— ¿No oyó nada de la conversación, señor?
—Sólo una frase —dijo el secretario—. Y suponiendo, como suponía, que era el doctor Sheppard quien se encontraba con Mr. Ackroyd, esa frase me pareció extraña. Si no recuerdo mal, las palabras textuales de Mr. Ackroyd fueron éstas: «Las demandas de dinero han sido tan frecuentes últimamente que temo que sea imposible acceder a su petición». Me alejé enseguida, desde luego, de modo que no escuché nada más. Pero me asombró porque el doctor Sheppard...
— ¡No pide dinero para él ni para los demás! —manifesté.
—Una petición de dinero —dijo el inspector pensativo—. Quizá sea una pista muy interesante. Parker —le preguntó al mayordomo de pronto—, ¿dice usted que nadie ha entrado por la puerta principal esta noche?
—Así es, señor.
—Entonces, cabe suponer que fue Mr. Ackroyd quien hizo entrar a ese forastero. Pero no acabo de entenderlo.
El inspector dio la sensación de soñar despierto durante unos instantes.
—Una cosa está clara —dijo cuando por fin salió de su ensimismamiento—. Mr. Ackroyd gozaba de buena salud a las nueve y media. Ésta es la última hora, según sabemos, que aún vivía.
Parker tosió levemente, lo que hizo atraer de nuevo la mirada del inspector sobre su persona.
—Dispense usted, señor. Miss Flora le ha visto después de esa hora.
— ¿Miss Flora?
—Sí, señor, a eso de las diez menos cuarto. Después de verle me ha dicho que Mr. Ackroyd no quería ser molestado esta noche.
— ¿Mr. Ackroyd la había enviado a darle este recado?
—No exactamente, señor. Yo iba a entrar una bandeja con el whisky y la soda, cuando miss Flora, que salía de este cuarto, me ha detenido para decirme que su tío no quería que se le molestara.
El inspector miró al mayordomo con más atención de la que le había prestado hasta ese momento.
—A usted ya le habían avisado que Mr. Ackroyd quería estar solo, ¿verdad?
Parker empezó a tartamudear y las manos le temblaron.
—Sí, señor. Es verdad, señor.
—Sin embargo, se proponía entrar.
—No me acordaba, señor. Yo traigo siempre el whisky a esa hora y pregunto si Mr. Ackroyd no desea nada más y he creído... en fin, hacía como siempre.
Entonces fue cuando empecé a darme cuenta de que Parker era presa de una agitación muy sospechosa. Temblaba como un azogado.
— ¡Ejem! Es preciso que vea a miss Ackroyd de inmediato —ordenó el inspector—. De momento dejaremos este cuarto como está y volveré en cuanto sepa lo que ella tenga que decirme. La única precaución que voy a tomar es cerrar la ventana.
Después de esto, salió al vestíbulo y le seguimos. Se detuvo un momento para mirar hacia la pequeña escalera y habló por encima del hombro al agente.
—Jones, usted se queda aquí. No deje entrar a nadie en este cuarto.
—Dispense, señor —intervino Parker cortésmente—, pero si cierra la puerta que da al vestíbulo central, nadie podrá entrar en esta parte de la casa. Esta escalera tan sólo lleva al dormitorio y al cuarto de baño de Mr. Ackroyd. No hay comunicación alguna con el resto de la casa. Hace años había una puerta, pero Mr. Ackroyd la hizo tapiar. Le gustaba saber que sus habitaciones eran completamente privadas.
Para dejar las cosas claras y ubicar el escenario de los hechos, he incluido un bosquejo del ala derecha de la casa. La escalera pequeña conduce, como explicó Parker, a un gran dormitorio (son dos dormitorios convertidos en uno), un cuarto de baño y un lavabo.
El inspector estudió la disposición de la casa con una sola mirada. Salimos al vestíbulo. Cerró la puerta y se guardó la llave en un bolsillo. Dio instrucciones al agente en voz baja y éste se alejó.
—Tenemos que ocuparnos de esas huellas que hemos descubierto —explicó el inspector—. Pero, ante todo, deseo hablar con miss Ackroyd. Es la última persona que ha visto al difunto con vida. ¿Está enterada de lo sucedido?
Raymond meneó la cabeza.
— ¡Pues bien, es conveniente no decírselo de inmediato! Contestará mejor a mis preguntas si ignora la suerte de su tío. Dígale que han robado y pregúntele si tendría la bondad de vestirse y bajar para contestar a unas cuantas preguntas.
Raymond subió deprisa las escaleras para cumplir el encargo.
—Miss Ackroyd bajará dentro de un minuto —dijo al volver—. Le he dicho lo que usted me ha sugerido.
Antes de que transcurriesen cinco minutos, Flora bajó las escaleras. Llevaba un quimono de seda color de rosa y parecía ansiosa y excitada.
El inspector se adelantó.
—Buenas noches, miss Ackroyd —dijo cortésmente— Alguien ha intentado robarles y deseamos que nos ayude. ¿Este cuarto es el del billar? Entre usted y siéntese.
Flora se sentó muy compuesta en el ancho diván que corría a lo largo de la pared y miró al inspector.
—No acierto a comprender. ¿Qué es lo que han robado? ¿Qué desea usted que le diga?
—Verá usted, miss Ackroyd, Parker dice que usted ha salido del despacho de su tío a las diez menos cuarto, más o menos. ¿Es eso cierto?
—Absolutamente cierto. Fui a darle las buenas noches.
— ¿La hora es exacta?
—No puedo decírselo con exactitud. Tal vez un poco más tarde.
— ¿Su tío estaba solo o alguien le acompañaba?
—Estaba solo. El doctor Sheppard se había ido.
— ¿Se fijó usted en la ventana? ¿Estaba abierta o cerrada?
—No puedo asegurarlo. Las cortinas estaban corridas.
—Exactamente. ¿Su tío parecía tranquilo y normal?
—Diría que sí.
— ¿Tendría usted la bondad de decirnos con precisión cómo se desarrolló la escena?
Flora calló un momento, como si recapacitara.
—Entré diciendo: «Buenas noches, tío. Me voy a la cama. Estoy cansada». Él profirió una especie de gruñido y me acerqué para besarle. Después dijo algo respecto a mi vestido, que le parecía bonito, y añadió que me fuera enseguida, porque tenía trabajo. Entonces, me retiré.
— ¿No le dijo nada en particular para que no le molestaran?
—Sí, olvidaba decirlo. Me rogó: «Dile a Parker que no quiero nada más esta noche y que no venga a molestarme». Encontré a Parker delante de la puerta y le transmití el recado de mi tío.
— ¡Bien! —dijo el inspector.
— ¿No quiere usted decirme qué es lo que han robado?
—No estamos seguros —contestó el inspector, vacilando.
Una mirada de alarma transformó el rostro de la muchacha, que se puso en pie de un salto.
— ¿Qué pasa? ¡Usted está escondiéndome algo!
Blunt se interpuso entre ella y el inspector con su flema habitual. Flora alargó ligeramente una mano que Blunt cogió entre las suyas, acariciándola como si fuera la de un niño, y la joven se volvió hacia él como si algo en su actitud y su severidad le prometiese consuelo y amparo.
—Es una mala noticia, Flora —dijo, despacio—. Una mala noticia para todos nosotros. Su tío Roger...
— ¿Sí?
—Será un golpe para usted. El pobre Roger ha muerto.
Flora se alejó de él con los ojos dilatados por el horror.
— ¿Cuándo? —murmuró.
—Muy poco después de que usted le dejara, creo —dijo Blunt con tono grave.
Flora levantó una mano hasta su garganta, lanzó un leve grito y me apresuré a sujetarla al ver que caía. Se había desmayado y la llevé arriba con Blunt, que me ayudó a colocarla en su cama. Entonces fui a despertar a Mrs. Ackroyd y a comunicarle la noticia. Flora no tardó en volver en sí y la llevé con su madre, dejando bien claras mis instrucciones para cuidarla. Bajé entonces a reunirme con los demás.
Capítulo VI
La daga tunecina
Encontré al inspector cuando salía por la puerta que comunicaba con la cocina.