– Sí. Su amigo Kreburn está con laringitis. Se ha quedado completamente afónico. No tenemos un sustituto, y por aquí no hay nadie que pueda imitarle la voz lo bastante bien como para hacer su papel. Sale en el guión de hoy y tenemos que anular su intervención.
Tracy reflexionó velozmente y repuso:
– No podemos quitarlo, señor Wilkins. El programa de hoy, toda la condenada secuencia de esta semana, está construida en base a su personaje. Vamos, que Reggie Mereton, o sea Krebum, ha hurtado dinero del Banco donde trabaja, y, como pronto llevarán a cabo una auditoría, se lo confiesa a su hermana MilIie, y ella está tratando de reunir ese dinero para…
– Eso ya lo sé, señor Tracy. Lo hemos estado estudiando. Pero, ¿qué podemos hacer? Si cometemos la torpeza de poner a un actor cuya voz no se parezca a la de Reggie, nuestro patrocinador se pondrá tan furioso que rescindirá el contrato.
»¿No podemos cambiar la secuencia de los hechos? Hemos tratado de encontrarle una solución y lo hemos estado llamando cada cinco minutos.
– ¿Dónde está Dick?
– Aquí, en la radio. Sugiere que en lugar de quitar su parte del guión, introduzcamos, de alguna manera, el hecho de que tiene laringitis. Pero el médico del estudio no le permite hablar…, al menos no en el programa.
– Pero, ¿se le entiende a pesar de la afonía?
– Sí, si le ponemos un micrófono con más potencia Pero no se oiría más que un susurro ronco.
– ¡Maldición! -exclamó Tracy-. Si de veras tuviese laringitis, me refiero a la serie, no iría a trabajar al Banco. Si un cajero tuviera laringitis, no lo dejarían trabajar aunque quisiera. Y eso por sí solo lo cambiaría todo. ¡Dios mío!
– ¿Oué vamos a hacer? Además, el médico tiene razón al decir que no debería actuar en absoluto en el programa. Tiene la garganta que parece un trozo de filete crudo, y si hoy lee su parte, mañana la tendría peor. De modo que…
– Pero, si no encuentra una ocasión para cambiar las cifras en el Banco… -Tracy lanzó un quejido- Escúcheme, cogeré ahora mismo un taxi y voy para allá. Ya se me ocurrirá algo por el camino. Eso espero Ah, y consígame una estenógrafa, yo escribo a máquina con dos dedos, pero puedo dictar más de prisa.
– Está bien, Tracy. Pero dese prisa.
Tracy se vistió y se puso en camino al cabo de diez minutos, y en otros diez un taxi lo llevó hasta el estudio. Pero la cabeza le latía con tanta fuerza a causa de, las prisas, que hizo una pausa para tomarse una aspirina y una taza de café hirviendo en un drugstore que había en la esquina del estudio; después, cogió el ascensor y subió.
Ya desde fuera se oía el pandemonio producido pon la discusión. Inspiró profundamente antes de abrir la puerta.
Los actores de Los millones de Millie estaban todos allí. Hablaban todos a la vez, o intentaban hacerlo. Todos menos Dick Kreburn, que estaba solo, sentado en un rincón, con una cara apropiada para el fin del mundo.
Tracy echó un vistazo al reloj de pared. Faltaban cuarenta minutos para que salieran al aire.
Oyeron cerrarse la puerta y se volvieron.
Helen Armstrong (en antena, Millie Mereton) se acercó a él la primera. Lo aferró del brazo.
– Escúchame, Tracy. Les he dicho que la única solución consiste en utilizar una secuencia retrospectiva en la que aparezcamos Reggie y yo de niños. Nos serviría para explicar los sentimientos que nos unen y por qué quiero evitar que lo pesquen, aunque sea un estafador y un cobarde. Puedo poner voz de adolescente durante la secuencia, y cualquier chico del estudio puede interpretar el papel de Reggie niño, porque sería antes de que hiciera el cambio de voz, o sea que se supone que habría sonado distinta, y…
Peter Meyer (quien, en el papel de Dale Elkins, era el héroe del momento y el galán principal, aspirante a la tan pretendida mano de Millie Mereton) aferró a Tracy por el otro brazo y le dijo:
– Escúchame, Tracy, ¿no podemos posponer la secuencia del Banco, al menos por hoy, e incluir algunas escenas de amor? Millie está preocupada porque intenta reunir dinero para su hermano, de modo que se muestra un poco distante conmigo, y yo sé por qué; por lo tanto, eso provoca una riña de enamorados, y entonces yo…
Wilkins, el director del programa, un hombrecito regordete, con cara de luna, se había abierto paso entre el gentío que había delante de Tracy. Los quevedos se le habían caído de la nariz, y pendían al final de una cinta negra que llevaba atada a la solapa. Parecía un conejo afligido.
– Tracy -dijo con voz aflautada-, tenemos que continuar con la historia del Banco, no sé cómo, pero es preciso hacerlo. Eso es lo más importante, porque es lo que les interesa a los oyentes, y…
Jerry Evers, que hacía muchas sustituciones y en esos momentos interpretaba el papel de cajero jefe del Banco, empujó a Peter Meyer y se colocó a la izquierda de Tracy.
– Escúchame, Tracy, puedo hacer el papel de prestamista en la secuencia de hoy, y Millie me viene a ver para pedirme dinero, yo me pongo escrupuloso y trato de averiguar para qué lo necesita, y me niego a otorgarle el préstamo a menos que me explique sus motivos, cosa que no puede hacer; entonces…
Desesperado, Tracy se soltó, levantó los brazos y aulló:
– ¡Silencio!
Milagrosamente, todo el mundo calló al mismo• tiempo. Tracy dio un respingo y mantuvo los ojos cerrados hasta superar la peor parte deI repentino martilleo que noto en la cabeza.
Después, volvió a abrir los ojos y dijo:
– Escuchadme todos, nos quedan treinta y nueve minutos. Es imposible que escriba una nueva secuencia para hoy. A menos que queráis improvisar, Dios no lo permita, tendremos que usarla tal y como está, con parches suficientes como para adaptarnos a la emergencia. Sólo tenemos tiempo para eso. Vamos a ver, que alguien me dé el guión maestro de hoy, y si mantenéis cerrados vuestros condenados picos, veré cómo lo arreglo.
– Tenga -dijo Wilkins, entregándole el manuscrito-. Esta es Dotty, ella tomará nota.
Dotty, que en opinión de Tracy surgió de la nada, era una muchachita rubia con una figura que le hizo preguntarse a Tracy por qué sería sólo estenógrafa. «Probablemente -decidió- porque (en un sentido amplio) se limitaba a tomar dictados. Si se aviniera…»
Pero no tenía tiempo para reflexiones tan gratas. Menos aún cuando faltaban treinta y ocho minutos y medio para que Los millones de Millie saliera al aire.
– ¡Siéntese! -le gritó tan de repente, que Dotty casi se derrumbó en la silla.
Tracy se sentó en la segunda esquina del escritorio de Wilkins y comenzó a pasar las páginas del guión para recordar exactamente qué acontecimiento cubría el episodio de ese día. Ah, si, el segundo encuentro entre Millie y Reggie, y la parte en la que Millie intenta hipotecar la casa (esa parte estaría bien), y después venía la parte en la que Reggie se pelea con Dale Elkins y…, rayos, rayos, Reggie aparecía infinidad de veces en todo el guión.
Suspiró resignado.
– ¿Preparada, Dotty? Adelante. Escena primera. Deja los mismos efectos de sonido, La puerta y demás. Entra Reggie. Cambia el diálogo por esto:
REGGIE (con voz ronca): Hola, hermana.
MILLIE: Reggie, ¿por qué hablas así? ¿Estás resfriado o…?
REGGIE: Hermana, supongo…
– Un momento -lo interrumpió Wilkins-. Mire, Tracy, cuanto más hable con laringitis, más tardará en recuperarse. ¿No existe ninguna posibilidad de abreviar su intervención mucho más de lo que parece que va a hacer usted?
– Son sólo unas cuantas frases, señor Wilkins. Entonces Millie tendrá la misma idea que usted, que no debería hablar. Pero, dada la importancia de la estafa, ella tiene que hablar con él. De modo que le pedirá a su hermano que se comunique con notas.