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– ¿Se hizo su agente o algo así?

– No, yo sólo soy fotógrafo. Pero le conseguí su primer contrato y que la aceptasen en una agencia como principiante. Tuvo que estudiar, claro. Para cuando regresó a Barcelona ya lo hizo con su maleta.

– ¿Vivió con usted?

Luis Martín soltó una carcajada.

– He conocido a cientos de modelos en mi vida, se lo aseguro, y aunque es justo reconocer que he tenido aventuras con muchas, éste no fue el caso de Laura. No tenía más que diecisiete años por aquel entonces.

No le dije que después debió de cumplir los dieciocho, y los diecinueve, y los veinte… y que me costaba creer que no lo hubiese intentado. Tal vez no quisiera imaginármelos juntos.

– Oiga -me soltó de pronto-, ¿le importa que siga preparando esto para la sesión mientras hablamos? Hoy en día contratar a un modelo sale por un ojo de la cara, y hay que aprovechar el tiempo, hacer el mayor número de fotos posible.

Le dejé hacer y me senté en una de las sillas de mimbre.

– Si era tan buena, ¿por qué le perdió la pista?

– ¿Sabe? -Hizo un gesto impreciso mientras adoptaba un aire nostálgico-. En este trabajo hay que aceptar un hecho muy claro: que la gente va y viene sin cesar. Es un mundo rápido, cambiante, devorador de cuerpos y almas. Todos nos movemos a impulsos del destino, la suerte, las alternativas del momento, del mercado, lo que interesa y deja de interesar, las agencias, la moda… Lo que hoy vale, mañana no. El modelo y la estética de un día son el antimodelo y la antiestética del día siguiente. La fotografía no es cuestión de belleza, sino de huesos. Un día todo son tetas enormes, y al otro, pechos planos. Verá… Laura corrió lo suyo, se movió, hizo alguna campaña publicitaria notable y consiguió meter un poco la nariz en un par de películas españolas del montón haciendo de extra o, todo lo más, con una o dos frases. -Me miró con acritud-. Tía buena, puta y cosas así. Era el camino a seguir, claro. Pero, de pronto… dejé de verla, de oír hablar de ella, y se me esfumó antes de que me diera cuenta. El éxito y el fracaso son consustanciales en este tinglado. Laura es una mujer de bandera, tremendamente sexy, tiene mucho morbo.

– Sus padres me han dicho que trabaja mucho en el extranjero y que por eso no se la ve en España.

– Eso no es cierto -dijo, categórico-. Yo ya no estoy tan metido como antes, pero todavía sé lo que pasa por ahí, y veo muchas revistas francesas, italianas, alemanas, estadounidenses… Laura no ha estado en ellas ni una sola vez.

Quedé algo desconcertado, pero me mantuve impasible.

– ¿Cuándo la vio por última vez?

– Ni lo recuerdo, pero desde luego fue hace años.

– ¿No se quedó resentido?

– No, ¿por qué?

– Todo Pigmalión siente debilidad por su descubrimiento.

– Laura no se marchó, evolucionó. Mire, sólo una de cada cien mil triunfa, sólo una de cada diez mil logra algo, y sólo una de cada mil logra vivir de esto. Mantenerse no es fácil. Todos los años lo intenta una legión de quinceañeras que están buenísimas. La mayoría de las chicas que usted ve en las revistas, y que cuando están maquilladas parecen mujeres capaces de hacerte perder el trasero, son quinceañeras. Nos hemos convertido en unos infanticidas. No hay modelos de treinta años. Así que las que no llegan y se quedan en el camino acaban de muchas formas, desde un retiro sin traumas hasta la prostitución de lujo… o no tan de lujo, y por supuesto casándose con tipos ricos que les solucionan las vidas, o se buscan amantes con pasta que se la arreglan aún mejor, porque entonces siguen siendo libres para volar. Hay de todo, pero es duro ser una reina y conformarse con acabar de campesina.

– ¿En qué estado sitúa a Laura?

– Ya se lo he dicho antes. Creía que se había echado a perder.

Recuperé la pregunta que no había podido hacer minutos antes.

– ¿Un hombre?

– Sí.

– ¿Sabe cómo se llamaba?

– Andrés Valcárcel.

– ¿Quién es?

– Un empresario, o al menos lo era entonces. Casado, con clase, seductor. Laura hizo una campaña para él, y él se enamoró de ella. Perdió la cabeza. Le dio la luna y el mundo como alfombra. Quizá fuese demasiado para resistirse. Sé que mantuvo su independencia, pero el tal Valcárcel puso todo lo que un tío rico puede poner para seducir a una mujer. Me consta que hasta se habría divorciado si ella lo hubiese querido. Ése fue el comienzo del fin, cuando le perdí el rastro. Si cayó una vez, pudo haber caído otras. Jesús… Me gustaría verla ahora. ¿Cómo está?

Estaba rota, pero me refugié en el pasado.

– Radiante.

– Claro -asintió-. Debe de estar en la plenitud. Voy a enseñarle algo, espere.

Se metió en una de las dos habitaciones y le oí remover algo, un archivo. Regresó con una abultada carpeta en las manos y se sentó a mi lado. No me la pasó. Comenzó a buscar por entre un océano de Lauras capaz de marear a cualquiera, entregándome de tanto en tanto una fotografía en blanco y negro o color. Eran imágenes de otro tiempo no muy lejano. Laura con diecisiete, dieciocho y diecinueve años. Laura en bañador, en bikini, desnuda como la había visto antes, vistiendo informal, con trajes lujosos, sonriendo, seria, incitando, fingiendo, y de ingenua, de mujer, de todo.

– Tengo muchas diapositivas, miles. -La voz de Luis Martín sonaba a mi lado, pero no era más que un eco acompañando mis pensamientos-. Esto es sólo una parte en papel. ¿Ve ésta? Antes le he hablado de los huesos. La persona que no tiene huesos es casi imposible de iluminar, y ella tenía una de las mejores estructuras óseas que he visto. ¿Lía leído a Néstor Almendros? Hágalo. No ganó el Oscar de Hollywood a la mejor fotografía porque sí. Fíjese en este contraluz. Parece una niña, y en cambio, en ésta otra imagen, con sobreiluminación empleando la técnica high key, es toda una mujer. Pero son sus huesos lo que le da esa fuerza. Yo sólo los aproveché iluminándolos debidamente.

Luis Martín había mimado a su modelo. Cada fotografía era un retrato perfecto en el que había puesto algo más que talento. Allí palpitaba un corazón. El entusiasmo con el que hablaba crecía foto a foto. Y a mí me estaba dando una lección magistral.

– El cabello oscuro y los ojos claros son de un contraste extraordinario, ¿se da cuenta? Yo le sugerí a Laura que hiciera como en su día hizo Rita Hayworth: subir la línea de su pelo. De esta forma ganó dos centímetros de frente y su belleza se hizo aún más libre y despejada. Mire esta otra. -Laura estaba de pie, como una estatua, y vestida lo mismo que una vestal del templo de Isis. La imagen era en blanco y negro-. Para hacerla, empleé luces laterales, suaves y tamizadas, de lámparas. ¿Sabía que las lámparas caseras fueron un gran invento? En los años sesenta, la mayoría de los fotógrafos utilizaron las spot lights y las track lights y se cargaron toda una década de trabajo. ¡No hay buenas fotografías de esos años! ¡Las modelos parecen máscaras! Luego fue distinto. Y si la modelo era como ella, el fotógrafo sólo tenía que dejarse llevar por el instinto y la técnica.

Hice un esfuerzo para volver al tema que me había llevado hasta allí. Cerré los ojos, agotado por mirar y sentir. Seguía pasando el tiempo. Luis Martín me hablaba de una diosa, como si hubiese sido la más famosa top-model o actriz del mundo, y yo sabía que no era así. Cada vez lo empezaba a tener más claro. Sobre todo después de la revelación de que no trabajaba en el extranjero como creían sus padres. Podría ser que, en algún lugar del camino, Laura se olvidase de sus sueños, aunque no de su ambición.

– ¿Llegó a odiar a Andrés Valcárcel por habérsela arrebatado?