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– ¿Y has ido a pesar de que Laura había muerto?

– Sí, he ido. Es lo menos que podía hacer, ¿no?

– ¿Es lo que le has dicho?

– Sí.

No se correspondía en nada con la escena que yo había visto en las escalinatas de la iglesia. Ni por los gestos ni por las reacciones de una y otra.

– Me ha parecido ver que la señora Poncela se echaba a llorar.

– ¿Y quién no lo haría en su caso? Por la razón que sea, quiere a su marido, ya ves. Todo esto la ha descentrado. Ha visto su matrimonio en peligro.

– ¿Le has dicho que Laura había muerto?

– No. Si la policía aún no lo sabe… No he querido meterme en líos.

Se defendía bien, y ganaba soltura, aplomo, a cada minuto.

– ¿Por qué fuiste a casa de Álex?

– Le he estado llamando todo el día, y no ha parado de comunicar. No sé si tiene el teléfono desconectado o mal colgado. Por eso al final he ido a verle. No debe de saber lo de Laura. Yo he pasado varias horas colapsada… -Unió sus manos en un gesto de tensión-. Después de ver el cuerpo… me he venido aquí, estaba en blanco. Al final y antes de acudir a la cita con la señora Poncela he decidido pasarme por la casa.

– ¿A quién has telefoneado al salir?

– ¿Yo?

– Con tu móvil, en el taxi.

Me lanzó una mirada envenenada.

– A Álex, por supuesto, una vez más. Seguía igual.

– ¿Y tu otra llamada?

– A la señora Poncela, para decirle que estaba de camino.

Iba cazándole las mentiras, o las desviaciones de la verdad. Unas veces era cautelosa, otras demasiado rápida. Pero era una buena actriz. Era convincente y se amparaba en su belleza. Cualquiera habría deseado creerla.

– ¿Dónde puede estar Álex?

– No lo sé. -Su reacción fue sincera. Se llevó una mano a los labios-. Estaba loco por ella. Iban a casarse.

– ¿Qué relación había entre Álex y Elena Malla?

– Ninguna.

– La portera de la casa de Elena me describió a alguien idéntico a él diciendo que la visitaba.

– De acuerdo -bufó-. Se conocían. ¿Y qué? Elena había salido con Álex antes de que él se enamorara de Laura. Esas cosas pasan. Seguían siendo amigos.

Me estaba hartando de tantas vueltas, verdades a medias y mentiras absurdas.

– ¿A quién proteges más, a Laura o a Álex?

– ¿Qué quieres decir? -Se puso en guardia.

– ¿Tengo pinta de idiota? -No quise que me contestara, por si acaso-. ¿Qué buscabas en el piso de Laura, y por qué Álex ha desaparecido justo hoy?

– ¿Estás sordo? ¡Te he dicho que…!

– Entraste en esa casa, registraste sus cosas, y con ella destripada al lado. Eso indica mucho estómago, y mucha urgencia. ¿Qué era?

– ¡Algo, no sé, un indicio, joder! -estalló-. ¿Es que no te entra en la cabeza? ¡Mierda contigo!

Se puso en pie y yo la imité. No la quería con ventaja, por si acaso. Fui más rápido y la sujeté sin manías. Su piel seguía siendo tan suave como dura era su carne. Sus ojos echaban fuego. Quiso soltarse y no lo consiguió. Por si acaso cuidé mi entrepierna. Tenía agallas para eso y más.

– ¿Quieres soltarme? ¡Ya está bien!, ¿no?

No lo hice.

– Tienes respuestas para todo, ¿eh? Pasando de que sean absurdas o contradictorias. ¿Vas a quedar mal ahora por una o dos? ¡Vamos!, ¿qué buscabas en el piso de Laura? ¿Fotos, tal vez?

– ¿Fotos? -dejó de debatirse, asustada-. ¿De qué cono hablas?

– Alguien se llevó unas fotos del dormitorio, y fuiste tú.

– ¡Yo no sé nada de lotos! -Se me quedó mirando más fijamente, y entonces vi un cambio, un destello. No supe si era para decirme la verdad o para seguir confundiéndome, pero dijo-: ¡Buscaba heroína, tío listo¡¿Te enteras? ¡Heroína!

Aflojé la presión y aprovechó para soltarse. No esperaba aquello. Julia dio tres o cuatro pasos para apartarse de mí, pero sólo eso.

– Laura era drogadicta. -Suspiró-. ¿No querías oír la verdad? Pues ya la tienes -me lo escupió a la cara-. Tu querida vecina, tu oscuro objeto del deseo, estaba enganchada. No se puede tener todo en la vida, ¿verdad? -Sonrió sin ganas, como si quisiera hacerme daño-. Eso no quiere decir que no fuese mi amiga y que yo no la apreciase, ¿vale? Busqué lo que pudiera tener en su casa, para deshacerme de ello y no complicarlo todo aún más. Lo hice por precaución.

Elena Malla. Laura.

– ¿También es drogadicto Álex?

– No.

– ¿Y tú?

– ¡No!

– Eso no cambia…

– Oye, basta ya. -Dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo, agotada-. ¿Por qué no te largas de una vez?

No era mala idea. El día estaba siendo muy duro y el anochecer amenazaba con acentuar el cansancio. Sin embargo me quedaban preguntas, y quería hacerlas por si Julia desaparecía de nuevo.

– Me iré cuando termine -la avisé-. ¿Sabías lo que hacía Laura?

– No te entiendo.

– Lo de la Agencia Universal.

– Sigo sin entenderte. -Me miró impasible.

– Laura trabajaba ahí. Agencia Universal.

– Te equivocas. Las dos trabajamos para la agencia de Martha Hardy.

– No hablo de su trabajo como modelo, sino del otro.

– ¿Otra vez? -Se llevó una mano a la cabeza-. ¿Se puede saber de qué leches estás hablando?

Cuando dejaba de ser fina, dejaba de ser fina. O eso, o que yo la estaba hartando de todo y poniéndola de los nervios.

– ¿No sabías que tu amiga Laura era una puta de lujo? ¿O las llaman «señoritas de compañía»?

– ¡Eres un maldito cabrón hijo de puta…!

Se me echó encima, con los ojos convertidos en dos brasas y las manos llenas de uñas buscando mi cara. Todavía no sé como conseguí sujetarla, porque era un toro. Quería pelea, y peleó, igual que la tigresa que antes había imaginado que era. Tuve que sacar genio y concentración para ponerle las manos a la espalda. Quedamos pegados el uno frente al otro, cada a cara. Era turbadora.

Sentí deseos de besarla.

Era una estupidez, pero es la verdad.

Con los labios entreabiertos, carnosos, aspirándola…

– Suéltame, por favor.

– ¿Te vas a estar quieta?

– Suéltame.

Lo hice, más por mí que por ella.

– Ahora vete.

– ¿Sabías o no lo de la Agencia Universal y que Laura hacía servicios íntimos para mantener su tren de vida?

– ¿Vas a irte o no? -Se cerró en banda.

No supe cómo continuar. Ahora ya no. Y desde luego no iba a arrancarle nada más, ni verdades ni mentiras. Recogí mi chaqueta arrugada y enfilé el camino de la puerta. Su voz me detuvo antes de abandonar la sala.

– ¿Adónde vas ahora?

– Tengo un par de citas importantes.

– ¿Vas a seguir con esto?

– Sí.

– ¿Por qué?

Me encogí de hombros.

– Conciencia -dije de forma vaga.

– ¿Cuando llamarás a la policía?

– No lo sé.

Eché a andar por segunda vez. A mitad del pasillo volví la cabeza. Julia me observaba, con los brazos cruzados sobe el pecho. Era un contraluz perfecto.

– ¿Encontraste la heroína? -fue mi última pregunta.

– No.

Me llevé su imagen en ese contraluz mórbido cuando salí de su casa.

XVIII

Lo de la heroína era nuevo para mí, pero no fue ésa la única razón que me decidió a regresar por tercera vez al piso de Laura. En las dos primeras no había podido terminar mi inspección, y aunque no me seducía nada la idea de volver a lo mismo, a enfrentarme a su cuerpo y el zumbido de las moscas, sabía que era inevitable. Paco me decía siempre que un examen minucioso de la escena del crimen es a veces lo más importante en una investigación. Los asesinos dejaban firmas invisibles.

Subí por el interior de la Gran Vía de Carlos III hasta mi calle. Tampoco dejé el coche en el aparcamiento. Esperaba irme enseguida. No creía ya que fuera a encontrarme a Francisco, pero me topé con él en el vestíbulo de la escalera. Le di unas palmaditas conspiradoras en los hombros. Dado mi trabajo de periodista, que a él le parecía fascinante, le encantaba colaborar, aunque nunca supiese para qué.