qué no iba a ocurrírsele esa idea, si acababa de leer la nota en el diario?

– Claro, pero…, ¿quieres una copa, Millie?

– No, gracias. He bebido demasiado. Oye, Tracy, eso debería demostrarte que todo fue una coincidencia. Quiero decir, a Baldy se le ocurrió que utilizaras la idea en un guión y…, ¿sabes a qué me refiero?

– Claro, chica. Pero me lo sugirió después que ocurrió todo. Y…, ¡vaya!

– ¿Qué?

– Acaba de ocurrírseme. En este instante, Millie. Tendré que eliminar ese guión de la serie cuando me decida a ofrecerla. Tanto trabajo para nada.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? Porque me han robado la idea. Y cometería un plagio si la utilizara; es una idea utilizada, de segunda mano. ¡Diablos! ¡Y yo que pensaba usarla para iniciar la serie! Me parecía muy buena. Era muy buena. Pero ahora no podré tocarla ni aunque la coja con pinzas. ¿Quién iba a considerarla original?

– Yo.

– Ya, porque ocurre que me conoces y sabes que estoy hecho con material de primera. Además, leíste la sinopsis que tenía en la máquina de escribir antes de que se cometiera el asesinato. De modo que tu caso diferente.

Millie suspiró y luego le dijo:

– Además, estoy un poco borracha. Creo que sería mejor que nos fuéramos a casa. Al menos, yo. Si quieres completar la noche, cogeré un taxi y… -Se interrumpió bruscamente, pues estuvo a punto de caerse al bajar del taburete.

Tracy la sujetó.

– Está bien -le dijo-. No te abandonaré. Daré por concluida la velada. ¿Tienes que trabajar mañana?

– No. Es mi día libre. Pero me siento como si fuera a tenderme en el techo para quedarme dormida de un momento a otro. Tienen que haber sido las galletas que comí con el queso.

Tracy se puso de pie y notó que la habitación daba vueltas a su alrededor de un modo que le habría resultado más desconcertante de haberle sido menos familiar.

– Supongo que tienes razón -le dijo a Millie-. Se acabó la velada. En la esquina hay una parada de taxis ¿Seremos capaces de llegar tan lejos?

En el taxi, Millie apoyó la cabeza sobre el hombro de Tracy, y éste notó que el cuerpo de la muchacha, encerrado en su brazo, era suave y cálido.

– Tracy…

– ¿Sí. Millie?

– A… analicémoslo seriamente. El guión y el asesinato. No pudo haber sido una co…, coincidencia…, sabes a qué me refiero. ¿O sí fue una coincidencia, Tracy?

– Eres una gran ayuda para un hombre que trata de olvidar algo. Cállate y deja que te dé un beso.

– Ahora, no. Estoy atontada y no me enteraría. Pero creo que cometes un error tratando de olvidarte del asunto. Tendrías que enfrentarte a él, Tracy. Tendríamos que haberlo discutido seriamente en lugar de ponernos trompas perdidos. Vamos a…, quiero una taza de café cargado, Tracy, y después discutiremos el tema. Ya me encuentro mejor, un poco.

Tracy frunció el entrecejo, pero le ordenó al taxista que los dejara en «Thompson’s». ubicado en la esquina, en vez de ir hasta el Smith Arms.

Y mientras tomaban café y rosquillas, le dijo:

– De acuerdo, Millie, ejerce tu papel de detective. ¿Por dónde empezamos?

– ¿A qué hora escribiste lo de Papá Noei?

– A eso de las siete. Y seguí trabajando hasta que me marché. Puse el papel en la máquina a las siete, me paseé por la habitación un rato y después seguí escribiendo; volví a pasearme, y asi.

– El asesinato se cometió esta mañana, a las diez. De modo que es probable que el asesino leyese el guión ayer, a últimas horas de la tarde.

– ¿Por qué estás tan segura? No sé, ¿por qué no pudo haberlo leído esta misma manana mientras yo dormía?

– Porque no habría tenido tiempo de prepararse. Tracy. A menos que ya tuviese un traje de Papá NoeI en el armario, y no tuviera que buscarse uno. Tendría que haber robado uno, si no lo tenía ya… Además, ¿cuánta gente tiene un traje de Papá Noel por ahí tirado?

– Hummm. En eso tienes mucha razón. No pudo haber comprado o alquilado abiertamente el disfraz, si iba a usarlo con ese fin. Bien, tuvo que haberlo robado. Y si leyó el guión ayer a últimas horas de la tarde, habrá tenido toda la noche para conseguir el disfraz, y supongo que habrá necesitado todo ese tiempo. Pero, a menos que yo mienta o tú mientas, y sabemos que los dos decimos la verdad, entonces nadie leyó el guión ayer. ¿Y ahora qué, señorita Holmes?

– Tracy, ¿no tenías por ahí un apunte de esa idea, antes de anoche? No sé, ¿unas líneas en alguna agenda, o algo así?

Tracy sacudió la cabeza con decisión.

– No. Se me ocurrió por primera vez ayer, cuando me senté delante de la máquina de escribir. Por cierto, me había sentado a trabajar un poco en una idea para Los millones de Millie, pero me surgió esta otra y me olvidé por completo de Millie. No, chica, a menos que, de veras fuera una coincidencia, en cuyo caso…

Sacó un sobre y un trozo de lápiz del bolsillo. Escribió una «A» en el dorso del sobre, y dijo:

– A. O tú o yo matamos a Dineen, o bien, uno de nosotros es cómplice del asesinato.

– Estás metiendo demasiadas cosas en el mismo apartado, Tracy. Eso tendría que ocupar el A, el B, el C y el D, ¿no te parece?

– Sí, si quieres ponerte muy técnica. Pero no creo; en ninguna de esas posibilidades, por eso quiero deshacerme de todas ellas metiéndolas en el mismo apartado. Tenemos ahora la letra E, o mejor dicho, las letras’ E y F, uno de nosotros habló anoche de esa idea con alguien, y ese alguien la puso en práctica. Yo no fui.

– Y yo tampoco, Tracy. De eso estoy completamente segura. De manera que ahora viene la posibilidad de que alguien entrara en tu apartamento. ¿Hay alguien más que tenga la llave, aparte de ti?