– Todo eso está muy bien, pero lo único que indica es que tienes un pasado del que no quieres hablar, del que escapas.
– Siempre estamos escapando del pasado, ¿no crees?
– ¿Lo ves? Ésta es una respuesta muy adulta, idónea para una mujer de treinta para arriba. En ti suena muy fuerte.
– Vale, lo pasé mal de joven y no guardo buenos recuerdos de mi adolescencia, lo confieso. ¿Y qué?
– ¿Te hicieron daño?
– Hay muchas formas de hacer daño. Unos me amaban, otros me odiaban. Iban tras de mí y, cuando yo los rechazaba, entonces me consideraban una engreída, una mujer ambiciosa que no se contentaba con poco. La gente cree que ser atractiva es tenerlo todo. Hay quien aún piensa que somos floreros, sin nada en la cabeza, y que nos servimos de eso. Pero cuando te entregas siempre se preguntan: «¿Por qué ése?». No es fácil administrar la belleza. Yo nací con ella, pero los demás te están juzgando siempre. Por más que me sienta normal, y que quiera ser una chica normal, ni puedo ni me dejan. Verás -jugueteó con la última aceituna del aperitivo sin llegar a cogerla, volcada ahora en sus explicaciones-, la que es guapa y nace y crece en un ambiente selecto, aún puede escoger, tiene clase y seguridad, una educación en una buena escuela. La que nace en un ambiente pobre, no. A mí nadie me abrió ninguna puerta, y si me la abrían, no era de manera desinteresada. Cuando tenía catorce años dejé de estudiar, busqué mi primer trabajo y lo encontré… Por Dios, Daniel, era una cría, pero mi jefe ya me insinuó todo lo que esperaba de mí. Primera lección. Te he dicho antes que nadie da nada por nada. Luché para ser independiente, por salirme de todo eso, y tuve que levantar no pocas paredes a mi alrededor. Aprendí a ser modelo, tuve una docena de trabajos, el tiempo justo para que alguien de arriba se fijase en mí y me prometiera el oro y el moro. No me dieron buenos consejos, y perdí tiempo… Así se me pasó lo mejor, la oportunidad de verdad, porque, hoy por hoy, en el mundillo de las modelos a los veinticinco años ya eres vieja, y a los treinta o has sabido administrarte bien o estás acabada. Vivo a salto de mata, dependo de que me llamen para algo o no, y sé que no voy a triunfar, pero al menos soy consciente de todo eso. ¿Has preguntado si me hicieron daño? Pues sí, mucho, y mucha gente, pero el peor daño te lo haces siempre tú misma si no eres consciente de quién eres de verdad, dónde estás, o qué puedes esperar de ti.
– Eso es madurez.
– Eso es egoísmo, dilo en plata. Sólo me preocupo de mí misma. Mi lema es: «Atrapa lo que puedas, cuando puedas y como puedas». ¿Querías sinceridad? Ya la tienes.
– No pareces tener muy buena opinión del mundo.
– ¿Y tú sí?
– Al menos creo en algunas cosas, ciertos valores.
– ¿Me vas a resultar un facha?
– No, por Dios. -Me sentí dolido por el término-. Quiero decir que creo en la vida, en algunas personas, en el trabajo, la voluntad, la esperanza, el individualismo…
– Tu mujer debía de estar loca para largarse -bufó-. ¡Eres un mirlo blanco! Empiezas a parecerme encantador.
– Vamos a dejarlo -la detuve-. Si quieres llevarme a la cama tendrás que pensar algo mejor.
Soltó una carcajada. Eso fue todo. Nos interrumpieron Tere y Ángel. Ella llevaba los dos primeros platos, y él las bebidas. No era usual que Ángel sirviera mesas, así que deduje que quería echarle otro vistazo a Julia. Empecé a entenderla. Al menos en lo personal.
La conversación no fue más allá de lo trivial. Nos quedamos con la cena, puras maravillas culinarias a base de pasta con un sinfín de detalles, y ellos se retiraron. Yo miré la hora. Charla incluida, teníamos el tiempo justo para llegar a mi cita a las doce. Nos llevamos los primeros bocados a la boca y saboreamos el arte de la buena mesa. Durante un par de minutos no hablamos. Yo ya no podía más del hambre que tenía.
– Debo hacerte algunas preguntas, lo siento -la preparé.
– Ya lo sé. Dispara.
– Álex. ¿Qué opinas de él?
– No hay mucho que decir. Es un tío guapo, con personalidad y las ideas bastante claras.
Lo de las «ideas bastante claras» era curioso.
– ¿Sabías que Laura y él se lo tenían montado de chantajistas?
– Pero ¡qué…!
– Espera -la detuve-. ¿No has registrado el piso de Laura como has dicho?
– ¡Sí, lo he hecho!
– ¿No has visto una puerta cerrada con llave al lado de la habitación de Laura?
– Sí.
– ¿La has abierto?
– No, no he podido. Ninguna de las llaves que me dio la abría. He pensado que tal vez la droga que pudiera guardar estuviese ahí, pero… ya me dirás. Bastante nerviosa estaba como para, encima, echar la puerta abajo. Eso habría sido difícil de explicar a la policía.
– Ahí dentro hay cámaras de fotos y de vídeo. Y un cristal que da a la habitación de Laura. Por el lado opuesto no es más que un gran espejo.
– Voy a irme. -Dejó los cubiertos en el plato.
– No lo creo. Esto te interesa.
– ¿Por qué habría de interesarme?
– Era tu amiga. Es bueno saber qué les pasa a los demás. En algún lugar del camino, Laura se torció.
Respiraba con fatiga. No le gustaba oír la verdad. Por alguna extraña razón la molestaba mucho. O tal vez no fuese extraña.
– ¿Hablas… en serio?
– Laura te propuso entrar en la Agencia Universal. Puede que también te quisiera en su casa unos días para algo más.
– Eres un cabrón.
– No, el cabrón es Álex.
– Ella estaba loca por él.
– Lo creo, y él lo sabía, vaya si lo sabía. Un tipo con suerte: todas se le enamoran. Planta, labia, un gancho que no me explico…
Yo seguía comiendo. Ella se había detenido. Traté de convencerme a mí mismo de que era una simple chica joven, segura de sí misma, pero también asustada, con problemas. Algo en mi interior me dijo que no me dejara seducir, ni convencer. Me pregunté si era mi defensa ante la belleza.
¿Quién no tiene influencias, viejos clichés?
– Todo lo que me has dicho… ¿es verdad? -preguntó.
– Todo.
– Así que crees que Álex la mató.
– Yo no he dicho eso, aunque todo es posible.
– No, ahí te equivocas. Él no pudo haberlo hecho.
– ¿Por qué?
– La quería. Puede que te resulte extraño si la utilizaba, pero… la quería. Y, aun suponiendo que la hubiese matado, que no es el caso, ¿crees que la habría despedazado de esa manera? -Miró el plato y dejó de comer-. Álex no es así.
– Entonces ¿por qué ha desaparecido?
– No lo sé -reconoció.
– ¿Tenía Laura llaves de su casa?
– Ni idea, aunque es de imaginar que sí.
No quería volver a registrar el piso de Laura. Sería mejor romper la ventana del garaje de la calle Pomaret. De todas formas, esas llaves habrían debido estar en el bolso que yo registré por la mañana, y allí no había nada.
– ¿Conociste a otros amigos de Laura de un tiempo a esta parte?
– No, todo ha sido muy reciente.
– ¿Te habló de alguien?
– Sólo de su primer novio.
– ¿Robi?